“No se lo digas a mamá”

“No se lo digas a mamá”

Una chica en Cúcuta era abusada por su propio padre cuando tenía 13 años. Esta es su historia

Por: Geraldine Pinto Gelves
mayo 10, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
“No se lo digas a mamá”
Foto: Contagio Radio

Psicólogos, charlas con el sacerdote, miedo, odio, resentimiento, soledad, e innumerables dolores de cabeza, fueron consecuencia de lo que ese hombre produjo en mí. Ninguna persona debería tener que vivir este tipo de experiencias, sin embargo a mí me tocó. Lo ocurrido fue algo que nunca se olvida. Por lo menos yo no creo que pueda hacerlo.

Él acababa de llegar de viaje y yo estaba terminando de alistarme porque tenía un evento en el colegio. Mientras me miraba en el espejo de la habitación de mis padres, se acerca y lo veo de pie, atrás mío. Me observaba de una forma que no puedo ni quiero describir, de pronto me dice: “Qué linda estás. Cómo has crecido, ya estás hecha toda una mujer”. Con una leve sonrisa le respondo: “Gracias” Y sin darme cuenta me voltea hacia él y me da un beso. Sentir sus bigotes contra mi boca y esas grandes y fuertes manos sobre mi cara fue la más repugnante y horrible sensación que he experimentado en toda mi vida. Me quedé petrificada; no podía comprender lo que estaba pasando, mucho menos por qué lo había hecho, sin decir una sola palabra me aparto lo más rápido que puedo y decido salir de esa habitación.

Lo que no sabía era que solo era el inicio de algo que me dejó una marca de  por vida. Cada vez que tenía la oportunidad lo hacía: intentaba besarme a la fuerza. Recuerdo un día  que me encontraba lavando los platos sucios que quedaron después de unas deliciosas pastas hechas por mi madre, cuando llegó sigilosamente, como siempre lo hacía, me tomó de espaldas y bruscamente me puso delante de él. Intentaba con todas mis fuerzas alejarlo, pero solo era una niña indefensa de 13 años luchando con ese hombre alto, moreno y acuerpado. Recuerdo ese beso en particular porque sentí su lengua dentro de mi boca, e intenté apretarla lo más que pude para que no lo hiciera de nuevo. No quería soltarme, forcejeamos unos minutos hasta que pude librarme y le grite: “NOO” y me dice:” ¿No te gusta?” y con lágrimas en los ojos, a punto de comenzar a llorar le digo en voz baja y casi sin aliento: “no…”. Cómo explicarle a mis amigos y a mí mama porque tenía la boca de esa manera, un chupón morado imposible de ocultar, producto del forcejeo de esa tarde en la cocina.

Sentía mucho miedo, procuraba no quedarme sola en casa, mi pequeña habitación de paredes moradas se convirtió en mi refugio durante los últimos cuatro años. Sí, fueron cuatro años los cuales callé y tuve que soportar los abusos de ese asqueroso hombre.

Pero la alegría que sentía cada vez que se iba de viaje por motivos de trabajo, es indescriptible. Pero lastimosamente esa alegría no me duraría lo suficiente. Incluso el a miles de kilómetros de distancia seguía atormentándome de diferentes maneras. Siempre que sonaba el teléfono, yo era la persona en mi casa que menos ponía empeño por dejar de hacer cualquier cosa que estuviese haciendo para contestar, porque sabía que lo más probable era que fuera él. Sin embargo, había días en los que no me podía zafar de esto. A las 9:15 am de un domingo me despierta un sonido que me llena de temor, el “ring, ring, ring” del teléfono retumbando en mis oídos, que me obliga a pararme y atender aquella llamada. Y sí, era él. Después de una corta y aburrida charla de unos cuantos minutos donde el tema de conversación fue, “¿Cómo has estado?, ¿Qué has hecho?, ¿Cómo va la escuela?, me hace aquella extraña pregunta: “¿y…Si me has pensado?, ¿Extrañas mis besos?” No podía creer lo que me estaba preguntando, quería gritarle que no que no extraña nada de él, que sus besos eran lo más repugnante que me pudo pasar, que no quería que lo hiciera nunca más. Sin embargo, me quedé callada como siempre lo hacía y la única salida que encontré fue colgar esa llamada.

