Razones para desconfiar de Petro

Razones para desconfiar de Petro

El electo presidente promete un Acuerdo Nacional, pero la realidad de su trayectoria política despierta sospecha. 10 millones de personas no votamos por él

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julio 07, 2022
Razones para desconfiar de Petro
Foto: Leonel Cordero

Si no le tiene miedo a las consecuencias de sus decisiones, ¿cómo puede aprender a tomar en serio sus escogencias?” Tocqueville

En este blog voy a concluir lo que comencé la semana anterior, que explica las realidades que no podemos ignorar y que nos obligan a desconfiar de las verdaderas intenciones del nuevo mandatario de los colombianos. Especialmente a la luz de su propuesta de un acuerdo nacional, la reunión con Uribe y la apertura de los partidos para apoyar al nuevo gobierno.

Hoy, a escasas dos semanas de la elección, el tema se vuelve aún más urgente, cuando sin pudor, los desprestigiados partidos políticos corrieron a buscar la sombre del nuevo gobierno. Lo hacen no por afinidad ideológica o programática, sino para proteger sus propios intereses y no los de los votantes, que los eligieron.

Mientras tanto, los 10,5 millones que votamos en contra del nuevo mandatario o en blanco y los 17 millones que se abstuvieron de votar quedamos al garete. Es un chiste de mal gusto esperar que el cambio prometido se vaya a realizar con los mismos que nos han traído hasta aquí. La “real política” se impuso, dirán algunos, o “todo cambia para que nada cambie” dirán otros. Esa es la verdadera realidad de nuestra clase política que no oye ni entiende.

Realidad: una cosa es ganarse el premio mayor del poder con el 29% y otras muy distinta el de querer gobernar teniendo al 71% de la población votante en contra o indiferente. Además, es muy distinto haber llegado al poder generando altísimas expectativas de cambio ofreciendo el oro y el moro, y otra es poderlas cumplir con un entorno interno y externo tan complejo.

Creo que habría hoy un consenso en el país: son muchas las heridas que se han producidas por tantos años de violencia. Lamentablemente, el hoy presidente electo, miembro 30 años de esa misma clase política, permitió y promovió con su discurso y su comportamiento para llegar al poder que la violencia llegara al mundo digital de la campaña.

Así quedó expuesto en los bochornosos videos que salieron a la luz pública. En ellos se mostró la manera deliberada como se hicieron planes para tal efecto, con el consentimiento del entonces candidato, cuya presencia fue captada en estos videos de varias reuniones.

Sin ningún cuestionamiento ético, se realizó una asquerosa campaña de desprestigio personal contra sus adversarios, a quienes se les trató como unos enemigos a eliminar. Dado que los hechos no se pueden negar, ¿por qué pide el nuevo presidente que no desconfiemos de él, cuando ya posicionado pueda volver a repetir la estrategia contra sus opositores que tanto rédito le dio? ¿por qué debemos de esperar que su comportamiento como mandatario vaya a cambiar?

Para los fans que votaron por él, está transgresión que bordea lo penal no les movió la aguja un milímetro en su decisión de voto. Esta realidad muestra una elasticidad en los límites éticos muy preocupante que hoy se observa en la sociedad colombiana. Así se explica por qué hemos caído tan bajo. Todo vale y es perdonado en el camino de llegar al poder. Con ese ejemplo, ¿por qué esperar un comportamiento distinto en el resto de la gente?

Pero hay más. Con un ejemplo tan lamentable, ¿con qué fundamentos van a poder esperar estos votantes el cambio en las costumbres políticas que tanto reclaman? Esta es la realidad patética que muestra algo todavía más preocupante: la pérdida del norte ético que impide que haya una sanción social contra los dirigentes políticos que impunemente hacen lo que quieren.

