Teatros de acontecimientos en Barranquilla (IV)
Opinión

Teatros de acontecimientos en Barranquilla (IV)

Noticias de la otra orilla

Por:
octubre 17, 2020
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Habíamos quedado en nuestra columna anterior que concretada finalmente la consecución del lote en el que se construiría el nuevo teatro municipal de Barranquilla, vendría entonces un largo camino que recorrer para lograr reunir los recursos económicos que el proyecto requería.

La verdad es que en un amplio sector de la ciudad, especialmente entre algunas personas de la clase dirigente y empresarial y miembros de la élite cultural de la ciudad, había un indiscutible interés y desvelo por hacer realidad este viejo anhelo barranquillero. Desde muy temprano el Comité Pro-Teatro emprendió una dinámica de movilización ciudadana que ayudó a sensibilizar un poco más acerca de la imperativa necesidad de acometer el proyecto lo más pronto posible y en ese propósito cumplieron un gran papel el Dr. Rafael A. Juliao y el maestro Alfredo de la Espriella, ambos con importante ascendiente en la clase dirigente y empresarial de la ciudad, con el importante componente de que de la Espriella era un gran gestor cultural, periodista, historiador, libretista, vinculado no solo a la por entonces agitada escena teatral barranquillera, sino encargado de cultura en varias administraciones departamentales y municipales, desde donde sin duda ayudó a sensibilizar a las autoridades de turno e instó a la toma de importantes decisiones al respecto. Labor que siguió realizando hasta muchos años después durante el largo proceso de construcción del teatro.

Así, el primer aporte que para tal fin recibió el Comité Pro-Teatro Municipal provino de la venta del lote de terreno donde había estado situado el teatro Emiliano, hecho que comporta una indudable significación cultural. A esos primeros recursos se fueron sumando aportes provenientes de los gobiernos local, departamental y nacional, a lo largo de más de dos décadas (de 1949 a 1981) y sin duda aportes ciudadanos que si bien no representaban una gran importancia cuantitativa si tuvieron gran significación para movilizar voluntades y hacer visible y sensible la necesidad de que el teatro era un proyecto de interés general para toda la ciudad. En este sentido hubo en distintos momentos toda una serie de bazares, rifas, marchas del ladrillo, y especialmente eventos cívicos, artísticos y culturales que sirvieron para agitar el ambiente en pro del teatro. Fue en este aspecto donde se hizo crucial la organización, gestión, presencia y participación de don Alfredo de la Espriella que tuvo a cargo los Festivales Pro-Teatro Municipal de Barranquilla, realizados desde 1950, que involucraron a muchísimas personas del arte y la cultura de la ciudad, y que fueron definitivos para impulsar en los años siguientes las acciones que llevarían a iniciar las obras del nuevo teatro a comienzos de los años 60.

En efecto, el 14 de septiembre de 1963 empezarían las obras de construcción a cargo de la firma Enrique E. Zeizel y Cia., con la asesoría de los arquitectos Angelo Magagna y Mario Lignarolo, autores también del proyecto arquitectónico, enmarcado en los parámetros estilísticos de la arquitectura contemporánea y funcional que dialogaba bien con otros hitos arquitectónicos de la ciudad como la misma catedral María Reina, y la Sinagoga Bet-El, entre otros, aportando con ello un elemento distintivo y de realce al paisaje urbano de la ciudad.

 

Alfredo de la Espriella, gestor cultural, periodista, historiador, libretista, impulsó la obra desde el comienzo

El inicio de la obra produjo un interesante estado de optimismo general y excitación cultural en la ciudad que repercutió principalmente en el ambiente teatral que tenía sin duda un importante grado de representatividad como quiera que giraba alrededor de la figura de Amira de la Rosa y su repertorio dramatúrgico, del propio Alfredo de la Espriella y de los directores teatrales Gabriel Viloria, Gabriel Brassó y Tomás Urueta, y de un grupo importante de prestantes miembros de la sociedad barranquillera de entonces que hacían parte del elenco actoral de ese colectivo teatral.

Esa es sin duda la razón por la que,  ya  a mediados de los años 60, apenas tres años después de haberse iniciado su construcción, el teatro tenía su nombre. Y no podía ser otro que el de Amira de la Rosa, oficializado por el Concejo de Barranquilla el día 26 de enero de 1966 y ratificado en 1974 por un decreto del alcalde Elías Sales Sales.

Hay que recordar que, ya en la década del 70, estando el teatro todavía en obra negra y sin ninguna adecuación, se llegaron a realizar allí espectáculos musicales y escénicos de cierta importancia,  con el indudable propósito de presionar a los diferentes estamentos acerca de la necesidad de acelerar la marcha de su construcción. Eventos a los que los asistentes tenían que llevar sus propias sillas para la acomodación.

Rescato de mi memoria una histórica presentación teatral de finales de esa década en la que, en una accidentada función de Macbeth, representada por el Teatro Popular de Bogotá (TPB), el actor Gustavo Angarita cayó inesperadamente al foso de la orquesta en pleno desarrollo de la obra resultando con una herida en la cabeza que le imprimió un inusitado nivel de dramatismo a la obra al regresar del foso al escenario y continuar su actuación con el rostro ensangrentado. No recuerdo bien si aquella función se suspendió o no.

 

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