Petro y Peñalosa: ¡La misma vaina!

Petro y Peñalosa: ¡La misma vaina!

A pesar de lo que digan los medios los dos ex alcaldes son igualiticos, parecen hermanos gemelos.

Por: Jorge Enrique Esguerra L.
junio 05, 2017
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Petro y Peñalosa: ¡La misma vaina!

Hace dos años, ante el desprestigio del alcalde Gustavo Petro, los grandes medios de comunicación comenzaron a ‘orientar’ a la opinión bogotana para que se inclinara, en las elecciones para alcalde que se avecinaban, por aquel gobernante que hacía quince años había construido Transmilenio: Enrique Peñalosa. Los argumentos eran, casi sin excepción, que el estado lamentable en los índices de movilidad y de transporte público masivo habían sido provocados por su antecesor, porque, decían, lo que inició Peñalosa en esos aspectos no tuvo ninguna continuidad, y por eso había que reorientar el rumbo. Incluso se llegó a afirmar mintiendo, que el metro subterráneo, que llevaba ya casi veinte años de estudios, era responsabilidad del mal Petro, y que por eso la ‘solución’ era uno elevado, a la medida del buen Peñalosa. Eso seguramente ilusionó a más de un desinformado, y así se empoderó al actual alcalde, quien sin embargo no alcanzó ni al 32% de los votos que lo eligieron. Pero precisamente esa enconada polarización Peñalosa-Petro lograda por los medios es la causa de que gran parte de quienes votaron por Peñalosa estén hoy decepcionados al ver que las cosas no mejoran ni en movilidad ni en seguridad ni en ningún otro ítem, porque el porcentaje de desaprobación, que aumenta de mes a mes, ya está rayando en el 90%, índice que supera al más alto de Petro (71%) e incluso al mayor de Samuel Moreno (87%). Ningún gobernante del país había llegado tan bajo, y menos cuando ya lleva más de la tercera parte gobernando.

Por eso, la inmensa mayoría de los bogotanos, que siente en carne propia la situación que está padeciendo, es la que está pidiendo su revocatoria, aunque el alcalde, secundado por la coalición santista y uribista, y por la mayoría de los medios de comunicación, viene orquestando la idea de que quien lo está revocando es el exalcalde Gustavo Petro, otro que estuvo en la mira de la derogatoria; infundio mayúsculo porque ni él ni nadie es capaz de movilizar por sí solo el 90% de la opinión bogotana. Pero el retrovisor es la es la única coartada que le queda para tratar de convencer a los indignados para que no lo revoquen, claro, si Peñalosa fracasa en el empeño por desconocer la voluntad democrática, igual como lo hizo Petro, introduciendo argucias leguleyas en el Consejo Nacional Electoral para desmontar un proceso que ya está avanzando (más de 700.000 firmas recogidas). Vuelve y juega la misma táctica de las elecciones de hace dos años: la polarización Petro-Peñalosa.

Y ese retrovisor que pone el actual alcalde enfoca a Petro, pero también a Samuel Moreno y a Lucho Garzón, es decir, a la que llaman “la izquierda”, y ahí para. Debía remontarse, si es consecuente con la mirada retrospectiva, a su propio gobierno de hace diecinueve años (1998-2000), y ahí nos daríamos cuenta de que los males en uno de los estándares de mayor peso en el desprestigio de Peñalosa II y en el que se raja Bogotá, el de la movilidad, tienen su origen precisamente en la nefasta decisión que tomó Peñalosa I en 1998, cuando pretextando los altos costos del tren metropolitano, desconoció todos los estudios que lo recomendaban, utilizó para Transmilenio los dineros que la Nación y el Distrito habían aprobado para construir el metro, y construyó la primera Fase de Transmilenio (Caracas-Autonorte-calle 80) por donde debía ir la primera línea del subterráneo. Torció así todas las conveniencias técnicas que habían imperado en el mundo desde hace 150 años en las grandes ciudades, las que recomiendan los metros bajo tierra, argumentando que los buses hacen lo mismo, y copiando un sistema de una ciudad que no llegaba a un millón de habitantes (Curitiba, Brasil), para imponerlo en la capital de la República con más de cinco. Esa es la razón del descalabro del transporte masivo, el peor de cualquier capital latinoamericana y uno de los más caros, porque su ineficiencia no garantiza ni las velocidades ni las capacidades que necesitan miles de viajeros. Esto ha llevado a que los ciudadanos recurran al vehículo particular, las motos y las bicicletas, colapsando la movilidad general a niveles imposibles de superar. Y entre más vías con sistemas pesados de transporte masivo en superficie y en exclusividad, como lo es Transmilenio, menos espacio para los otros medios que aumentan sin cesar. Sin hablar del deterioro urbano y la inseguridad que está ocasionando el sistema, es un círculo vicioso que cada vez se parece más al infierno de Dante.

