Trump: ¿El huevo de la serpiente?

Trump: ¿El huevo de la serpiente?

La película dirigida por Ingmar Bergman en 1977 y ambientada en el Berlín de los años 20 tiene puntos en común con la actual realidad estadounidense

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
enero 19, 2021
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Trump: ¿El huevo de la serpiente?
Foto: Gage Skidmore - CC BY-SA 2.0

Humillantes condiciones económicas y restricciones militares impuestas a Alemania por las potencias triunfadoras en la Primera Guerra Mundial que buscaban cobrarle millones de víctimas, daños y costos, incubaron la Segunda Guerra Mundial.

Se sumaron factores como: el descontento de Italia y Japón, por la nueva repartición del mundo entre vencedores; la quiebra de la bolsa de New York, en 1929 y el empobrecimiento acelerado de millones de habitantes de varios países, especialmente de Estados Unidos, Europa y sobre todo Alemania, donde además de una devaluación del Marco, peor que la actual del Bolívar venezolano, reinaba gran agitación social y política ante el avance del movimiento obrero y popular liderado por dirigentes socialistas y comunistas, encabezados por dirigentes como Rosa de Luxemburgo y el nacimiento del nacionalsocialismo, organizado por oficiales y soldados del ejército alemán y políticos e industriales que no aceptaron la derrota y se sintieron traicionados por la rendición acordada en el Tratado de Versalles firmado en 1918.

Se incubó el fascismo que el cineasta nórdico Inmarg Bergman recreó psicológicamente y en la vida cotidiana en su película El huevo de la serpiente, al igual que el escritor e integrante de las juventudes Heinrich Boll lo hizo desde su niñez en la novela El tambor de hojalata, también llevada al cine.

En ese ambiente ascendió vertiginosamente el cabo Hitler, utilizando la radio y el cine para difundir discursos rabiosos plagados de mentiras y visceral racismo, concentrado contra los judíos, a los que achacaba la desgracia de su país, los gitanos, homosexuales y los comunistas que organizaban grandes huelgas y movilizaciones populares.

Con un discurso nacionalista parecido al de Trump y organizando grupos paramilitares armados, embriones de las temibles SA y SS, se fue consolidando la toma del poder por el nazismo, que estuvo precedida por dos intentos de golpe de Estado, uno en 1923, cuando el “putsh de la cervecería de Múnich” y en 1933, cuando incendiaron el Reinchstang (parlamento) y se lo achacaron a los comunistas, para justificar la sangrienta persecución desatada contra todos a los que consideraban sus enemigos y razas inferiores; y además aceleraron el nombramiento de Hitler como canciller. Ya en el poder ignorando el tratado de Versalles que les prohibía fabricar armas, impulsó el vertiginoso desarrollo militar, tecnológico y científico con el apoyo de la gran industria, mientras anexaba Austria, la Lorena francesa y en 1939 invadía a Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.

Los Estados Unidos de hoy no están tan aporreados como la Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial; pero millones de sus habitantes sufrieron mengua en sus ingresos y condiciones de vida, a partir de la implantación del neoliberalismo desde el gobierno de Reagan.

Gracias a la internacionalización del capital financiero especulador y a los tratados de libre comercio, los industriales instalaron sus fábricas donde redujeron considerablemente los costos de materias primas, mano de obra y transporte de sus productos. A México, Latinoamérica y Asia fueron trasladadas muchas fábricas que clausuraron en los Estados Unidos, mientras minas de carbón eran selladas y la industria petrolera entraba en decadencia, especialmente en áreas donde se concentra la población blanca, perteneciente a iglesias cristianas fanáticas y de bajo nivel educativo.

La crisis financiera de 2008, motivada por la desbocada especulación financiera de los “lobos de Wall Street”, propinó otro garrotazo a la clase media, mientras el gobierno de Obama rescataba a los bancos inyectándoles $700.000 millones de dólares en lugar de subsidiar directamente a quienes no pudieron pagar las hipotecas de las viviendas que perdieron.

En este ambiente de rechazo a los políticos tradicionales, prosperó un demagogo que aprovechándose de las troneras legales abiertas por el neoliberalismo, además de haber coronado millonarias estafas en el sector inmobiliario y evadir impuestos, ambicionó el poder, utilizando el lenguaje explosivo e incendiario generosamente replicado por los medios de comunicación, Twitter y Facebook, para llegar con un discurso nacionalista y racista (contra mexicanos, negros, árabes; etc.) para movilizar a millones de blancos iletrados, sin servicios médicos ni seguridad social; y empobrecidos por la aplicación del neoliberalismo.

Así como Hitler prosperó en medio de la humillación y pobreza que para Alemania significó las duras condiciones impuestas por el Tratado de Versalles, por el “crash” de la bolsa de 1929 y por el avance del movimiento comunista; Trump, un claro aprovechador del neoliberalismo para enriquecerse, se erigió ante los 69 millones que lo llevaron a la presidencia, como “redentor” de la pobreza a la que los llevó ese mismo sistema (el diablo repartiendo hostias).

Perdió la reelección y con sus paramilitares, no tan organizados, intentó dar un golpe en el Capitolio. No tuvo éxito. Los demócratas quieren juzgarlo para destituirlo y que no vuelva a la presidencia. Puede que estén alimentando la imagen del mártir perseguido que terminará de incubar “el huevo de la serpiente” en un país donde comprar armas es más fácil que comprar licor y medicamentos.

Lo cierto es que la internacional de ultraderecha que asocia a todo proyecto progresista característico de la sociedad de bienestar con el “socialismo, castrochavismo y comunismo” continúa incubándose en EE. UU., Colombia, Brasil, Polonia, Italia, Hungría, Turquía y varios países, coincidiendo con los intentos de China, Rusia, India, Alemania, Francia y Gran Bretaña, que pujan por construir un nuevo orden económico, político y diplomático mundial, en momentos que la hegemonía de los Estados Unidos está en decadencia.

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