No tenía ni idea de todo lo que ese hombre era capaz de hacer porque utilizaba todos los medios posibles para acosarme. Comenzó a enviarme correos pero utilizando otro nombre y me decía que hiciera como si esa persona ficticia que había creado fuera mi novio y que por ahí le contara todo. Recibía todos los días correos de poemas y textos donde me expresaba todo su amor.

Todo esto dio un giro inesperado y sobrepasó todos los limites cuando en una de las tantas llamadas me mencionó que él quería ser el primer hombre de mi vida; que todos me harían daño menos él. Cómo podía decir esto si él era el que más daño me había hecho hasta el momento. Recuerdo claramente cuando con esa voz tan gruesa y el acento tan peculiar que lo caracteriza me dice:” Quiero hacerte ver las estrellas…” y siempre terminaba diciéndome: “No se lo digas a mamá, este es un secreto entre los dos, no te atrevas a decirle a nadie más.”

Cada vez la angustia, el miedo, el temor, el pánico me hacía pensar muchas cosas. No paraba de llorar de la rabia que me producía todo, de la impotencia que se había apoderado de mí. Era imposible no imaginarme él siendo el “primer hombre de mi vida”,  arrebatándome eso tan preciado en una niña de mi edad. No quería que llegara a ese acto carnal, pero tampoco me podía quedar cruzada de manos. Tenía que hacer algo, ¿Pero qué? , ¿Cómo lo hago?,  ¿A quién acudo por ayuda?, ¿Me creerán?, ¿Por qué no?, si tenía como prueba los correos que me enviaba, la foto del día que me dejo la marca en mi boca, y era la palabra de una niña menor de edad contra la de un sujeto de aproximadamente 50 años. Se convirtió en una carga que no podía soportar, estaba cansada de fingir ante toda mi familia, en todas las reuniones, ante mis amigos y profesores que todo estaba bien, aunque no, nada estaba bien, por dentro estaba totalmente destruida. Quería gritar a voces que el producto de mis ataques de ansiedad, de los constantes dolores de cabeza que cada vez eran más fuertes, mi estrés diario, era producto de todo aquello que había callado durante años.

Después de cuatro años tomé fuerzas y decidí contarle a mi mejor amigo, aunque estaba lejos, fue la  única salida que encontré para liberarme de eso que ya no me dejaba dormir. Él no dudó en creerme y exigirme que hablara con la psicóloga del colegio. Y lo hice, ahora no sabía cómo decirle a mi mamá que debía ir a mi colegio, solo le entregué la nota, sin decirle nada y le supliqué con lágrimas en los ojos que fuera. Ella le contaría todo.

Ese día los nervios me dominaban, la zozobra se apoderaba de mí, las manos me sudaban, en las clases estuve distraída, ni siquiera pude comer en el descanso. Hasta que por fin llegó ese momento, el que tanto había esperado. Por fin mi mamá sabría la verdad, la que oculté por tanto tiempo. Yo no tenía aliento, mucho menos quería contarle todo lo que me estaba pasando, para eso estaba la psicóloga. Mientras ella comienza a contar todo lo que le había dicho el día anterior, mi mirada sigue clavada en el piso de tabletas amarillas y verdes, las lágrimas a punto de caer destruyen lo que veían mis ojos. Escucho la suave voz de mi madre, aquella voz entrecortada preguntándome por qué había callado tanto tiempo, repetía innumerables veces: “¿Es verdad?, ¿Cuándo comenzó todo?, ¿Por qué no me lo contaste antes?” – “Claro que es verdad mami, no estás viendo todo, sería incapaz de mentir con algo así”

