Uribe: un consentido de la justicia colombiana
Opinión

Uribe: un consentido de la justicia colombiana

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mayo 15, 2014
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Esta semana, Álvaro Uribe ha escrito otra página oscura dentro de la historia universal de la infamia. En una contienda electoral que se vislumbraba tranquila, pacífica y que hasta hace unos días era tildada de aburrida, él papá de Tomasito se ha encargado de ponerle emoción utilizando las dos armas que mejor conoce : la injuria y la calumnia.

No puede ser que abusando de su inmunidad como expresidente y ahora como senador electo, lance acusaciones tan serias como las que realizó contra Juan Manuel Santos sin pruebas que las respalden. No es la primera vez que la agilidad de su lengua ha causado estragos. Mientras era presidente, sus ponzoñosas declaraciones les costaron el exilio a los periodistas Daniel Coronell y Gonzalo Guillén. Al primero lo acusó, sin evidencias claras, de recibir dineros del narcotraficante Pastor Perafán y lo trató en un programa radial de “cobarde, mentiroso, canalla y difamador profesional”.

Al segundo lo señaló de haberle dado fuentes de información a Virginia Vallejo para el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar y debido a las terribles acusaciones que lanzaba contra el periodista, propició que la furia de los canes uribistas se desatara y le hicieran llegar a Guillén más de 20 amenazas de muerte en poco menos de una semana. Todo un récord mundial. El único pecado que cometieron estos periodistas fue hacer bien su trabajo y claro, cuando se realiza una investigación a fondo de las andanzas del patrón del Ubérrimo, más de una cosa turbia puede salir a flote.

Guillén no tiene la culpa de que la otrora diva de la televisión colombiana haya decidido recordar este infausto pasaje de su vida: “Pablo me presenta al exalcalde de Medellín (Uribe), cuya madre es prima del padre de los Ochoa; éste lo llama el Doctor Varito y a mí me simpatiza de inmediato porque pienso que es uno de los contados amigos de Pablo con cara de gente decente y, que yo recuerde, el único con gafas de estudioso”. Cuando el hombre de las Guacharacas leyó estas líneas, su única defensa fue decir que Vallejo mentía porque él, en esa época, no tenía gafas, los anteojos se los mandaron a poner por allá a principios de la década de los noventa.

Pero su versión la contradice uno de sus más íntimos amigos y a quien le debemos la irrupción de este personaje en el ya oscuro escenario político colombiano de la década de los ochenta. En el libro Secretos de un líder, el cacique antioqueño Álvaro Villegas Moreno, quien siendo gobernador de Antioquia nombró como alcalde de Medellín al joven líder liberal, cuenta cómo dio la pelea con el entonces presidente Belisario Betancur, para dejar al futuro Gran Colombiano en el puesto. Belisario argumentaba que era impresentable tener a Uribe en ese cargo ya que eran conocidas sus relaciones con el Cartel de Medellín, tal y como lo afirma el editor de Newskeek para Latinoamérica Joseph Contreras en su libro El señor de las sombras. Duró apenas cinco meses como alcalde y a pesar de que Villegas dio la pelea, no tuvo más remedio que acatar la orden presidencial, acaso porque esta vez sí había pruebas de la relación del popular Varito con el Patrón. Sin embargo, para el exgobernador, quien ahora está en el ojo del huracán por su relación con el edificio Space, él hizo lo correcto al defender al senador electo “Ya que el tiempo me ha dado la razón… él ha sido el mejor presidente que ha tenido este país”.

A mí no me cabe duda de que el suegro de Shadia Farah conocía al primo de José Obdulio. Medellín era un pueblo muy chiquito en esa época y la clase política estaba de rodillas ante el capo. Además, Pablo y Uribe tenían muchas cosas en común, una de ellas era la angustia que les entraba cada vez que veían a todos esos pobres viviendo en basurales y es por eso que llevado por su gran corazón, el joven y fugaz alcalde decidió apoyar la iniciativa del empresario Escobar de su Medellín sin tugurios y de llenar a la tacita de plata de arbolitos en sus callecitas para que el villorrio fuera aún más bonito.

