Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 10: la lección del perdón

Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 10: la lección del perdón

El perdón sana, el perdón libera, y es una actitud noble, y también una aptitud propia de personas muy evolucionadas espiritualmente

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
junio 15, 2023
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Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 10: la lección del perdón

“El mensaje más importante de la historia, las palabras más luminosas e incomprendidas de la historia”

Quizás las palabras más luminosas de la historia (y que constituyen una carta de navegación para la armoniosa convivencia entre los hombres), fueron pronunciadas por Jesús en un pasaje trascendental del sermón del monte. El Divino Maestro expresó con amable dulzura un mensaje todavía incomprendido: amen a sus enemigos, bendigan a quienes los maldicen, hagan el bien a los que los aborrecen, y oren por aquellos que los ultrajan y los persiguen. Y yo agregaría para reforzar ese mensaje: porque el perdón es la venganza de los buenos. Ciertamente Jesús nos puso una meta muy difícil de alcanzar, mas no imposible de conquistar si ponemos un poquito de buena voluntad. Sin embargo, el primer paso debemos darlo con el prójimo más cercano: nosotros mismos. Tengamos misericordia de nosotros mismos, perdonémonos a nosotros mismos, hagamos las paces con nuestro corazón, tengamos paciencia inmensa con nuestros defectos y miserias. Misericordia: virtud que une las palabras "miseria" y "corazón". Llevemos pues al corazón nuestra fragilidad y vulnerabilidad humanas.

Es importante resaltar que el perdón es asunto de consciencia. Es así que un hombre primario puede llenarse de odio por una insignificancia. Por ejemplo, a un individuo susceptible lo puede desestabilizar  la actitud de alguien  o la presencia de una persona que no le simpatiza. Lo anterior es suficiente para que acuda a la violencia. No estoy exagerando, ustedes mismos en las noticias pueden comprobar que determinado sujeto asesinó a otro porque supuestamente lo miró feo, o porque le pisó los tenis, etcétera. Les cuento que en este mundo loco hay capullitos tan tiernos que no se les puede ni mirar, pues en su paranoia se inflan como batracios llenos de veneno o resoplan como locomotoras recalentadas. En cambio, y en las antípodas, una persona espiritual podría recibir las peores afrentas y procurará perdonar, si es del caso setenta veces siete (o setenta mil veces siete), como enseñó Cristo.

Por otra parte, una voz interior dice: cuando te desprendes del odio y del resentimiento y de los deseos de venganza el primer beneficiado eres tú mismo. Practicar el perdón es como invitar la salud mental y física a tu casa. Después sí, es obvio,  se beneficia la familia, la sociedad y el mundo entero.

Te comprendo, lector, si consideras que el lenguaje de esta lección corresponde a un idealismo sin fundamento en la realidad. Pero  la historia de la humanidad está llena de personas que han dejado huella por su capacidad de perdonar. En oposición a esos paradigmas de la caridad fraterna, nos encontramos con personas que no pueden vivir sin el combustible del odio, de la amargura y la intolerancia. Es su alimento y razón de vida. Ellos no viven en el odio, es el mismo odio el que vive en ellos y le pertenecen como una posesión. Ustedes, si son un poquito observadores saben que no miento. Los odiosos se acostumbraron a odiar y convirtieron el resentimiento en la energía oscura de sus lamentables vidas. Y si por casualidad cuentan con un caudillo, hasta de pronto se les ocurra hacer y deshacer… si esa fuera la orden que recibieran. En efecto, los odiosos se comportan como máquinas asesinas y reactivas prontas a la voz de un jefe que les dé la orden de acabar, si es del caso, hasta con el nido de la perra… como decía cierto patrón del mal de cuyo nombre no quiero acordarme. No exagero si afirmo que hoy por hoy esa clase de odio está fuera de control, y además es lo que (por ahora) vende y triunfa.

Querido lector, recuerda: primero perdonarnos, y después sí perdonar. Porque sanar el propio corazón de toda amargura y frustración es la mejor inversión de nuestra vida, de esta vida, de la otra vida, de todas las vidas, de la única Vida. Podrá venírsenos  el mundo encima; pero conservaremos nuestro centro, esa zona de calma, paz interior, dominio propio  e imperturbabilidad que no es propia de este mundo sino que corresponde a una disciplina espiritual: es un don. ¡Cuidado! Hay que estar vigilantes porque la paz interior, la calma se pueden perder en un sólo instante. En efecto, en un segundo, y a causa de un impulso ciego, podemos destruir todo lo que hemos construido con inmenso esfuerzo a lo largo de toda nuestra existencia. Es necesario vigilar y observar nuestros pensamientos, sentimientos, reacciones e intenciones… más aún, es una tarea urgente en estos momentos de crisis mundial.

Dichoso el hombre al que le conceden la gracia de perdonar (y, por ende, de amar así) especialmente a sus enemigos... incluso hasta el extremo de amar de antemano y perdonar de antemano a los asesinos de su cuerpo, si es que ese es su destino. El  enemigo, sus enemigos podrán matarle el cuerpo que es un vehículo útil por un instante infinitesimal... Pero no le podrán matar el alma que significa "vida", porque el corazón es nuestro hogar y su destino es la eternidad que comienza aquí y ahora.

Por último: si bien la paz interior se conquista a partir del acto generoso del perdón unilateral (un perdón de corazón, independiente de la actitud del agresor), la paz exterior  y a un nivel social exige tres condiciones: 1. Que los sinceramente arrepentidos, y comprometidos con la no repetición de los crímenes cometidos, pidan perdón; 2. Que las víctimas con generosidad perdonen a sus victimarios. 3. Una comunidad que sirva de testigo y facilite el encuentro entre ambos, y garantice una justa reparación del daño causado.

Nota: tengan presente la luz de esta lección… el perdón sana, el perdón libera, y es una actitud noble, y también una aptitud propia de personas muy evolucionadas espiritualmente. Por eso, corresponde a la más destacada de todas las inteligencias: la inteligencia emocional. Los buenos siempre perdonan, y así demuestran la supremacía del bien sobre el mal. El bien eternamente triunfa, la luz vence a la oscuridad… por eso el perdón es la mejor venganza. Si el hombre bueno acudiera a la venganza se haría semejante a los criminales… en todo caso los justos están destinados a brillar en medio de la oscuridad del mundo.

Posdata: próxima lección… la comunicación.

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