Reincidiendo con el Trastorno de Ansiedad Generalizada (siete años después)

Reincidiendo con el Trastorno de Ansiedad Generalizada (siete años después)

Cuando salí de la última consulta, pensé que estaba curada. Hoy hago un recuento de esta segunda temporada con el TAG del que juré que jamás volvería a saber

Por: Lorena Arana
octubre 15, 2024
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Reincidiendo con el Trastorno de Ansiedad Generalizada (siete años después)

Aquí, recostada en la cama en la noche serena de un día sereno, hago un recuento de esta segunda temporada con el TAG, Trastorno de Ansiedad Generalizada, del que juré que jamás volvería a saber. Estaba convencida y ese fue el primer error, cometido inocentemente, claro. Solo fue la ignorancia de pensar que, superado un desorden emocional de tal calibre, uno no debe volver a la terapia y se las sabe todas; mas, ¿qué? Si solo era una mujer, a sus 31 años, inocente de lo que venía y que, para ser sincera, solo se sintió completamente bien por alrededor de tres meses.

Tuve varios simulacros antes de encender de nuevo la alarma. El primer momento en que me percibí recuperada fue cuando viajé a estudiar a España. Entonces, volví a mí. Mejor dicho, me regresó la vida y los días eran hermosos, casi irreales de la naturalidad con que experimentaba ser yo de nuevo, re-descubrirme tras el tsunami, terremoto, huracán, que uno atraviesa cuando un trastorno lo agarra y solo lo suelta dos años y medio después..

Las primeras banderas rojas o “red flags” tuvieron que ver con situaciones de violencia verbal y psicológica que experimenté estando allá. Me sentí terriblemente. Sin embargo, confiaba en que fuera una reacción normal y esperable, con justa causa; y, para dicha época, fue mi regreso a Colombia. No obstante, ya en casa, continuaba mi sufrimiento. Y, mediante pensamientos intrusivos, la reconocí a ella, a la ansiedad. Había vuelto; aunque me encontraba tan golpeada emocionalmente por lo que había vivido, que confiaba en que se tratara de algo temporal, como una secuela.

Pensando que ni mi madre se alegraba de verme, comparándome con otros constantemente, asimismo consideré que se debiera al cambio de ritmo entre mi vida en el otro país y la de acá. No obstante, el tiempo transcurrió y conocí nuevos síntomas, como cierta fobia repentina a manejar en carretera que, alguna vez, me hizo fingirle a mi madre tener sueño para que ella continuara el trayecto. En aquel momento, pensé: “Necesito ayuda” y pedí una cita con la psicóloga, que estaba disponible para mes y medio más adelante; lapso durante el cual conocí el Reiki y, me crean aquí o no, todo volvió a la normalidad dos semanas luego de finalizadas las sesiones; durante las que, por cierto, ahí sí la sentí tantita, a la ansiedad saludando en todo su esplendor, a punto de tener un ataque de pánico en cada encuentro.

Previo a tal, alcancé a tener la cita con la psicóloga; pero, cuando llegó la segunda y para mi sorpresa, por las razones que menciono, me había aliviado de todo. Así que di por terminado el segundo simulacro en una falsa calma que se desdibujó poco a poco, dándole entrada a aquella versión ansiosa de mí que ya conocía y que se fue disfrazando de hipocondríaca a un punto en que ya no la pude soportar, afianzada por un caso de acoso sexual en el gimnasio que duró un año y con el cual también creí que podía y al que adjudiqué mi estado de ánimo profundamente alterado; hasta que, una tarde, me encontré hiperventilando por al calle, sin lograr ayudarme con mis viejos y confiables mantras; hablando con el brazo izquierdo dormido, imaginando estar a punto de explotar; frente a lo cual me cambié de sede y creí haber resuelto el problema, aun cuando había tocado el límite.

Y, a continuación la hipocondria me envolvió por completo, con todas sus fuerzas. Me llevó de vuelta al consultorio de la psicóloga y, en dicho momento, el TAG se soltó de nuevo dentro de mí, como si solo lo hubiera estado conteniendo durante tales años (seguro así fue).

