Medellín en colchón de plumas
Opinión

Medellín en colchón de plumas

Por:
mayo 15, 2014
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La amada, la odiada, la admirada, la envidiada, la sufrida, la gozada. Medellín La Más. En lo bueno y en lo malo, siempre la más. Siempre a flor de piel, nunca nos cansamos de hablar de Medellín; para piropearla o para criticarla. Ciudad difícil y excesiva, sobre diagnosticada y protagónica. Idea fija en reconocidas plumas antioqueñas que lograron capturar pedazos de su esencia. Tres botones van de muestra:

Tomás Carrasquilla (1858-1940): De Memoria de Ciudad, Universidad de Antioquia, 1995, recopilación de artículos periodísticos del autor: “Admirar, lo lejano, las cumbres detrás de las cumbres…, la colina que se desprende de la falda…, las quiebras por donde corre el agua, la opulencia de la vegetación, es, seguramente, uno de los goces más puros y más intensos del alma… ¡Oh, Medellín!... Bien pueden tus habitantes, estos que hinchen el ámbito de tu recinto urbano, maldecir una mitad de la otra, como es de rigor en toda humana montonera… Tus gentes, Medellín hermosa, no necesitan unas de otras para aliviar sus tedios y pesares: con tu naturaleza tienen… Mientras los hombres bregan con animales y cultivos, las mujeres se las han con el ordeño, la venduta de leche y el aderezo de los quesos, sin contar con sus labores en el fogón y en la piedra, en el corral y en el lavadero, en la costura y el zurcido. El trabajo de unos y otras es ley ineludible que Dios impuso… Y como todo trabajo enaltece, y como la mayoría de estos campesinos antioqueños son de casta más o menos hispánica, ella va formando esta aristocracia montañera, tan diversamente calificada”. (Copetico de crema: Ay, Carrasquilla, ¿por dónde empezar? Si es por nuestros ancestros rezanderos, la realidad nos ha demostrado que tanto golpe de pecho era por costumbre antes que por convicción —le informo que los sicarios son devotos de María Auxiliadora—, así que nos va mejor si no metemos a Dios en nuestros embrollos. Si es por el cuentico de que “todo trabajo enaltece”, ¿se da cuenta de la diferencia en los listados de labores correspondientes a hombres y a mujeres? Eso que le falta sumarles a las pobres el cumplimiento de los deberes conyugales, sin chistar, y la crianza de los hijos. Y si es por lo de la “aristocracia montañera”, mejor me callo).

Fernando González (1895–1964): Dice el “filósofo de Envigado” en Los Negroides: “Ciudad paradisíaca es Medellín, por clima, cielo y tierra, por la flora y la fauna, por sus noches y sus días, y por sus muchachas. En cuanto a su humanidad habita allí una gente rara, única que tiene personalidad en Suramérica. Gente egoísta y áspera más que piedra quebrada; hombres de móviles primitivos, muy fuertes. Humanidad prometedora para el educador, pero desagradable en su estado actual de cultura. Hasta hoy ha vivido el medellinense bajo motivación netamente individualista: conseguir dinero para él; guardarlo para él; todo para él. Tiene su lindero en sus calzones; tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa, como vaca lechera… El gordo de Medellín se va para la mangada; reza el rosario con mujer, hijos y cocineras, y, así, se queda también con el Cielo. ¡Gente verraca!”. (Copetico de crema: Con su rebeldía pensante y transformadora, y loca de amor por Medellín y Antioquia, FG alzó la voz. Cuánta razón tenía y tiene. Muchos, y en muy distintos frentes, siguen conservando el lindero en sus calzones. Recordar escándalos recientes).

Gonzalo Arango (1931-1976): Dice el fundador del Nadaísmo en su ensayo “Medellín, a solas contigo”, 1974: “¡Oh, mi amada Medellín, ciudad que amo, en la que he sufrido, en la que tanto muero! Mi pensamiento se hizo trágico entre tus altas montañas, en la penumbra casta de tus parques, en tu loco afán de dinero… De tu corazón de máquina me arrojabas al exilio en la alta noche de tus chimeneas donde sólo se oía tu pulmón de acero, tu tisis industrial y el susurro de un santo rosario detrás de tus paredes… Te confieso que no me gustaba tu filosofía de la acción, y elegí para mí la poesía… Tus mañanas son las más bellas que han amanecido en ciudad alguna. Pero me negaba a perder su contemplación por tus oficinas burocráticas. No, Medellín: prefería esperar tus mañanas en un bar, o en un parque solitario para que te vomitaras plena de libertad y radiante de sol sobre mi corazón borracho. Por eso me decías “vago”, porque nunca fui avaro con tu belleza. En cambio tú nunca fuiste generosa con mi locura… Te adoraba. Pero de tanto amarte casi me destruyes. Hui de tu belleza y de tus glorias para conquistar las mías, en vista de que no parecías orgullosa de mis alabanzas, y me despreciabas como a un bastardo porque no hacía lo de todos: rezar el rosario, casarme, trabajar como un negro y después morir”. (Copetico de crema: Cuánto me hubiera gustado conocerlo para decirle que, desde mi orilla, comparto su mezcla de sentimientos. Medellín asfixia a ratos).

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