El violín que sobrevivió a la tragedia del Titanic

El violín que sobrevivió a la tragedia del Titanic

El violín de Wallace Hartley, el líder de la banda de músicos del Titanic, se encontró junto a su cuerpo, convirtiéndose en un símbolo de la tragedia

Por: Alfonso Acosta Caparros
febrero 11, 2025
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El violín que sobrevivió a la tragedia del Titanic

Fue una muerte relativamente rápida para el que en ese entonces era el barco más grande y elegante del mundo, de majestuosa presencia con sus cuatro largas e imponentes chimeneas. En su agonía parecía un venado de cuatro puntas en medio de arena movediza. No había nada que hacer.

1.453 personas murieron en el hundimiento del barco que su capitán, Edward John Smith, lapidó en su famosa frase: “Ni siquiera Dios, lo puede hundir” ante la presencia de varios distinguidos y adinerados pasajeros, entre ellos el presidente de la naviera White Star, propietaria del Titanic, a quien llamaré en este artículo, para “Viernes de Historia”, el cobarde Joseph Bruce Ismay.

Sin embargo, un gigantesco iceberg camuflado como un asesino entre la niebla, (como el Pedro Navaja de Rubén Blades, pero que no tenía diente de oro que brillara en la oscuridad) lo esperó, y a su paso, le rasgó con finísimas cuchillas la piel del vientre de acero, por cuyas profundas heridas no salió sangre, pero si se le metió todo el océano Atlántico.

Cuando el portentoso barco, como aquel venado, inclinó primero su cabeza, y la sumergió en las heladas aguas como aceptando su destino, el cobarde Ismay se apresuró desvergonzadamente a subirse en un uno de los insuficientes botes salvavidas que estaban reservados primero para las mujeres y los niños, según las leyes del mar y de la vida.

El miserable y cobarde millonario demostró, una vez más, que hay gente que es tan, pero tan pobre, que solo tiene dinero.

Dijeron tiempo después muchos de los 761 pasajeros sobrevivientes, que en medio del caos, se ubicaron en la más alta cubierta al aire libre, la banda de músicos elegantemente uniformados y afinados, dirigidos por Wallace Hartley, al violín.

Sabedores de su irremediable final, en una actitud admirable, conservaron la calma, misma que en vano trataron de transmitir a los histéricos pasajeros, y aun así interpretaron varias canciones; la última de ellas: “Nearer, my God, to Thee” (Más cerca, Oh Dios, de ti). Su música se escuchaba, hasta que el océano les recordó que esa, era una noche silenciosa.

En una actitud solo comparable con la del capitán, Edward John Smith, de hundirse así, como se hunden los capitanes, de pie y a aferrados a su barco, el músico Wallace Hartley decidió morir igual; así, como se mueren los músicos; de pie y con su violín dentro de una maleta de cuero aferrada a su cuerpo.

En solo tres horas y media el majestuoso barco que parecía también un altar iluminado en medio de la infinita oscuridad del templo del mar, desapareció bajo sus tranquilas aguas que continuaban reflejando pequeñas lucecitas en la superficie al ser como un espejo de las estrellas temblorosas y estremecidas, ante el dantesco espectáculo que ellas con lágrimas contemplaron desde lo alto del cielo, sin poderlo evitar.

Ya demasiado tarde, otro barco, el Carpathia, llegó a rescatar a los sobrevivientes que se aferraban a la vida representada en todo aquello que flotara, incluyendo cadáveres, y entre ellos, el cuerpo del director de la banda de músicos Wallace Hartley que fue rescatado diez días después con su violín amarrado a su cadáver. La maleta en que lo guardó, le sirvió al violín para impedir que el mismísimo Dios lo pudiera hundir.

Hoy, el cadáver del violín de palo de rosa, embalsamado y apenas restaurado, para que no pierda su noble fisonomía, yace bajo la tenue luz de una urna de cristal de alta seguridad, para que a manera de un catafalco transparente, los visitantes dolientes, se acerquen, y lo contemplen, sin poder evitar así sea por un momento, ver los dedos del violinista y escuchar en sus mentes que sus cuerdas ya no cantan, sino que gimen de dolor.

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