Comí carne de res en la terapia porque me daba miedo ahogarme. Básicamente, se me prohibió googlear síntomas físicos. Tuve muchísimo pensamiento rumiante, un tic. La culpa patológica, a la que sentía que daba tan buen manejo hacía tiempo, me abrumó. Sospecho que me volví más irritante. Sufrí insomnio. Un día no me sentí capaz de comerme una hamburguesa y me fui a casa, otro par creí no poder respirar. En una oportunidad pasé seis horas rumiando el mismo pensamiento y creo que tuve niveles de cortisol y adrenalina tan altos; que, el pasado junio, en más de una ocasión, quise correr a la sala de Urgencias para que me aplicaran algún ansiolítico que me dejara, por fin, descansar. ¿Y todo para qué? Para aprender a poner límites, un asunto que tenía pendiente, cuya importancia no me había quedado clara entre todos los aprendizajes que me había dejado el TAG en su primera presentación, siete años atrás.

Esta vez, a pesar de mi experiencia, en momentos, sentía que la teoría no era suficiente. Los métodos que conocía ya no me funcionaban, no daban abasto. ¿Quién va a querer volver atrás en un caso de estos? Claro, empero reconozco que era necesario. Es más,  no me parece tan descabellado comparar al TAG con un tsunami porque lo he sentido tal como oleadas que, quizá, empecé a experimentar, desde niveles casi imperceptibles, estando en España; y que, cuando cogieron fuerza, me tumbaron, me arrastraron, me llenaron de arena el cuerpo, me obligaron a tragar agua salada. Me levanté. Me llevaron lejos, me hicieron comer arena. Me volví a poner en pie, me agarraron un poco mejor parada y hace unas semanas, tenía a la culpa patológica trepando por mi mente, como un mono, de rama en rama.

La psicóloga me ha aconsejado que, cuando me sienta mal, evalúe el porqué. Sin embargo, también aprendí a dejarme llevar cuando no lo encuentro, a aceptar que es parte del proceso y que la peor opción sería pretender ir contra la corriente. Lo que viví en 2017, cuando el TAG cambió mi vida, ha sido mi guía y mi polo a tierra. La ansiedad se convirtió en algo así como la parte más instintiva de mi ser de la que he sido plenamente consciente, una vieja conocida que me da tres días intensos, posteriormente uno tranquilo, otro terrible y, luego, de repente, una semana feliz; mas sé que, entre dicho frenesí, avanzo. Metiéndole el alma es como se supera; como decía un meme que vi hace poco: “Es mi proceso y, si yo quiero, recaigo”.

Procuro transitar el TAG sin presiones, ni afán, de la manera más natural; porque no hay de qué avergonzarse. Este año volví al consultorio de la psicóloga y le dije: “pensé que podía, pero no”. Volví a ser paciente, a sentir que la cabeza me había quedado grande. Este año tuve miedo a muchas cosas, la ansiedad me dio lecciones que no hubiera aprendido de otra forma. Anteayer me sentí mejor que hace años. Hoy escribo esta columna para el mismo medio en que, otro día, publiqué una llamada “Lo mejor que me dejó un trastorno”.  

Y esta noche, aquí y ahora, me siento bien.

10 DE OCTUBRE: DÍA MUNDIAL DE LA SALUD MENTAL

HAY DÍAS

Por: Lorena Arana

 

 

Hay días de días;

intensos,

otros más suaves, tranquilos.

 

Hay días que son los peores de todos,

los mejores.

Neutrales,

hay días normales,

de milagros.

 

Los hay en que lo más simple es complejo

o lo más complejo se hace simple;

siento que estoy bien,

que ya pasó,

que no necesito la terapia.

 

Luego la busco como perra desesperada.

 

Hay días en que lo olvido,

vuelvo a ser yo.

Otros en que “yo” se pone duro,

pesado;

o, por el contrario, fácil,

extrañamente fácil;

tanto, que sospecho.

 

En este sendero,

hay días así

y días asá.

 

Yo lo camino.

 

Hay días en que pienso: “Si pasa algo, me muero,

no podría soportarlo”,

algunos en que creo que será así siempre.

 

Entonces, mañana amanezco diferente.

 

Hay días en que lo aguanto todo,

me sorprendo.

 

Otros en que la realidad me estrella,

cual mareo después de dar vueltas:

tan real como falso.

 

Hay días angustiados

o en que sueño con irme y seguir mi vida.

Hay días en que me acuerdo.

 

Y nadie entiende más que yo,

solo quien lo vive.

 

Casi experta

y hay días,

reincidiendo con el TAG,

siete años después.

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