¿#SOSCuba?
Opinión

¿#SOSCuba?

El pedido de libertad en el hashtag deja más dudas que certezas. Si hubiese un cambio en Cuba, ¿cómo rescatar lo construido y hacer sobre eso una sociedad más justa?

Por:
julio 18, 2021
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No se habría podido imaginar Fidel Castro que uno de los golpes más fuertes a la revolución cubana que él lideró, resultaría de la coordinación por un hashtag, por una tendencia en Twitter. Por supuesto, en una dictadura, la coordinación social que resulta en protestas masivas necesita de causas profundas pero, en este caso, las redes sociales -y Twitter en particular- son fundamentales en dos niveles: primero, al interior del país, son la forma más eficiente de mandar señales que confirman que las protestas están ocurriendo y que hay motivos para salir y segundo, para el resto del mundo, ofrecen una ventana a la protesta que antes era muy difícil de tener. Por esa ventana, opinadores influyentes -sobre todo artistas- replican un mensaje que llega a millones de seguidores. Esa viralidad se retroalimenta, aunque, ya sabemos, de manera solo pasajera en la mayoría de los casos. Hasta que haya otro hasthag.

Estos dos mecanismos eran imposibles en la época en la que Fidel Castro tenía el poder. Hasta antes de las redes sociales, las dictaduras temblaban, principalmente, por golpes de estado que daban sectores de la misma élite autoritaria, usualmente asociados con grupos de militares. En algunos casos, revueltas populares podían desencadenar procesos políticos, pero no fueron la forma predominante de cambio de régimen. El régimen cubano fue muy eficiente en controlar a la élite gobernante y, sobre todo, Castro y su grupo más cercano mantuvieron siempre un dominio total de los militares y del aparato represivo. Sabían que su mayor peligro era ese y, por eso, fue la principal instrucción que dieron a Chávez después de que sobrevivió el golpe de estado de 2002. Chávez siguió la lección y, hasta la fecha, los cubanos juegan un papel fundamental en los espacios de control social en Venezuela. Sin embargo, además de la represión, es evidente que Castro tenía un apoyo popular significativo. Negar ese apoyo es tan necio como negar que Cuba desde hace décadas, o la Venezuela actual, son dictaduras.

Y no debe olvidarse, así haya pasado mucho tiempo, que el apoyo popular y real tuvo causas evidentes, entre ellas: la revolución cubana derrocó a un dictador corrupto, ineficiente y violento; tuvo logros sociales considerables y logró crear una narrativa política alrededor de esos logros; Fidel Castro era un político increíblemente carismático. Puede uno estar de acuerdo o no con esos motivos, pero lo que es innegable es que existieron y, en parte, explican la estabilidad del régimen cubano. Una cosa es que uno tenga una preferencia política, otra cosa es pretender que el gusto de uno sea la verdad. He sugerido entonces hasta acá que, durante la época de Fidel Castro, la estabilidad de su régimen se explica, principalmente, por dos causas: una, el eficiente aparato represivo de control social y político y dos, el apoyo popular de una parte de la población.

Castro se murió y el mundo cambió. Desde hace unos años -creería que desde 2018 por lo menos- se cocina en Cuba una transformación continua. El hashtag de la semana es solo la punta del iceberg, el que ve la mayoría del mundo, pero en este caso, resulta de procesos con raíces más profundas. El sector cultural cubano, coordinado principalmente alrededor del Movimiento San Isidro, ha venido subiendo el tono de las protestas y la cantidad de reclamos. Son un contrincante difícil para el régimen porque, por definición, el mundo cultural tiene expresiones innovadoras, creativas y arriesgadas y deja en evidencia a un gobierno-estado-partido viejo, lento y desgastado. Es imposible sugerir que los que protestan son “imperialistas yanquis” o miembros de alguna élite, estos son artistas cubanos de barrios humildes. Sin embargo, las reivindicaciones que parecían específicas del sector cultural, difícilmente iban a convocar a una protesta masiva. Si bien el lenguaje de la protesta tenía un componente esencialmente político -reivindicar la libertad de expresión-, también por definición era asunto de una élite relativamente pequeña que atiende y se siente representada en las discusiones alrededor del arte. Aunque no habían sido masivas las protestas, sí fueron continuas y consistentes. Sembraron una semilla que, en el momento justo y por una serie de coincidencias, resultó en la protesta masiva de la semana pasada.