No se cómo describir la situación que se presentaba en aquella oficina, no podía imaginar el dolor que estaba sintiendo mi madre al enterarse de todo, las palabras de la psicóloga aconsejándonos y mi llanto que no cesaba. Cómo no me iba a sentir mal, si le estaba contando por primera vez a mi mamá que el hombre con el que ella se casó, tuvo tres hijos y es mi padre, fue el que me causó todo ese daño emocional y psicológico. Debió ser muy difícil para ella lidiar con eso, así como lo fue para mí. Sin duda, una de las cosas que más asombró  fue un correo el cual me envió “mi papá”, (que la verdad para mí de papa no tiene nada), que relataba la historia de una muchacha que amaba tanto a su padre, era tan grande su amor hacia él, que decide tener relaciones sexuales con él. El mensaje de aquel correo era más que claro de lo que él quería que sucediera.

Ese día nacieron muchas preguntas, ¿Ahora qué va a pasar?, ¿Qué será de nuestra familia?, ¿Qué vamos a hacer? Era una situación incómoda. Mi mamá no salía de su asombro y me cuestionaba constantemente con infinidad de preguntas.  No dejaba de ser una situación complicada; ella se encontraba entre su hija y su esposo. Yo solo le rogaba que me creyera pero para mí mama era muy difícil comprender lo que sucedía.  Él llegaba de viaje al día siguiente y debíamos tomar una decisión. Desafortunadamente o era él o era yo, porque yo no quería pasar un minuto más bajo el mismo techo con ese señor.

Demandarlo fue más complicado de lo que imaginé, no creía que estuviera en aquella oficina junto a mi mamá, contando todo y acusando a mi padre. En la comisaría de familia una delegada del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) atendió mi caso ya que en ese entonces tenía 16 años. Después de redactada la denuncia nos explicó el procedimiento: velar por la prevención, protección,  reestablecimiento y garantía de los derechos de los menores involucrados. Me dieron la posibilidad de remitirme a un albergue, pero mi mamá no estuvo de acuerdo con que me mandaran a un sitio de esos. La comisaría puede ordenar medidas de protección tales como: expulsar al agresor de la casa; retirar ropa, documentos  y elementos indispensables para la víctima; en el caso de tener hijos e hijas, resolver provisionalmente el tema de la custodia y cuota de alimentos de las y los hijos menores y obtener protección de la Policía. Me sentía protegida y a salvo, mi mamá llego a un acuerdo con la delegada del ICBF para que no lo metieran a la cárcel, ya que él es el único ingreso de la familia, por esto ella prometió mantenerme alejada de mi papá y si él se me volvía a acercar, debería ir y apelar para que se cumplieran mis derechos.

Son muy pocas las personas que se atreven a realizar una denuncia contra su acosador y más si es alguien cercano. El 13,2% son denuncias contra un abuso de tipo sexual por parte del padre, en los casos contra adolescentes es común ver incestuoso padre-hija. El 96% de los abusos cometidos son contra las mujeres. El porcentaje de mujeres que no realizan la denuncia lo hacen por miedo de la reacción de su agresor, o las medidas que pueda tomar contra la víctima. En el caso de agresión de un padre contra su hija, este miedo incrementa por la posibilidad de no recibir un apoyo de parte de la madre, algún familiar o institución.

Así fue, llegó de su viaje, ese día decidí, después del colegio ir para la casa de una amiga, era una de las pocas personas que sabía de la situación y no dudó en brindarme su ayuda. Ese tarde él tenía la cita en el juzgado y se daría cuenta de que mi silencio y nuestro “secreto” se rompió. Mi hermano no entendía lo que sucedía así que le pedí que fuera hasta la casa de mi amiga, le conté todo lo que había pasado. Recuerdo su reacción y las palabras que en su momento dijo: “¿Cómo es posible?”, ¿Cómo se le ocurrió hacer eso?”, “Me da asco que sea nuestro papá”, las lágrimas nuevamente me invadieron. Igual eso para mí se había vuelto algo normal, y no era para más, toda la situación no solo me afectaba a mí sino a todo mi familia.

