'Roma', un bello y conmovedor mosaico en el tiempo y la memoria

'Roma', un bello y conmovedor mosaico en el tiempo y la memoria

Es un justo cuadre de caja con las vivencias y los sentimientos del pasado, y una propuesta exquisita de contemplar el arte en profundidad

Por: Ricardo Rondón Chamorro
enero 08, 2019
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'Roma', un bello y conmovedor mosaico en el tiempo y la memoria

A la Roma de Alfonso Cuarón se ingresa por la puerta grande de la memoria, que abre otras puertas en el espacio y el tiempo, conexión a vestíbulos y pasillos laberínticos de la infancia de sueños y juegos, del entorno familiar, pero también a recodos grises de la vida en su crudeza y complejidad inexplicables, porque esa es la finalidad de la historia del laureado director mexicano: narrar una y muchas vidas, en las que podemos estar emparentados.

De entrada, la imagen que sirve de trasfondo a los créditos, es una metáfora elocuente a partir de una escena simple, cotidiana: el agua espumosa de jabón que corre sobre unas baldosas, y en la que se refleja un avión al vuelo en un firmamento despejado, símbolo de cambio y libertad.

Metapelícula esta Roma de Cuarón, que rompe con toda clase de arquetipos en su escritura, puesta en escena y rodaje, y nos ubica frente al drama de una generación perdida, la de comienzos de la década de los 70 en un México que aún no escapa a la euforia del Mundial de Fútbol, para enfrentarse a la matanza del Corpus Christie, conocida como el Halconazo -réplica trágica de la de Tlatelolco, en octubre de 1968-,  cruento período represivo contra las protestas estudiantiles bajo el mandato de Luis Echevarría Álvarez.

El trabajo de reconstrucción de un cuadro de familia pequeñoburguesa en una sociedad y una época en la que cualquier latinoamericano se puede ver identificado, es uno de los grandes logros de este filme, mientras que en el engranaje técnico de rodaje y fotografía (esta última de la mano de Cuarón), es una clase magistral de belleza y estética en detalle, virtudes que empoderan a Roma como paradigma del neorrealismo del cine mexicano, seguramente tocado por el legado de Michelangelo Antonioni, o por la enorme obra de Luis Buñuel, en particular Los Olvidados.

El guiño autobiográfico del director y la nostalgia impresa en la poética del blanco y negro, corren las páginas de un álbum familiar que tiene como alma y soporte a Cleo, la doméstica, una joven indígena inspirada en Liboria Rodríguez, o Libo, a quien está dedicada la película, la nana de Cuarón en su infancia, y la de sus hermanos, encarnación de nobleza y sumisión, como era el espíritu y la vocación de la servidumbre en ese entonces, condenada a trabajar de por vida en una casa, con la premisa de sus patronos de que debían estar agradecidas por contar con un techo y un plato de comida seguros.

Cleo, interpretada por Yalitza Aparicio, una joven que el pasado 11 de diciembre cumplió veinticinco años, maestra de Educación preescolar, oriunda de la provincia de Tlaxiaco, del estado de Oaxaca, se ha llevado los aplausos y reconocimientos de la crítica por su debut protagónico desde el León de Oro que conquistó el largometraje en la edición 2018 del Festival Internacional de Cine de Venecia; pasando por La rana de bronce del Festival Camerimage, de Polonia; la nominación a Mejor película extranjera en los Sprit Adwards; la prenominación en la misma categoría a los Premios Óscar, y más reciente, los dos Globos de oro a Mejor película y Mejor director.

Pese a las miradas discriminatorias que reñidas surgen en un mundo racista y polarizado como en el que nos debatimos, Aparicio manifiesta que esta oportunidad no la había soñado ni de adolescente en la comarca de su nacencia, pero que desde que se ganó el rol a pundonor entre 300 aspirantes, y Alfonso -como ella llama a Cuarón-, después de la prueba la miró a los ojos y le dijo que esa era la Cleo que estaba esperando, la experiencia le ha dado un vuelco total a su vida. Vista en pantalla, recalca que no lo podía creer.

Ha sido de tal magnitud su novel estrellato a cuestas, que la encopetada revista Vogue, edición británica, habituada a resaltar el glamour y la belleza de las luminarias rubicundas del cine, registró a Yalitza como modelo en sus páginas, donde aparece con su hermosa mata azabache de cabello suelto, luciendo sedas de prestigiosas marcas en colores primarios, y un breve testimonio de su extraordinario logro:

“Para mí lo más importante es la lectura sensible y humana que Alfonso hace con las domésticas. De hecho, la historia ya está dando frutos en los sindicatos de trabajadoras del hogar, como se les llama en mi país, con repercusión en asociaciones de empleadas de la comunidad latina de los Estados Unidos. Ese aporte me llena de gran moral y orgullo, porque Roma también es un homenaje a mi madre que fue doméstica, y que con sus esfuerzos y sacrificios nos dio estudio y nos sacó adelante”.

