Piano y contrabajo en la memoria
Opinión

Piano y contrabajo en la memoria

Noticias de la otra orilla

Por:
febrero 21, 2015
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Sucedió en un diciembre de 2009. La cita estaba planteada con un dúo desacostumbrado en la trayectoria misma de los Conciertos del Mes, un concierto de piano y contrabajo, en el que, desde luego, el protagonismo lo tenía el instrumento en el que se hizo virtuoso Dragonetti. Los artistas, Ángela Contreras, en el contrabajo, sutil y poderosa al mismo tiempo, y un joven francés, Clement Griffault, al piano, y sus modestísimos currículos  no sugerían la clase de experiencia excepcional que terminaron propiciando aquella noche.

Abrió ella el concierto en solitario, a la manera de Bach que es imprescindible en el gran repertorio internacional del contrabajo, la Suite al estilo antiguo del compositor austriaco fallecido en 1972 Hans Fryba. Contrabajo solo en dos movimientos contrastantes que sirvieron para demostrar lo que alguna vez decía un conocido intérprete argentino: que “el contrabajo no es ni un elefante, ni el abuelo de los violines, ni un instrumento de notas indefinidas o un mueble con cuerdas, sino un delicado, lírico e imponente instrumento solista”. Y así fue, sin duda. Era claro que aquella audiencia no sospechaba los alcances delicados en extremo a que es capaz de llegar un buen intérprete de ese instrumento.

Siguió el Nocturno de Tchaikovsky para contrabajo y piano, y aquí salió a escena el joven Clement Griffault, francés nacido en Cahors, para realizar un extraordinario trabajo de acompañamiento a quien se sabía dueña del trabajo más arduo aquella noche. Cumplimiento y discreción podrían decirse del trabajo del pianista en aquella exquisita pieza del compositor ruso llena de melodías y sonoridades sorprendentes de manos de una joven contrabajista colombiana.

La tercera pieza era la Sonata Arpeggione de Franz Schubert, que al igual que las obras de Fryba y Tchaikovsky, y las de Gliere y Koussevitzky, que seguirían luego en el concierto, hacen parte de diferentes momentos de todos los currículos académicos y repertorios concertísticos del contrabajo en el mundo contemporáneo. Y nuestra contrabajista los conoce porque hacen  parte también de los temas imperativos en las convocatorias para ese instrumento de la orquesta Filarmónica de Bogotá en la que ella se desempeña como músico supernumerario desde 2005. Es decir, es un repertorio en el que se percibe claramente el estudio y dominio que la intérprete tiene de sus exigencias.

Aquí Schubert, cargado de melodías dulces y difíciles, ofrece la oportunidad para que estos dos instrumentos cuenten un poco acerca de la desgarradora grandeza espiritual de este trágico de la música universal en uno de los momentos más emocionantes de este concierto en el que el contrabajo muestra su alta capacidad conmovedora proveniente de sus ricas posibilidades y matices expresivos.

Cerraba la primera parte del programa una Tarantella, no de un compositor popular italiano reconocido, como alguien podría fácilmente suponer, sino la obra del compositor y político ruso, admirador de Stalin, Reinhold Gliere, autor de piezas escénicas para ballet y ópera, obras para piano, conciertos, sinfonías y otros trabajos orquestales.

Al escuchar esta tarantella nos sorprende y emociona ver cómo un compositor ruso, con la sensibilidad de alguien lejano a esos referentes particulares de la cultura popular italiana, construye una pieza moderna en la que se concilian los rigores de la música rusa y la alegría latina desatada; pero nos viene aquí de manera inevitable para atenuar el asombro el referente de otro ruso, Korsakoff, y aquel bellísimo Capricho Español que alguna vez compuso cuando era miembro de la Marina Rusa de paso por España. La obra de Gliere alterna lo que podríamos llamar el estribillo popular que define la danza italiana de la tarantella, exigente para este caso en muchos recursos del arco, con un pasaje de profundo lirismo en el que la pieza alcanza su máximo esplendor y belleza, para regresar de nuevo en repetidas ocasiones al juego circular del tema principal y el leitmotiv melódico que comentamos.

De regreso del intermedio nos encontramos con tres movimientos densos y profundos y conmovedores de otro compositor ruso: Serge Koussevitzky,  contrabajista, autor del Concierto Op. 3, para contrabajo y orquesta, en este caso en reducción para piano y contrabajo. Una verdadera prueba de fuego en la que se sostenía toda la segunda parte del concierto de esa noche y en la que el contrabajo exige ser interpretado con la solvencia de un violín, en una obra en la que el compositor, virtuoso él mismo del instrumento, y director de orquesta además, arquitectura una obra de grandes caracteres sonoros y de extraordinaria belleza.

Es absolutamente imposible no detenernos en la grandeza del segundo movimiento, el andante, en el que, reposadas las turbulencias de las ideas y los planteamientos iniciales, se llega a una maravillosa extensión plácida y tranquila, en la que la obra logra su más significativa capacidad de conmoción y el contrabajo pareciera ser más violín que nunca, para terminar el movimiento en un delgado hilo de música que quisiera sostener la monumentalidad de la obra.

El punto final de concierto corre a cargo de un compositor nuestro, del Caribe colombiano, el sinceano Adolfo Mejía, obrero académico de nuestras músicas populares, con una de las piezas más recurridas de su repertorio: Bambuco en Si menor, pieza que todos hemos conocido en muy diversas versiones: al piano en interpretación de Teresita Gómez, Helvia Mendoza o Carlo Alberto Neri; la de Gentil Montaña o Julián Cardona en la guitarra; en grupos de guitarra o grupos de cuerda frotada. Pero nunca la habíamos  escuchado para piano y contrabajo en el que resultó ser una maravillosa revelación de buen gusto y desplegué técnico.

Era el final, y luego de reiterados llamados a escena del público (que aquí puede llegar a ser ofensivamente generoso), esta vez con plena justificación, ella salió, saludó, agradeció y confesó que no tenían una pieza preparada para el encore. Entonces, tengo que decirlo, me adelanté para pedirle que repitiera el Bambuco, y desde luego fue ese un gran regalo para cerrar una noche que de manera inexplicable hoy regresa para volverse esta columna.

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