“Se busca ¿literato?”
Opinión

“Se busca ¿literato?”

Por:
junio 23, 2013
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Uno de los capítulos más largos de la historia de la escritura tiene que ver con el desempleo. Fue especialmente en el siglo XIX —para hablar de tiempos relativamente recientes— cuando los escritores vieron que se les agotaba el sistema usual de mecenazgo en el que se recostaban.  Entonces sufrieron en masa un proceso tan serio de “rebusque”, que terminó produciéndose, mediando uno que otro suicidio, una forma específica de la literatura y de la crítica: el Modernismo.  Algunos autores muy serios han dedicado obras y obras a estudiar el fenómeno, y hay quien llame a ese desplazamiento un “despecho social”: la melancolía terrible de no tener un lugar asignado en el inventario de los oficios.

Los literatos que conozco trabajan en distintas cosas y de seguro hay más de uno que ha pasado de los colegios a las redacciones de las revistas, a los grupos de teatro,  a las oficinas de publicidad; o que ha sido mesero, reportero, traductor, disc-jockey,  librero, diplomático. Hay quien se haya instalado por algún tiempo en una oficina corporativa: burocracia estatal y sastrerías incluidas. Muchos trabajan en universidades, dando clases, investigando, organizando agendas culturales, coordinando asuntos administrativos. Otros van de convocatoria en convocatoria, organizándose el mercado del mes, por concurso, en distintos programas de estímulos estatales o privados. Algunos viven de escribir, parte para la prensa y parte sus propios libros. Y otros pocos solo de sus libros. Todos leen (espera uno) y la mayoría ha de tener su “purgatorio de papeles”, tesoros y vergüenzas de la historia literaria propia. Nada de esto me lo estoy sacando del bolsillo, lo digo porque estudié literatura, es lo que he visto: generaciones de literatos, imitadores de Simbad,  como  náufragos, que vamos por ahí comerciando con lo que trae la vida.

Lo que es nuevo para mí es que se busquen literatos. En mi imaginación casi parecería un chiste cruel encontrarse un día con un clasificado en el periódico que dijera: “Empresa privada busca literato. Urgente”.  Menos aún “Importante oficina gubernamental busca literato, informes aquí” . Pero hoy pasa.  Tengo dos ejemplos, seguramente excepcionales incluso si escarbara más el tema y aparecieran otros —¡corríjanme, por favor! —–, que vienen al caso porque ambos son huellas locales de un asunto que parece inédito en nuestra cultura laboral.  Cabe mencionarlos también porque en épocas de desaliento este es el consuelo soñado del rebuscador al que le acaba de llegar una cuenta impagable: alguien me necesita, no tengo que inventarme el universo  cada mañana.

Pues bien, la Universidad Autónoma de Colombia publicó recientemente en su sitio web una convocatoria pública para ocupar el cargo de director de su “Centro de Publicaciones”, es decir, para ser el jefe de su editorial. Es un puesto al que pueden aspirar quienes tengan formación profesional  en literatura, filosofía o lingüística, y pare de contar.  No vamos a entrar en las inconveniencias de asociar el trabajo editorial tan solo con estos tres perfiles (un historiador o un antropólogo, entre otros, no sobran en las lides editoriales…). Diremos sí que el perfil se completa con especificaciones sobre las maestrías y años de experiencia requeridos, pero lo que resulta sorprendente es que haya una labor que se asocia directamente con la formación de los literatos y que, además de incluir filósofos y lingüistas, es exclusiva para ellos. ¿Interesados? aquí.

Más sorprendente aún es que esto ocurra en el sector público. Colombia es un país en el que los literatos han pasado por el Ejército y el gobierno (uno no sabe si hoy le convendrían  más al primero que al segundo), pero lo corriente no es que esto suceda de manera “oficial”.  Se siente alguna novedad en que dicha exclusividad, eventualmente, responda a una política y a la  inserción burocrática, casi silenciosa, con que se constata que la literatura logró profesionalizarse.

El caso es que la Secretaría Distrital de Cultura Recreación y Deporte establece en su resolución 105 de 2013 diversas funciones para los cargos de su planta de empleos temporales, entre los cuales hay al menos tres para literatos. Lo de “temporal” significa que son cargos que con el tiempo se podrían volver permanentes, pero que tienen el mismo régimen salarial de la planta regular. (O sea, casi lo mismo, si me preguntan a mí, que no sé de esas cosas.)  Esos tres puestos son cargos asociados a las comunicaciones, muchas digitales, que necesitan un editor que las acompañe, las coordine, las engrane. Entonces los literatos no solo caben, sino que son requeridos específicamente en las áreas que tienen que ver con divulgación y nuevas tecnologías.

León de Greiff, uno de esos poetas que pasó de los ferrocarriles a las embajadas, siendo por el camino, además, “acontista” (entre contador y tirador de dardos), algún día se burlaba de la improductividad de su oficio como poeta:

¡Y tanta tierra inútil por escasez de músculos!
¡tanta industria novísima! ¡tanto almacén enorme!

Al parecer, debemos al despecho social de otros tiempos la institucionalización de esa cosa tan resbalosa que es la literatura. Tanto codear con el destino le puso un sello profesional al músculo literario en las “industrias novísimas”.  Su profesionalización “oficial” habla de un diminuto pero prolongado cambio social, que de seguro celebrarán las universidades en medio de sus carreras por las certificaciones y quizá también los propios literatos.  ¿¡Albricias!? No sé. La aventura y la inseguridad conjuran sus premios, como la herencia misma, tan potente, del Modernismo. Por ahora, y si hubiera por ahí un potencial suicida, comuníquese y cúmplase.

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