Paramilitarismo: la peste del olvido en el Museo de la Memoria

Paramilitarismo: la peste del olvido en el Museo de la Memoria

Sebastián Forero Rueda dio un aviso de incendio sobre la inexistencia del tema paramilitar en el guion del Museo Nacional de la Memoria. Urge poner el ojo ahí

Por: Jorge Baquero Monroy
junio 06, 2022
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Paramilitarismo: la peste del olvido en el Museo de la Memoria
Fotos: Archivo

Hace un par de días el periodista Sebastián Forero Rueda daba un “aviso de incendio” sobre la inexistencia del tema paramilitar en el guion del Museo Nacional de la Memoria, el esquema que tendrá el museo para explicarle a la nación colombiana: el génesis, el curso y la persistencia del conflicto armado en Colombia.

Aunque de forma taciturna esta noticia atraviesa las sendas noticiosas de esta semana, es necesario elevarla hasta lo más alto en la prioridad de los temas que el país requiere, entre otras cosas porque: uno, el papel del paramilitarismo en la guerra colombiana es un tema central, dos, los paramilitares fueron los mayores despojadores de la tierra en Colombia, por tanto carecería de sentido la Ley 1448 de 2011 la cual le dio un papel medular a la restitución de tierras, y finalmente, porque los grupos posdesmovilización paramilitar fueron la mayor amenaza a corto plazo para la implementación de los acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las Farc-EP , su papel en esto, no es de menor importancia.

Las críticas hacia lo que se está forjando como el Museo Nacional de la Memoria no se reducen a la últimas declaraciones del periodista Forero Rueda, por el contrario los cimientos del museo han sufrido un “fuego amigo” de manera sucesiva, por ejemplo, el guion del Museo de la Memoria se realizó a través de ocho años de trabajo con comunidades, víctimas, expertos, relatores e investigadores, sin embargo las “nuevas directrices” que afrontó el Museo de Memoria desde el año 2018, hicieron que estos ocho años no fueran tomados en cuenta, en un acto de perfidia con las víctimas.

Así mismo, los resultados más avanzados de los guiones del Museo de Memoria, (que en teoría tendrían que ser inmodificables), han tenido muchos frenos administrativos, todo ello por cuenta de la posición del director del Centro Nacional de Memoria Histórica, el cual repite una y otra vez, que mucho de ese contenido hace parte de una “opinión” sobre el conflicto, por tanto, hay que replantearlo.

En efecto, para el año 2019 el centro de Memoria Histórica censuró las exhibiciones de las obras pilotos del Museo de la Memoria, las cuales se realizaron en las ciudades de Cali, Villavicencio y Cúcuta, es decir, lo del replanteo es una realidad.

Las críticas al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) al parecer son interminables, por un lado, el centro fue expulsado de la coalición Internacional de sitios de Conciencia (CISC) el cual es el epicentro de las organizaciones e instituciones que en cada país latinoamericano se dedican a la construcción de la memoria sobre el conflicto armado y dictaduras vividas, por otro lado, uno de los trabajos de diálogo social más importantes del centro finalizó de manera abrupta, dicho trabajo era realizado con las “madres de los falsos positivos de Soacha” los cuales la Jurisdicción Especial de Paz ha estimado en 6.402 hechos, más que en cualquier dictadura latinoamericana.

De esta forma, es posible observar que variadas cosas están ocurriendo de manera incorrecta en el Centro Nacional de Memoria Histórica, y el arquitecto de todo este desastre es su director Darío Acevedo, un converso militante comunista que desde hace un tiempo abiertamente respalda la narrativa uribista.

A pesar de existir abundantes argumentos para desarrollar la idea anterior, en este texto me voy a concentrar tan solo en las cantinflescas frases y acciones de Acevedo como director del CNMH: en primer lugar, Acevedo no consideraba que “en Colombia hubiera existido el conflicto armado”, luego dijo que lo habían malinterpretado y para replantear la idea dijo que “el tema de la existencia del conflicto armado era controversial”.

