Don Gabriel Goyeneche fue candidato a la presidencia de Colombia en seis oportunidades. Dentro de sus propuestas más destacadas se encontraban: esparcir abundante anís en los ríos y convertirlos en aguardiente, pavimentar el río Magdalena y volverlo una autopista; prometía proteger a Bogotá de la lluvia instalando una enorme marquesina que cubriera toda la ciudad y, decía además que buscaría diariamente a un vecino pobre en los barrios y lo haría millonario.
En la primera elección sacó doce votos; señaló que ese era un mensaje divino, pues ese número correspondía a una representación de los doce apóstoles y debía continuar en la política. En su segunda incursión sacó 33 votos; allí manifestó que el triunfo estaba más cerca, pues era la edad en la que Cristo padeció la crucifixión. Así se postuló cuatro veces más. Gracias a Dios y por el bien de su ya deteriorada salud mental nunca fue presidente de Colombia.
Goyeneche hoy no sería un espontáneo de la política, sino que se haría acreedor al calificativo de outsider y seguramente con un buen manejo de redes sociales, lograría por lo menos su paso a segunda vuelta o como mínimo sería un reputado consultor político; pues la sola propuesta del anís en los ríos resultaría lo suficientemente cautivadora para el conglomerado siempre ansioso de promesas estrambóticas.
Las elecciones en Colombia a veces corresponden a una dicotomía; al ciudadano le dicen escoja cómo prefiere morir, si le gustaría ahogado o quemado y en ese ejercicio, por lo menos en los municipios, se han hecho elegir como alcaldes unos verdaderos impresentables.
“Tiene que votar por mí porque el otro candidato es peor que yo” se escucha decir. A eso se reduce el ejercicio de persuasión política. Revisando algunas de las precandidaturas presidenciales para el 2026, se ratifica que en la aridez de la democracia nacional, las semillas esparcidas por Goyeneche son las que mejor germinan y lo peor es que esos frutos son de los que más nos gusta comer.
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