Claro que “el incomprendido” alcalde y sus consejeros se empeñan en continuar señalando a la “izquierda” como la culpable de que su maravilloso modelo Transmilenio no hubiera tenido el apoyo de troncales como las de la Séptima, la carrera 68 y la Boyacá, que él dejó planeadas, y que eso es la causa de que el transporte público masivo esté en la situación en la que está. Pero lo que no reconoce Peñalosa II es que el colapso de Transmilenio en su Fase I (Caracas-Autonorte-Calle 80) comenzó al poco tiempo en que fue inaugurado por Peñalosa I. En efecto, en 2002, durante la alcaldía de Antanas Mockus, cuando comenzaban a romperse las losas de la Caracas y la Autonorte, ya se oían voces críticas a ese sistema, como la del semiólogo urbano Armando Silva: “Largas colas esperando que pase el bendito, así sean en plenas lluvias capitalinas. Cuando llega, recoge los primeros y los demás quedan allí mirando chisperos. Hay apretujones, robos, accidentes y no permite la libertad de ir, como en los metros verdaderos, leyendo una novelita…”. (http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1364278) Pero ante el descontento generalizado, la ‘solución’ que imperó en los gobernantes de “izquierda” fue precisamente la de continuar realizando lo planeado por su antecesor, el mismo sistema oneroso de troncales de buses por donde deberían ir los metros, que de ninguna manera resolvió la situación de la Fase I de Transmilenio, porque sencillamente cada troncal tiene su propia demanda y no puede solucionar la de las otras. Y ninguna de las que dejaron de construir (carrera 7ª, carrera 68 y Boyacá) la hubieran enmendado tampoco. Además, el caso del Transmilenio por la Séptima es un claro ejemplo de rechazo ciudadano, porque implicaría, además de una destrucción urbana inconmensurable, su definitivo deterioro, tal como le está sucediendo a la Caracas.

Además, quien hoy trata de manipular a la opinión fue precisamente quien dejó el sistema Transmilenio insostenible, porque claudicó ante los intereses de las pocas familias que operan los buses articulados, quienes lograron sacar una tajada descomunal en los contratos que firmaron con el Alcalde: ellos y los recaudadores se embolsillan más del 95% de lo percibido, mientras al Distrito, que aporta el 85% en infraestructura de vías y estaciones, le quedan menos del 5%. Así, Bogotá puede ser la única ciudad del mundo –junto con las otras colombianas en las que operan ‘hijos’ de Transmilenio– en que los subsidios en transporte masivo no se hacen a los usuarios sino a los propietarios de los buses. Pero los onerosos contratos de Transmilenio impuestos por Peñalosa I tuvieron también continuidad después de que concluyó su mandato, perpetuando así la insostenibilidad del sistema de transporte. Gustavo Petro los prorrogó sin exigirles a sus propietarios mejoras en el servicio, y, tal como lo señala el concejal Manuel Sarmiento, “para colmo de males, les extendió la vida útil a los buses articulados por tres años más, con lo cual no es exagerado decir que, por esta vía, los usuarios les hemos pagado –por lo menos dos veces– los buses a sus dueños.”

(https://www.polodemocratico.net/noticias/titulares/9629-penalosa-debe-renegociar-contratos-de-transmilenio-en-lugar-de-subir-los-pasajes-concejal-manuel-sarmiento)

¡Cómo se parecen Petro y Peñalosa! Por eso debemos derruir de una vez por todas esa polarización que han montado los medios para crear más confusión entre los desinformados y sufridos habitantes de la Capital. La desviación en la mirada que logran es tapar el nuevo negociado que está adelantando Peñalosa II en contubernio con el gobierno de Santos, esgrimiendo los mismos embustes y utilizando el mismo pretexto de los costos de Peñalosa I: aprovechar gran parte de los dineros que estaban aprobados para el metro subterráneo, para construir Transmilenio por la séptima, por las antiguas vías férreas y por todas partes, “por cien años más”, y hacer un metrico barato, elevado para poder admirar el deterioro que producirá en el entorno. Si no revocamos a Peñalosa, el desastre comenzado hace diecisiete años se profundizará sin retorno posible, para siempre.

 

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