Probablemente Pablito conoció a Álvaro por allá en 1980, cuando Turbay lo nombró director del Departamento de Aeronáutica Civil. Era la persona idónea para el cargo: necesitaban alguien con visión futurista, que viera con buenos ojos la nueva empresa que le arrebataría millones de dólares a los gringos y pondría a galopar a Colombia. En los dos añitos y medio que estuvo en el puesto demostró su eficiencia otorgando 562 permisos. Nadie había entregado tantas licencias en tan corto tiempo. En agosto de 1982 salió por la puerta de atrás, aunque con la satisfacción del deber cumplido. Por ahí esos calumniadores y envidiosos del Consejo Nacional de Estupefacientes dijeron que su administración había sido “permisiva” y ordenó “suspender los vuelos de naves de narcotraficantes", pero en ese momento mandaba el Patrón, El Que És y ahí si había garantías en la justicia, no como ahora cuando el país está comprado por el castrochavismo y el narcoterrorismo de las Farc.

No sabíamos que el doctor Uribe, un hombre agradecido, que nunca olvida los favores recibidos, tuviera un ataque de ingratitud con la justicia de este país que lo ha protegido y encubierto. Una justicia que supo hacerse la ciega ante las graves acusaciones hacia su padre Alberto que lo vinculaban a la estrecha red de amigos de Escobar y que, cuando fue abatido por las Farc en 1983, lo llevaron a la clínica en un helicóptero que era propiedad del Patrón, tal y como lo afirma el diario El Mundo en su edición del 15 de junio de 1983. Lo que no sabemos muy bien es si ahí, después de dar de baja a los asesinos de don Alberto, Uribe llevaba o no gafas.

Una justicia que se quedó de brazos cruzados al saber que antes de las elecciones del 2002, Uribe se movía como pez en el agua en Tierra Alta, territorio de Salvatore Mancuso, que se quedó muda cuando condecoró al gobernador de Córdoba, Jesús María López, condenado por parapolítica.

Una justicia que se hizo la desentendida cuando descubrieron que Pedro Juan Moreno, su mano derecha en la gobernación de Antioquia, era uno de los mayores importadores de permanganato de potasio, uno de los insumos infaltables que debe tener cada kilo de cocaína de buena calidad que se exporta a Estados Unidos. Qué ingrato es Varito, venir a decir que la justicia colombiana no le ofrece garantías cuando lo único que ha hecho es alcahuetearle cada uno de sus actos.

Y claro, Colombia vive fascinada con su patanería, con su irrespeto a las instituciones, con su saboteo constante al proceso de paz. Imagino que así no presente pruebas, él será el único ganador de este zafarrancho. Las recientes encuestas así lo demuestran: en este momento Zuluaga superaría a Santos en la segunda vuelta. Qué pesar, votar por el candidato de un hombre que ha demostrado con creces despreciar al pueblo colombiano. ¿No me creen? Acá les boto esta perla: cuando era senador de la República entre 1988 y 1993, fue el promotor de la ley 5011/9/90, también conocida con el eufemístico nombre de “Reforma del mercado de trabajo”, que en su momento causó un fuerte rechazo de sus viejos enemigos, los sindicalistas, y a la que en parte le debemos los míseros sueldos que ganan los trabajadores de este país. Tan laxo con los narcos y tan duro con el pueblo. Pero la fórmula le funciona porque cada día son más los que adoran a este energúmeno.

Conforme se acerquen los días a las elecciones vendrán otras acusaciones, otras chuzadas, otro escándalo. Su teflón parece soportarlo todo. Tal vez si en su momento Pablo Escobar o Carlos Castaño se hubieran lanzado a la presidencia hubieran arrasado en primera vuelta. Nos sentimos más seguros si es un guerrero el que ocupa el trono. Nos sentimos más seguros, sin importar si vivimos en un suntuoso palacio o en el más insalubre de los tugurios. Tantos años de guerra nos arrancaron el alma. Uribe en otro país no sería senador, en un país civilizado estaría respondiendo por cada una de estas acusaciones, con sus cuentas de Twitter y su boca cerradas, sufriendo, en su tranquilo retiro, el sofisticado aburrimiento de los expresidentes.

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