Nunca supe ni mucho menos quise preguntar lo que sucedió en aquel juzgado, pero no podía negar que tenía el corazón destruido: lo detestaba, pero a su vez es mi padre, la persona que nos ha dado todo, todo lo que tenía era gracias a él. En mi cabeza había una constante contradicción, pero el dolor que sentía en ese momento era más grande que cualquier cosa.

A las 8 pm de aquel día, llegó mi mama junto a mi hermana a recogerme de la casa de mi amiga. Llegando a nuestra casa, después de un camino muy silencioso, preguntó: “¿Dónde está mi papá?” mi mamá responde: “Está en la casa, pero él ya no le va a hacer nada”. Él estaba en la casa, me sentía traicionada, exploté y comencé a gritar que como era eso posible, que ella lo prefería a él y que parara inmediatamente el carro, yo no quería ni pensaba entrar a la casa, gritaba no paraba de gritar, estaba histérica, mi hermana tenía 10 años y por supuesto no sabía nada, ella asustada comienza a llorar y a pedirme que me calmara. Con rabia mi mamá para en la tienda de la esquina de la casa, se baja y llama a mi papá, supongo que le dijo que se fuera, y así fue, después de unos minutos volvimos a la casa, vi las maletas en la sala, subí, me encerré en mi cuarto y me derrumbé en llanto hasta quedarme dormida.

Después de unos meses todo volvió a la normalidad, por lo menos para mi familia. Mi papá volvió a la casa, yo no podía hacer nada, me sentía sola. Si decía que él había vuelto, mi madre también iría a la cárcel. Simplemente decidí callar como siempre lo hacía, pero nunca me sentí a salvo en casa. Él ya no hacía nada, pero el miedo de que eso volviera a suceder todavía existe en mí. No fue fácil fingir ante todos que éramos la familia perfecta, el padre que trabajaba sin cansancio por sus hijos y su esposa, y una madre que siempre estaba ahí.

Durante un año no le dirigí la palabra a ese señor. Para mí nada volvería a ser igual; me refugie en los pocos amigos que sabían mi situación, en mi pareja y su familia que  en ese momento me brindaron incondicionalmente su apoyo. A pesar de esto, me sentía sola. Muchos te pueden decir: “Pobrecita, debe ser difícil. La entiendo”. Yo jamás quise ni quiero que me tengan lástima, solo que estén junto a mi es suficiente.

Después de 6 años desde la primera vez que intentó algo conmigo, hay noches en que recuerdo todo. Recuerdo sus manos tratando de tocarme, las veces que entraba a la ducha mientras me bañaba, cuando tocaba mi puerta y sabía que estaba sola; esas llamadas donde me decía que se masturbaba pensando en mí; los besos que me dio a la fuerza. Ahora con 19 años sigo luchando constantemente contra ese recuerdo, contra las marcas que existen en mi mente, contra la cefalea que se produjo a raíz de todo. Y sí, sigo sola, trantando de hacer como si “nada hubiese sucedido”. Porque al final estoy sola. Es algo que no se olvida, nunca lo olvidaré. Es difícil vivir con tanto resentimiento y odio, no llorar cada vez que pienso en que le desee la muerte a mi papá. Y es duro que nadie te comprenda ni se ponga en tu lugar, pero así es la vida. Y a pesar de todo sigo de pie, no mostrando debilidad. Mi sonrisa es mi mejor arma y las ganas de luchar por salir adelante y dejar atrás todo lo sucedido es lo que me impulsa a ser cada día mejor. No me dejaré derrumbar, pase lo que me pase, no lo permitiré.

 

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