En segundo lugar, según el senador Antonio Sanguino, el CNMH en cabeza de Acevedo frenó la publicación de informes bastante punzantes sobre el origen, la trayectoria y las responsabilidades de la creación del Bloque Metro y Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia.

En tercer lugar, Acevedo es acérrimo crítico de la labor que había desarrollado el CNMH antes de su llegada como director, ya que él no confía en: uno, la idoneidad de instituciones como el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones internacionales de la Universidad Nacional (IEPRI), centro que apoyó la elaboración de informes para el CNMH y dos, en el distanciamiento ideológico de algunos investigadores que hacían parte del CNHM.

Finalmente, las cercanías de Acevedo con empresas Palmeras, ganaderas, y Fuerzas Militares hizo imposible que hubiese un trabajo sedimentado en la confianza entre el CNMH y sindicatos, movimientos de víctimas del Estado, víctimas de extracción campesina, movimientos indígenas, y otros sectores sociales estratégicos para la memoria del conflicto armado en Colombia.

Vale aclarar que de manera comprometida con las víctimas, decenas de funcionarios se quedaron en el CNMH resistiendo a las disparatadas propuestas, que con dolo se colocaron en marcha desde la llegada de Darío Acevedo; a pesar de ello, otros funcionarios prefirieron renunciar y esto es totalmente entendible, no se puede trabajar en el Centro Nacional de Memoria Histórica sí su director hace todo lo posible por negar la Memoria Histórica del país, como lo decía Rodrigo Uprimmy “es como sí el director del programa nacional de vacunación no creyera en la eficacia de las vacunas”.

Aunque parezca difícil de creer el Centro Nacional de Memoria Histórica fue una institución respetable y a juicio de este servidor, fue una institución de admiran, basta con observar las decenas de informes académicos realizados entre los años 2011 y 2018, los cuales tienen un alto grado de contrastación y robusta participación de las víctimas en su elaboración, sin embargo esto ocurrió en la administración de su primer director Gonzalo Sánchez Gómez, volviendo a las palabras de Rodrigo Uprimmy: “quizás no hubiera sido posible encontrar mejor perfil para este cargo”.

Las razones para pensar lo anterior quizás radicaban en que en primer lugar, Sánchez ha publicado decenas de artículos indexados y libros en diferentes lugares académicos de “punta” dedicados al estudio del conflicto armado.

En segundo lugar, sus trabajos académicos son leídos y citados por una cantidad voluminosa de académicos en ciencias sociales, y en tercer lugar, Sánchez ha estado en casi todos los grupos de violentólogos de “primer nivel” que han acompañado diferentes organizaciones e instituciones Estatales y no estatales que se dedicaban al análisis del conflicto armado colombiano; todas estas características ausentes en el perfil de Darío Acevedo.

Ahora bien, volviendo a los museos de la memoria, su contenido es profundamente distante de lo que se está construyendo desde las directrices de Acevedo, por el contrario los museos de la memoria de la dictadura en países como Chile o Uruguay son buen ejemplo de lo que debería representar este tipo de lugares, en primer lugar, el contenido de los museos es sumamente explicativo y no se basa en generalidades, en segundo lugar, la creación y presentación de los contenidos provienen de las víctimas, y en tercer lugar, comprenden a la memoria colectiva como parte del presente, por lo que sus trabajos son construidos con el interés de polemizar en el tiempo presente, la historia de las dictaduras del pasado.

Posiblemente el hombre colombiano más destacado hace décadas escribía: “cuando José Arcadio se dio cuenta que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio (…) Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo.

Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad.

Entonces fue más explícito. El letrero que colgó de la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”.

Al parecer en Colombia va a ser necesario volver a marcar cada cosa con su nombre, paramilitares, “falsos positivos”, asesinatos de la UP, participación ilegal y criminal del Estado en la guerra, y responsabilidad de los terceros en el despojo de la tierra, por ende, la tarea de la sociedad colombiana no es fácil, combatir la peste del olvido que nos deja el Centro Nacional de Memoria Histórica en la era Duque, la era que pasará a la historia, la era que decepciona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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