No disparen al mensajero
Opinión

No disparen al mensajero

Sobre mi crítica a las ONG

Por:
abril 27, 2016
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Callar tiene la ventaja de que “en boca cerrada no entran moscas”, y hablar tiene la desventaja de que todo se puede interpretar. Hace poco en un grupo de WhatsApp arremetí contra la corrupción en el movimiento social de Arauca y luego tuve que explicar que eso no significa que todo el movimiento social sea corrupto, ni tampoco que tal declaración me convierta en enemigo del movimiento social araucano.

Hace poco publiqué aquí mismo la columna “Las ONG y el llamado posconflicto“, un texto por demás dedicado a “ciertos oenegeros y ciertos académicos”. Creí que esta dedicatoria era clara y, que leída de otra manera, no incluía otros oenegeros y otros académicos. Mejor dicho, que no era tan torpe para generalizar pero sí lo suficiente desafiante para establecer tendencias.

Pero parece que mi claridad no fue suficiente. Esa confusión es también mi responsabilidad. Se me critica que, en mi texto, termino condenando (en la generalización) a las ONG de derechos humanos que ayudaron a resistir a las comunidades y a llevar sus procesos jurídicos en las peores épocas del paramilitarismo:

Uno es responsable también por lo que insinúa, pero no por todo lo que la gente pueda leer. En todo caso, bien vale una aclaración. Reconozco que las ONG de derechos humanos han estado muy cerca del movimiento social tanto en la peor época del paramilitarismo como ahora, no solo acompañando los procesos sino participando de ellos, poniendo muertos y detenidos; alguien de esas organizaciones me dice que a raíz de mi columna se sienten “seriamente aludidas y agraviadas” y piden no meter a todas las ONG “en un mismo costal”. Parto de la buena fe detrás de las críticas en mi contra porque, si no, el debate mismo no tendría sentido. Reconozco que lo que dicen es verdad, lo que dudo es si lo que dicen es justo.

Primero, mis palabras tienen un contexto que es el texto, y el texto tiene un contexto que es el país. Conozco muchas ONG nacionales e internacionales, he trabajado con muchas y siempre he mantenido el mismo cuestionamiento: si las ONG sirven al movimiento social o el movimiento social a las ONG (la mención al chaleco es una metáfora).

Segundo, el problema de las categorías y del lenguaje. El lenguaje es también lo que se calla y lo que se sugiere y, citando fuera de contexto, hasta el cuento de Caperucita Roja sería un culto al lobicidio. Cuando decimos que la academia se acomoda no quiere decir que todos y cada uno de los profesores lo hagan, cuando se afirma que la Iglesia no persigue la pedofilia, no quiere decir que todos y cada uno de los religiosos es culpable, aunque sea por complicidad. Con esto no me burlo de las críticas a mi columna ni pretendo reducir todo a un debate de semántica.

Tercero, esto va más allá de la innegable valentía de los oenegeros, de los muertos que han puesto y de los aportes reales y concretos a la sociedad. No se trata de evaluar (de 1 a 10, tal cual indicador de gestión) si lo hecho es más bueno que malo o al revés, es discutir (y aquí está la esencia de mi columna) si el mecanismo de las ONG es por su naturaleza inofensivo.

Esto va más allá de la innegable valentía de los oenegeros.
No se trata de evaluar si lo hecho es más bueno que malo o al revés,
es discutir si el mecanismo de las ONG es por su naturaleza inofensivo

La casuística del bien (o del mal) que han hecho no es el debate, ni siquiera de que allí haya buenas personas: también las hay en el ejército y eso no nos impide decir que las Fuerzas Armadas (como tendencia) tienen tal o cual apuesta; o que algunos del gremio de los ganaderos tienen relación con el paramilitarismo. También hay cosas buenas (y sacrificios) que han hecho las Fuerzas Armadas (ahora me acusarán de comparar a las ONG con las Fuerzas Armadas pero la verdad es que todo es comparable, depende el grado de comparación).

Cuarto, miremos mi texto. Allí sostengo que “La carrera por las ayudas financieras, el afán por mantener las oficinas abiertas y la angustia por lograr la rentabilidad que diera para, por lo menos, mal comer, hizo que algunas ONG perdieran el norte”. Esto es verdad y no digo todas. Luego agrego que “Así, algunas ONG de cooperación han enterrado al Ser internacionalista”. Y esto es cierto.

También digo que “otro ejemplo de la misma distorsión es la transformación de los movimientos sociales en organizaciones ‘para hacer proyectos”. Y agrego que “La experiencia muestra que en muchos casos los proyectos desmovilizan, casos que vi en Palestina y en Bolivia”. Allí trabajan muchas ONG que aquí también lo hacen ¿por qué aquí serían diferentes?