Los ingredientes finales fueron, entre otros, la viralización de la canción Patria y Vida -una forma de expresión artística mucho más susceptible de llegar a la mayoría de la población-, la crisis de salud por la pandemia que ha entrado en su peor fase en la isla y la crisis económica que recuerda los peores momentos de los últimos 60 años. Por las redes sociales, expresiones críticas que, en otros tiempos, habrían sido breves y repartidas en el espacio, lograron volverse más grandes y, sobre todo, dar la impresión de ser más grandes. Ya no importaba exactamente cuánta gente estaba en la calle sino comunicar que había gente, que era mucha, que algo gritaban y que no tenían miedo. Todo eso colapsado a un hasthag, #SosCuba, junto a algún vídeo, alguna foto. En palabras del cubano Carlos Manuel Álvarez, “La gente no sabía bien qué exigía, pero tampoco necesitaban averiguarlo. Lo que la gente comprobaba era algo más sencillo y potente, algo que quiebra la cápsula política del autoritarismo y vuelve múltiple lo real, como un precipitado de hechos largamente contenidos: que podían hacer lo que desde siempre les han dicho que no se puede hacer.”

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El hambre, la enfermedad, no son lo único que mueven a los cubanos que, viendo cada vez más gente dispuesta a poner la cara en una protesta, empezaron a hablar de causas más abstractas, la libertad

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Es cierto que la pobreza y el colapso sanitario pandemia fueron fundamentales para que miles de personas salieran a la calle. Cuando queda cada vez menos que perder, más fácil es tomar el riesgo de protestar en una dictadura, pero también es cierto que, muy rápidamente, los protestantes pedían “libertad” y lanzaban críticas duras a los líderes políticos, inclusive quemando la foto de Fidel Castro. Motivos inmediatos -el hambre, la enfermedad- no son lo único que mueven a los cubanos que, viendo cada vez más gente dispuesta a poner la cara en una protesta, empezaron a hablar de causas más abstractas -la libertad-. Esto fue posible, en muy buena parte, por el avance del sector cultural que ha dado forma y fondo al pedido de más libertad.

La situación en Cuba es difícil de evaluar. Hay varios riesgos evidentes, primero que la represión aumente y, al atacar a personas que han estado en las protestas, el miedo que se genera termine por disuadir cualquier movilización futura. Si hay un camino para el cambio en Cuba, la movilización popular será esencial. Ya no estamos en la época de Castro. Otro riesgo es que la viralidad -masiva pero fugaz- por la dinámica misma de las redes sociales pierda fuerza y se diluya con el paso de los días. Pienso que el mayor riesgo es uno menos evidente: la oposición al régimen no tiene una conducción política organizada. Por la destrucción de toda la oposición política, ha sido el sector cultural el que ha conformado la vanguardia en la protesta pero, las mismas cualidades que hacen a ese sector un contrincante difícil para el régimen, hacen que sea débil para un eventual proceso de negociación política. La clase política suele ser despreciada pero, gústennos o no, es casi siempre indispensable en algunos espacios de la sociedad moderna. Entre muchas otras, por esta razón es errada la comparación entre lo que pasa en Cuba y lo que puede pasar en Venezuela en los próximos meses: en Venezuela sí hay políticos haciendo política en la oposición.

El pedido de libertad en Cuba es conmovedor. La revolución que liberó a la isla de una dictadura brutal, que se volvió la mayor inspiración para la izquierda armada y pacífica de América Latina, que fue referencia romántica de intelectuales de todo el mundo, que hizo de los discursos de horas de Castro una forma nueva de carisma, hace años se parece más a lo que criticaba que a lo que dijo que iba a ser. Si lo hubo, ya no hay un proyecto emancipatorio en Cuba de los más humildes. La dignidad de la isla, que a lo mejor se recuperó en muchos momentos durante los años de la revolución – en el deporte, en la educación, en el sistema de salud-, está perdida: ya no puede ser digno el que no pueda decir lo que se le dé la gana, el que tiene hambre, el que está enfermo por negligencia del gobierno. Sin embargo, el pedido de libertad, resumido en el #SOSCuba, deja todavía más dudas que certezas. Es inevitable, no hay cambio político con un guion perfectamente escrito. La democracia liberal, lo que se suele asociar en estos tiempos con “libertad”, sabemos bien en Colombia, es solo una parte de esa búsqueda. Si hubiese un cambio en Cuba, ¿cómo hacer para que no se vuelva otro Haití, país de la isla vecina? ¿cómo hacer para rescatar lo construido y hacer sobre eso una sociedad más justa, igualada no por lo bajo sino por la posibilidad de plantear futuros distintos a los que quieren los que gobiernan? Discusiones que ya no caben en el hashtag, en la tendencia del día.

@afajardoa

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