“No son justos los salarios ni el trato marginal y humillante que se les da a las trabajadoras, por su procedencia, por su linaje, por la falta de estudio y de oportunidades. Cuando la película llegó a Tlaxiaco, mi pueblo, la emoción fue impresionante. Cundió en toda la aldea, y muchas mujeres se identificaron con Cleo. Me pedían autógrafos y fotografías con ellas”.

“Me encantaría seguir en el cine, aunque mi proyecto es la educación. Jamás había descubierto que tenía talento para actuar. Esto apenas es el comienzo, pero no hay mayor límite que el que uno se pone. Fue increíble trabajar con Alfonso, aunque yo no sabía quién era él. Pero desde el primer instante me pareció una gran persona, muy humano, y un genio con la cámara”.

La genialidad de la cámara de Alfonso Cuarón, que refiere Yalitza Aparicio,  bien se sabe y con sobrados méritos y congratulaciones, tiene precedentes en películas como Y tu mamá también y Gravity. El director mexicano sostiene que en los anteriores largometrajes ya se habían urdido claves secretas de Roma. De, Y tu mamá también, reconoce el encendido del motor que años más tarde condujo a escribir un drama alrededor de su nana, cuando los adolescentes en su delirante aventura de carretera hacen una parada en Tepelmeme, el pueblo natal de Liboria, que en dicha historia es Leogarda, la misma que los atiende con unas quesadillas. De la oscarizada Gravity, afirma que es un homenaje a Roma.

Ese marcado vínculo de la memoria entre el cineasta mexicano y la joven mujer que lo ayudó a criar con tal amor y dedicación que de niño la llamaba mamá, se gestó varias décadas atrás. “Era una deuda prolongada que tenía con Libo”, ha declarado Cuarón, que no desconoce que en el grueso de su contenido, exista una baraja de referencias autobiográficas (la compleja relación de sus padres que terminó en ruptura, el mismo número de hijos, la abuela, etc.), sin ser una película confesional.

Pero sí un tributo a su familia, sobre todo a aquellas mujeres luchadoras como su madre, invisibles como la doméstica, protectoras como su abuela, con una enorme carga emocional por darlo todo a cambio de nada, en medio del machismo imperante, de la carencia de oportunidades, menos de liderazgo, donde se hacía lo que el hombre de casa a su capricho impusiera.

Roma expone problemas y diferencias del núcleo familiar, que el director  contextualiza con el momento histórico, político, social y cultural que vivió en la emblemática colonia mexicana de los años 70, hoy transformada en un atractivo turístico frecuentado por sibaritas del mundo, intelectuales, galeristas y cultores del arte en todas sus expresiones.

Mucho tiempo antes de escribir el guion -según él el más ágil y rápido de los que hay escrito en su exitosa carrera-, el cineasta convocó a Libo a una serie de encuentros y diálogos para afianzar sus recuerdos y nutrirse de cómo era su rutina, los oficios de entre casa, la relación con sus padres, sus hermanos, su abuela; el entorno del barrio, el mercado al que solía acompañarla, y los esperados matinés dominicales, con esa impronta lúdica del circo ambulante latinoamericano de buhoneros, malabaristas y vendesuertes a la salida de la función.

Cuarón no se reservó nada en este ejercicio preliminar de reportería, que luego plasmó en el guion con sobrado material y lujo de detalles. Su cámara magistral lo narra en minucias, con una delicadeza y sensibilidad imperturbables. Pinta un cuadro de época en el que todo encaja en sincronía: la banda sonora representada en la Nueva ola latinoamericana: Leo Dan (Te he prometido), José José (La nave del olvido), Javier Solís (Sombras nada más), Rocío Dúrcal (Más bonita que ninguna), Juan Gabriel (No tengo dinero), Los pasteles verdes (Angelitos negros), Luis Pérez Mesa (La india bonita), Pop Tops (Mamy blue), Christie (Yellow river), entre otras.

Obsesivo en la perfección y el detalle, puso a revolar en cuadro a productores y directores de arte para que consiguieran los inmensos y espaciosos automóviles, uno de ellos, el del padre, que la cámara recrea ingresando lento y torpe al garaje, una de las tantas escenas de acentuado realismo, como ordenar también que los cajones y compartimientos de los armarios, que no se abrieron en el rodaje, se llenaran con prendas y calzado de la época.

Cada plano está ligado a un riguroso proceso de investigación y creatividad, en este caso con la fórmula personal de Cuarón, que en Roma, lo sustenta: atrapar el primer recuerdo que lleva de la mano a otros recuerdos, como esa llave mágica que va abriendo todas las puertas posibles en el tiempo y en el espacio, y que no tiene otro secreto que el acto de rememorar desde el presente.