Realidad: la trayectoria como un opositor populista que ha demostrado toda su vida el nuevo capitán del barco llamado Colombia, que hoy navega en medio de un mar tan revuelo y tormentoso. En estos últimos años, ha evidenciado una habilidad sobresaliente para sembrar el odio y el rencor. Así lo hizo desde los balcones de la Alcaldía de Bogotá.

Después de la pandemia, con oportunismo político muy fino, capitalizó el malestar de mucha gente. De manera incendiaria, amplificó las claras debilidades de nuestra democracia y la incapacidad del Estado, que ahora va a presidir y tratar de cambiar. En los próximos cuatro años, sino más, tendrá que lidiar con las expectativas desbordadas que creó en sus votantes. También, con la desconfianza de la mayoría de la población que no votamos por él.

Ahora en el poder, y hablando “del amor”, va a tener que contrarrestar el odio que sembró durante sus ocho años de campaña para llegar al poder. La realidad se impone obligándolo a reconocer que con solo con un 29% de la población a su favor el cambio no es realizable ni sostenible.

Realidad: El más grande reto que tiene hacia adelante el nuevo gobernante, si quiere realmente liderar un propósito común que nos una como sociedad, es el de volver un activo la diversidad y complejidad de nuestra sociedad. Va a tener que generar unas dinámicas distintas, que promuevan nuevos liderazgos colectivos, para que haya una verdadera apropiación, empoderamiento y corresponsabilidad desde lo local, de la sociedad

Necesitamos fortalecer a la sociedad para que asuma un papel más activo y menos mendigante de los cambios que se necesitan. Una sociedad con más poder que pueda controlar al Estado y colaborar con él en el proceso de transformar la realidad, tal como lo explica el profesor James Robinson en su último libro El corredor estrecho. Esto sí que sería un inmenso cambio que le daría un sentido más creíble un acuerdo nacional.

Pero esto requiere también que estemos dispuestos a cambiar a nivel personal y como ciudadanos la mentalidad de sentirnos víctimas y no actores fatalistas, mendigantes y cortoplacistas, que hoy define nuestra cultura

Lo que necesita urgentemente la sociedad colombiana es desarrollar ciudadanos responsables, para que nos merezcamos ser tratados como verdaderos adultos y no como unos párvulos irresponsables, que esperan milagros cuando no los hay. Esto explica el que busquemos como sociedad la figura del Caudillo capaz de resolver todos nuestros problemas. También el porqué llegó al poder el actual presidente electo

Sin embargo, paradójicamente es la gran oportunidad histórica que tiene el nuevo mandatario y su movimiento para que hagan honor a su nombre: “El Pacto Histórico”. Es un reto que va a poner a prueba su capacidad de líder más que de ser el caudillo de un % muy bajo de la población.

Tiene que evidenciar con hechos, que es capaz de dominar su talante autoritario y de mostrar unas intenciones transparentes y sinceras, que unan y no dividan más a todos los colombianos. Espero por el bien del país que pueda demostrar esa capacidad de cambiar, que le permita ser un ejemplo para quienes hoy lo vemos con tanta desconfianza.

Realidad: gobernar como el Llanero Solitario un país tan complejo como el nuestro es imposible en el entorno actual. Se requiere contar con un equipo sólido e impecable en su comportamiento, capaz de llevarle la contraria al primer mandatario cuando sea necesario. Esa es la verdadera lealtad.

Para que esto sea posible, va a tener que mirar con lupa y no con oportunismo el equipo que lo va rodear, ya que el de su campaña estuvo muy lejos de ser el que le puede ayudar a cambiar para lograr la transformación que quiere impulsar. Porque los Petrovideos mostraron que se ha rodeado de personas que no les importa torcer las normas con el potencial de generar graves escándalos o hechos de corrupción. Este ha sido el ejemplo de Castillo en el Perú. El resultado: se mina totalmente el respeto y la credibilidad que es fundamental para gobernar y sobre todo, liderar el cambio que el país necesita.

