Parque el Virrey de Gonzalo Mallarino: Una novela íntima

Parque el Virrey de Gonzalo Mallarino: Una novela íntima

María Angélica Pumarejo analiza la obra de uno de los autores colombianos más interesantes y desconocidos

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octubre 02, 2021
Parque el Virrey de Gonzalo Mallarino: Una novela íntima

Desde las primeras páginas de Parque El Virrey, de Gonzalo Mallarino, uno sabe que se asoma a un sentimiento común, narrado además con una destreza que nos deja frente a la intimidad más pura: el dolor de la pérdida de la pareja, no por separación de la misma, sino por la inevitable muerte de uno de los dos que la componen, en este caso de él. Samuel se ha ido y Malela, su mujer, se ha quedado en la misma casa donde construyeron su vida uno al lado del otro, uno con el otro, uno en el otro. Entonces, ya no solo se trata del dolor de la ausencia, sino de la ausencia del amor. De repente, un día, el amor se ha ido, se han ido las caricias, los besos, las sonrisas de la mañana, los planes simples, las pequeñas alegrías, que es a fin de cuentas lo que se extraña, pues para lo extraordinario que pueda pasar en una pareja se necesitan condiciones que muchas veces escapan de las manos.

María Gabriela, Malela, acomoda sus días de pensionada al lado de sus amigas, de su hermana, de un círculo que, ya por la edad, es reducido, apenas el necesario para saber que uno creció en familia y que los amigos hacen parte de ella. Y a través de sus vivencias, sabemos de la manera simple del día a día y de un sentido contra el que luchamos y que nos gobierna: la impermanencia. Somos impermanencia y  todo en nuestra vida lo es; lo es el mundo, en donde nada es compacto ni resuelto y solo sucede por las formas que creemos ver y que son también movimiento, lo somos nosotros, lo es nuestra mente. Malela sabe de eso, todo va pasando minuto a minuto y dentro de ella permanece el dolor. He aquí la tensión de la novela.

Y, como en la vida misma, cuando un amor se va, otro llega. La figura de una mujer aparece en el estudio de la casa de Malela, una mujer que viene a revelarle una historia pasada y que le pide buscar a un hombre al que amó cuando estuvo viva, un amor imposible y castrado por la inconveniencia social que suponía. La mujer aparece hasta la mitad del cuerpo, está incompleta. Gran metáfora de Mallarino, como de esas de sueños que se comprenden en el diván. Una metáfora que se suma a la impermanencia. Somos impermanentes, somos incompletos y nuestra vida, pese a las peleas que demos por lograr aquello que suponemos nos hará felices, es una aventura también por aceptar que nada hay completo, que la forma de lo que diseñamos para ella está en nuestra mente y que al final, no pasa, no logramos completarla. A veces vemos luces que nos entusiasman y logramos vernos las piernas y los pies, tal vez no estemos tan seguros de habernos visto los dedos, las uñas.

Ese hombre será el amor de nuevo, pero también abrirá el abismo a una elección. Malela sabe que su voluntad se impone. Al final, personalmente, no tuve pelea con su elección. Esa elección solo es posible en la sabiduría y en la consciencia, que, cuando la hay como en Malela, encuentra las vías para hacerse plena, pese a los titubeos circunstanciales. Esa consciencia, ese diálogo íntimo de Malela con ella misma nos deja con la certeza de estar ante un personaje que logra mirarse los pies.

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