Hace muy poco tuve un debate en Bucaramanga (y con esto no estoy acusando a todo el movimiento social de Bucaramanga) y uno de los asistentes acusaba a las víctimas de reducir su agenda a la reparación económica, al tiempo que priorizaba como forma de lucha “la formación en el marco lógico para acceder a los recursos de la cooperación” (¿Ven la incoherencia?)

Quinto, el problema (y hacia allí va mi crítica) no es solamente a las ONG como tal sino al sistema que las engulle y en las cuales las ONG son más víctima que victimario, pero también victimario (esto es una metáfora) en la medida en que participa del sistema y, más aún, en la medida en que esa lógica neoliberal puede pervertir (y esto no es metáfora) el movimiento social.

Voy a citar uno de muchos posibles ejemplos: aquí en Colombia (para que no digan que solo hablo de casos que conocí en otras guerras) y por imposición de un donante, una ONG terminó repartiendo vacas entre víctimas de desaparición forzada porque el proyecto debía tener “un componente productivo”. No solo dudo de la sustentabilidad de tales componentes sino que, lo peor, una víctima me decía: “pido justicia y me dan una vaca” (y esto no me lo inventé). A esto debemos agregar que la mayoría de donantes y de ONG de otras guerras también están en esta guerra ¿por qué aquí habrían de ser diferentes?

En nuestro país, el acceso a los proyectos ha llegado, en algunos casos, en los cobros de peajes, del famoso 10 %, vergonzante por demás, juntándose la corrupción y algunas ONG de manera simbiótica. Barrer debajo de la alfombra no sirve. Las ONG no son solo un mecanismo sino que su lógica impone una forma de pensar y de relacionarse.

Otra gran discusión sería sobre la labor subsidiaria: muchas ONG remplazan al Estado porque éste no hace sus tareas, pero ¿es esto argumento suficiente y única vía para lograr cierto bienestar? No es ético no actuar, dirán algunos; pero esto no valida cualquier acción.

Sin ironía y sin grosería alguna, no tengo problema en decir un mea culpa, si sirve para que dejen de disparar al mensajero (en este caso yo) y abordemos también la discusión esencial. Estimados oenegeros, deberían ser ustedes los primeros en abrir ese debate, porque lo padecen, porque los limita y porque les hace daño. Señalar al mensajero en vez de indagar por el mensaje es injusto. Repito, el problema no es procedimental sino ideológico: es cómo se concibe la relación entre el Estado y la persona, si a través de las ONG o de instituciones, de proyectos o de políticas públicas.

Soy suficientemente pragmático para entender el uso de los espacios de cooperación, la oportunidad política que puedan dar los donantes, las grietas que aprovechamos de la financiación, la necesidad de recursos y un largo etcétera. No niego la cooperación ni las ONG, critico su lógica neoliberal y su estructura de poder, eso es todo (que no es poco).

Prefiero la palabra que genera debate
al silencio que genera complicidad

Dije en Twitter que “No busco la paz renunciando a mi vehemencia, la busco para que los vehementes podamos hablar con pasión, sin que eso nos cueste la vida” y en ese mismo sentido creo que el deber de nosotros, los opinadores, es propiciar la reflexión.  Prefiero la palabra que genera debate al silencio que genera complicidad.

Cuando apelo al riesgo de un papel desmovilizador desde las ONG lo digo precisamente como parte (no escrita) de la estrategia de la cooperación internacional. No es un problema de indicadores y de marco lógico sino de efectividad en la lucha. Y esta se explica más allá de la decisión racional, la lucha se decide también a través de la dignidad humana y esa dignidad no se puede meter fácilmente en indicadores. El problema del fracaso del pasado paro de la Cumbre Agraria, según algunos de sus líderes, es que la lógica de los proyectos les impidió pelear por políticas públicas para todos, pues se priorizó una especie de fondo de proyectos que puso a competir a las organizaciones entre ellas.

Esa lógica es la que permite reducir la paz nacional a la mal llamada “paz territorial” que no es otra cosa que un conjunto entre el Plan de Consolidación de Sergio Jaramillo y los Consejos Comunitarios de Uribe, adosados de cierta cuasiseudoparticipación. El paso siguiente de esa “paz territorial” es meter las demandas sociales en proyectos (no en políticas públicas), operarlos vía ONG, y presentarlo como “posconflicto”. No es un problema cosmético sino de fondo. Pero cada quien es libre de leer lo que quiera leer y, finalmente, terminé atrapado entre la paranoia de la izquierda y la polarización de la derecha (espero ahora no tenga que decir “alguna” izquierda).

Repito, nada de lo dicho en la columna anterior o en esta niega ese reconocido esfuerzo y sacrificio de las ONG, no solo de derechos humanos sino también las de carácter humanitario. Jamás negaré tal trabajo y, precisamente creo que ese acompañamiento es honesto. Pero creo que debatir sobre el sistema internacional de cooperación y sobre ciertas tendencias en el mundo oenegero debe hacerse. Aunque algunos no me crean, estamos en la misma orilla.

@DeCurreaLugo

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