Otro detalle curioso que resaltar, es que en Roma Cuarón fue esquivo con el guion, que escribió en un orden absolutamente cronológico. Sólo repartió listas de instrucciones a los diferentes departamentos. Sucedió con los mismos actores: antes de rodar una escena, les compartía una escueta información de la vida de los personajes que deberían interpretar. Ya con las cámaras activas les daba los diálogos escritos y les sugería cómo interactuar y responder a las emociones, porque la idea no era interpretar sino existir.

Por supuesto que la preparación tanto técnica como histriónica resultó prolongada y dispendiosa. Fue, en sus palabras, un rendirse a los momentos, en medio del desorden que él mismo propició, consecuencia de ese músculo narrativo que ha desarrollado como escritor y director, y que él es consciente le ha brindado un potencial para superar esa complejidad transgresora y ecléctica del cubo de Rubik: organizar el caos con tacto y fluidez, en el menor tiempo posible.

Su familia también fue vital en esta recapitulación. Cada uno aportó lo suyo desde el respeto y la discreción, sin evaluar juicios ni cuestionar decisiones. La empatía y la generosidad fueron de parte y parte.

Hay escenas de Roma filmadas con tal esmero y sensibilidad que quedan para siempre en la retina, por la sencilla razón de que a su vez quedaron impresas en la retina de Cuarón niño, luego adolescente , como la de la matanza del Corpus Christie, el adiestramiento con artes marciales de los grupos paramilitares, el terremoto del 85 en México, cuyo realismo en pantalla compromete al espectador, o el riesgoso y no menos imposible plano secuencia de los bañistas en una mar enfurecida, que sugiere el poster oficial de la película. Solo por nombrar algunas.

Sobraría decir que el trabajo fotográfico es de exposición. Seguramente pronto se conocerán noticias de apreciar colgada esta obra magnífica en algún museo o galería, porque la cámara genial de Cuarón, en labios de Yalitza Aparicio, su musa en el rodaje, propone un efecto magnético de comienzo a fin, no se permite treguas, narra en profundidad, no se exime del mínimo detalle, escudriña con pasión en este maravilloso juego entre realidad y ficción.

Hay un cierto aire en Roma de Nostalghia (1983), del gran Andrei Tarkovsky, quizás un espejismo de esa pulcra atmósfera, ese impecable lenguaje visual que el director ruso concebía en el cine como el arte de esculpir el tiempo sin resquebrajar la memoria, que en la película de Cuarón es visible y contundente en su cometido de describir la belleza y la dureza de la vida, con todos sus bemoles y complejidades, su exaltación y su finitud irremediable. Y subrayar que el director, en esta, su obra maestra, no mira, sino que contempla.

Lo anterior agregado a la hazaña lograda con su distribuidora Netflix: romper con los cánones establecidos de la prestigiosa marca al proponer un drama en blanco y negro, de época, al principio propuesta insolente, por no decir descabellada para algunos de los ejecutivos, pero una vez cobrado el arrollador éxito y los galardones de los festivales, sacar a Roma de las plataformas para exhibirla en salas, hasta ese momento, fenómeno impensable para la pujante compañía.

Sin ninguna pretensión y sin intenciones excluyentes, cabe advertir que Roma no sería apta para los públicos de Rápidos & Furiosos, La muñeca diabólica o los Paseos de Dago García, respetando gustos y euforias cinematográficas.

Roma es un bello y conmovedor mosaico en el tiempo y la memoria, un justo cuadre de caja con las vivencias y los sentimientos del pasado, y una propuesta exquisita de contemplar el arte en profundidad, atentos al asombro, la conmoción y la ternura, en finadas cuentas, un acto de redención con la vida

(Muy seguro que el próximo sábado 24 de febrero veremos a Alfonso Cuarón y a Yalitza Aparicio en el Teatro Dolby de Hollywood, en la gala de premiación de la entrega de los Premios Óscar, celebrando la estatuilla concedida a Roma como Mejor Película Extranjera. A bien que se la tienen más que merecida).

 

Título de la película: Roma

Género: Drama

Dirección, guion y fotografía: Alfonso Cuarón

Productora: Esperanto Filmoj (Alfonso Cuarón)

Distribuidora: Netflix

Fecha de estreno: abril de 2018

Duración: 135 minutos

Reparto:

Yalitza Aparicio: Cleodegaria Cleo Gutiérrez.

Marina de Tavira: la señora Sofía, madre de la familia.

Daniela Demesa: Sofi, hija de la familia.

Diego Cortina Autrey: Toño, hijo de la familia.

Carlos Peralta: Paco, hijo de la familia.

Marco Graf: Pepe, hijo de la familia.

Nancy García: Adela, la otra empleada de la familia.

Verónica García: doña Teresa, madre de Sofía.

Andy Cortés: Ignacio.

Fernando Grediaga: señor Antonio, esposo de Sofía.

Jorge Antonio Guerrero: Fermín, novio de Cleo.

José Manuel Guerrero Mendoza: Ramón, el novio de Adela.

Zarela Lizbeth Chinolla Arellano: doctora Vélez.

Enoc Leaño: el político.

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