Realidad: también implica que el presidente electo le haga caso a la Dra Marina Muzzucato profesora de Economía, reconocida internacionalmente y que parece admirar. Ella, que tiene una posición de izquierda, afirmó en una entrevista reciente que el problema de la mentalidad de la izquierda es que no se ha sintonizado con la realidad actual, ya que solo piensa en la redistribución y no en la generación de riqueza. Así no hay desarrollo posible ni sostenible.

Se necesita generar confianza, con reglas de juego claras y sin caprichos ideológicos destructivos, para convocar a los empresarios como unos actores fundamentales para el cambio. Ellos son fundamentales para acelerar o retrasar los cambios que el país necesita. Pero también, los empresarios tienen que cambiar y reconocer que hay un nuevo entorno donde deben de colaborar para mejorar las condiciones de todos. La sociedad le está exigiendo a las empresas una ampliación de su rol y una mayor responsabilidad.

Realidad: para liderar la transformación de la realidad de una sociedad, primero hay que demostrar la capacidad de cambiar a nivel personal. El ejemplo es Mandela, después de haber liderado una lucha violenta contra la discriminación racial en Sudáfrica y pagado 27 años de prisión. Este exguerrillero tuvo una transformación hacia una visión muy distinta de la realidad.

Esta experiencia traumática le permitió a Mandela liderar a su país en la transición del apartheid a la democracia. Entendió que, una vez elegido como el primer presidente negro de su país, tenía que convocar a una nación profundamente dividida de blancos y negros, alrededor de la imagen de la Nación del Arco Iris. Entendió que los necesitaba a todos sin distinción de color. Su ejemplo le dio la credibilidad y los inspiró. (Ver en YouTube la película Invictus que es muy pertinente para nuestro caso)

Realidad: la vida pública del presidente electo no ofrece una evidencia de un cambio similar. Al revés, ya en con el poder, la mayor preocupación es que se acentúe su talante autoritario y déspota, así como la falta de transparencia que mostró como alcalde y en esta campaña.

Números testimonios muestran que no es una persona que se deje leer para quienes han estado cerca de él. Por esta razón, su talante genera mucha desconfianza sobre sus verdaderas intenciones, que mueven la agenda oculta que realmente va a querer imponer.

Estos rasgos de carácter hacen poco creíble su verdadera intención al convocar a una unidad nacional. También pone en duda su oferta de respetar la democracia que lo llevó al poder, y de no buscar quedarse en él indefinidamente como Maduro en Venezuela. A lo largo de su campaña, mostró que no tuvo ningún reparo en mentir, si esto lo acercaba a su objetivo.

Realidad: Como lo demuestra la historia de agresividad, odio y rencillas que nos han dejado los pésimos ejemplos de Duque, Uribe y Santos en los últimos años, estas nunca serán unas bases creíbles para lograr el tan cacareado cambio que piden millones de colombianos, no solo quienes votaron por el nuevo mandatario de todos los colombianos. Este estilo es el camino seguro para frustrar a sus votantes y de paso , dejar el barco Colombia encallado o a la deriva. Esa no puede ser la realidad.

Con la propuesta de convocar a un acuerdo nacional, el nuevo presidente parecería que está buscando enmendar la plana ahora que ya llegó al poder. Desafortunadamente para él, si no reconoce el impacto ni la lectura que nos hacemos millones de colombianos que no somos sus fans de su trayectoria anterior, y acepta que esta genera una inmensa y fundamentada duda, no le va a ser creíble ni posible lograr el cambio personal necesario para liderar el redireccionamiento de la sociedad colombiana.

El verdadero cambio para un acuerdo nacional es aceptar que podemos estar respetuosamente en desacuerdo desde la diversidad, sin convertir en enemigos mortales a quienes piensan distinto. Esto requiere un cambio personal en todos los colombianos, arrancando con el ejemplo de quienes hoy están en el poder. Implica una capacidad de liderazgo, y no de caudillismo, a diferentes niveles de la sociedad, cuya capacidad hay que construir. Solo así podremos defender la democracia y nuestra libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 

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