Transcurría el final del siglo pasado cuando regresé a mi hospital materno, el San José en Bogotá, para echar una “miradita” a su transformación luego de unos veinte años de haberlo dejado. ¿Cómo no visitar a mi antiguo y muy querido profesor?, me dije. Entre charla y charla me va contando de cómo ya no lo invitan a dar tantas conferencias, de su labor realizada y, como si fuera lo más natural (para mí en ese entonces no lo era), de su intención de retiro de la profesión y me suelta: “Es hora del relevo generacional”. Quedé asombrado de esta intención viéndolo tan lozano y activo.
Dar paso en la política, en lo social, a las nuevas voces, es impulsar la creatividad de los demás, de la impetuosa juventud, reconociendo que allí existe no solo un gran potencial sino un verdadero renovado quehacer humano. Se es humilde cuando se entrega la responsabilidad del poder y se asume que ya es “otra” nuestra responsabilidad (valga la redundancia). Queda atrás la arrogancia, se ha madurado. También así se es grato con quienes nos permitieron asumir la nuestra, cuando a su vez ellos, nuestros mayores, hicieron su respectivo relevo generacional.
Es claro que esta reflexión surge a raíz de la situación por la que transcurre el país. No podemos quedar al margen.
Se afirma con una nueva anécdota, recién cocida. El homenaje que realizaron a un colega en el transcurso de una reunión de la sociedad de fisiatría hace apenas ocho días. Homenaje a una vida dedicada a la rehabilitación. ¡Cuánto me alegré! Al tiempo me hizo caer en cuenta que el relevo generacional para nosotros ya es una realidad. Más alegría. El bienestar se siente.
Al acoger el relevo, quien lo hace envía un mensaje claro y fuerte: estoy aquí, sigo activo, mis opiniones cuentan, puedo aportar, pero lo hago desde una postura en que he conocido que tratar de poseer “la verdad” y ostentar “el poder” no hacen sino daño —una sola verdad, un único poder, eliminan la biodiversidad del quehacer humano—. Estoy abierto al diálogo, constructivo, enriquecedor otros lo ejecutarán y yo estaré orgulloso de ellos.
Un diálogo entre las dos generaciones enriquece.
Nadie queda pobre por entregar las llaves.
Su alma engrandece
Relevo en empresas, hospitales, universidades, colegios, en el seno del hogar, ayuda a la confluencia de la sabiduría de la vejez, con el impulso de la juventud. Un diálogo entre las dos generaciones enriquece. Nadie queda pobre por entregar las llaves. Su alma engrandece.
Hoy comprendo y sé, por experiencia, que cuando se decide el relevo generacional por voluntad propia, no queda la vida en un limbo de pasividad. No, se transforma el diario quehacer y se sigue con la esencia de lo que se ha hecho durante la vida, pero con nuevas formas adaptadas por la experiencia. Sin las expectativas de la juventud, ya que se ha aprendido que —hacer— con amor, sin lucha, sin querer imponer, sin esfuerzo inútil, es bello para esta etapa de vida.
