Maritza Zúñiga, el arte de hacer un disfraz
Opinión

Maritza Zúñiga, el arte de hacer un disfraz

Este año Maritza Zúñiga fue designada Lancera de las Fiestas de la Independencia de Cartagena. Un reconocimiento a su labor como artista, educadora y gestora cultural por más de 20 años

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noviembre 01, 2017
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A los seis años, Maritza Zúniga recuerda haber visto a la primera persona disfrazada. Era su padre, Santander Zúñiga, quien vestido como elegante matrona, durante el carnaval de Villanueva, Bolívar, recorría las calles del pueblo y la gente se reía a su paso. Así, Maritza se hizo a la idea que un disfraz era para divertir a los otros.

Luego su padre, la llevó a ver el Bando de la Independencia, durante las fiestas de la capital del departamento, Cartagena. Al observar aquel recorrido, Maritza tuvo una decepción que rememora como un hecho traumático: “Veía que los disfraces pasaban y no me hacían reír. Había hombres con machetes, usaban pieles de animales, pero lo que más me impresionó fue aquellos que llevaban perezosos, iguanas y culebras vivas que lanzaban a la gente para asustarla, eso me quedó para siempre en la cabeza”, dice, en un tono pausado y melodioso que la caracteriza.

Por eso, cuando Maritza comenzó a imaginarse un nuevo disfraz para las fiestas de Cartagena tuvo dos claros propósitos: que fuera algo que cautivara a la gente, y que respetara la flora y la fauna de la región.

Al culminar su bachillerato, Maritza quiso entrar a la Escuela de Bellas Artes, pero su mamá se opuso, quizá por el duro momento que pasaban. “Mi papá había muerto, y mi mamá asumió el trabajo que venía haciendo mi papá como celador del colegio Comfenalco, ella no quería que yo fuera artista, me decía que eso no daba plata. Me pedía que estudiara Derecho… yo no le hice caso, y a escondidas me matriculé en la Escuela de Artes”.

Allí se encontró con grandes maestros de la plástica del Caribe que acudían a la escuela a dar talleres a los jóvenes artistas. Son ellos Alejandro Obregón y Enrique Grau. “Maestros insuperables —dice Maritza— Obregón me enseñó a trabajar el color, a identificar las formas que teníamos en el Caribe, a mirar cómo la luz cambia las texturas y los rostros de la gente”.

Del maestro Grau, aprendió las técnicas del dibujo a lápiz y a darle realce a las formas, pero sobre todo la paciencia para concebir una obra llena de esplendor. “Grau era perfeccionista, me decía: ‘la obra está bien, pero trabájale más, ensaya otra pincelada, experimenta con nuevos colores, no te des por vencida, que al final la obra maestra aparece’, y así sucedía”.

El maestro Enrique Grau era también un aficionado al disfraz y al carnaval. Se sabe que disfrazaba a distinguidas damas de la élite cartagenera y se las llevaba al Carnaval de Barranquilla a quienes ubicaba en las carrozas que recorrían la Avenida 20 de Julio (Kra 43), durante el sábado de Carnaval.

 "Obregón me enseñó a trabajar el color, a identificar las formas que teníamos en el Caribe".
Foto David Lara Ramos

 

En Bellas Artes, Maritza también encontró a un maestro que le recordó que un disfraz era también divertirse uno para después divertir a la gente. Fue el profesor Alberto Llerena, quien en las clases de teatro explicaba que en un disfraz están presentes todas las bellas artes, y que es el cuerpo la herramienta que da vida a la nueva obra.

A finales de 1999, Maritza inició su maestría en Pedagogía de las Artes en el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño, IPLAC en Cuba. Investigó sobre las formas del disfraz en Cartagena y pueblos vecinos desde los años 50 hasta los 80. Luego de culminar esos estudios, hizo una reflexión que la llevó a decidirse por el disfraz como forma de expresar sus sentimientos: “Yo quería crear una obra en la que también estuviera yo, y lo hice a través del cuerpo. Es cuando me digo, voy a mezclar todo lo que he aprendido, danza, teatro, artes plásticas y música, y la respuesta fue construirme un disfraz que tuviera mi propia alma, disfrazarse es sentir que eres otro y es una sensación que tenía cuando pintaba”.

 

Desde 1986, Maritza se ha disfrazado de tigresa, esclava, de muñeca cabezona,
de caballito de mar y campesina, hasta llegar al disfraz de cobra,
que siempre ha usado en las fiestas de Cartagena y en el Carnaval de Barraquilla

 

Desde 1986, Maritza se ha disfrazado de tigresa,  esclava, de muñeca cabezona, de caballito de mar y campesina, hasta llegar al disfraz de cobra, con el que siempre se ha hecho presente en las fiestas de Cartagena y en el Carnaval de Barraquilla, donde en 2012, ganó el Congo de Oro al mejor disfraz individual.

Ese proceso creativo, Maritza lo resume con una emoción que contagia: “Decidí que el disfraz fuera de cobra cuando comencé a estudiar otras culturas. Encontré que en Asia y África hay una variedad de cobras. Como nuestro origen es africano, eso me dio una primera y buena señal. Voy a la cultura egipcia y allí vi que la cobra es considerada la señora del cielo, luego hallé que es la única que puede erguirse cuando está alerta, y suelta la capucha, que para la cultura egipcia es tan importante que es la forma del faraón. Me atrapa su color, hay cobras de varios tonos, grises, verdes, rojos, cafés y naranja. Posee una sensualidad femenina y me digo, yo tengo la elegancia de la cobra, el amor por los colores, su sensibilidad, y el movimiento lleno de curvas como las mujeres del Caribe, con esas características no tengo una sola duda y comienzo a trazar mi diseño”.

Luego de seguir explorando en técnicas de maquillaje, y realizar talleres con expertos en máscaras como Abraham Berdugo, artesano de Galapa, Atlántico, el disfraz de cobra verde apareció en las Fiestas de Independencia de 2007. La aceptación se revelaba de muchas maneras, según cuenta Maritza: “Óyeme, cobra linda, ven, pícame donde tú quieras, me decían los hombre; las mujeres querían tomarse fotos conmigo, y los niños me abrazaban, que era lo que yo más quería, un disfraz con el que se pudiera jugar y divertir”. En 2008 pasó de cobra verde a cobra anaranjada y en 2009 fui fucsia, color que tuvo gran aceptación entre los seguidores del disfraz.

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La casa de Maritza en el barrio El Country, se convirtió en un taller creativo en el que participan todos los vecinos. Madres de familia retocan y pintan los tocados, mientras los pequeños rellenan de escarcha los nuevos zapatos del disfraz. Un enorme mesón atraviesa todo el espacio de la sala y el comedor, repleto de cabezas de cobra en icopor, papel maché, tarros de pintura acrílica, goma y pinceles de todos los tamaños. Atrás, en el patio, Maritza retoca los disfraces a mano, un trabajo exigente que realiza con paciente creatividad. “El disfraz es una licra verde, que luego dibujo con aerógrafo, dándoles sombras y diversas tonalidades de verdes. Con la misma técnica, realizo cada escama, al igual que el pecho de colores en tonos rojos, negros, verdes y anaranjados. Luego, cada escama es recamada en piedras y escarchas para darle un toque lleno de fantasía y vivacidad”.

Este año (2013), los colores de la cobra se multiplicaron. Maritza presentó, el pasado jueves, durante el desfile que abre las fiestas de Cartagena, una comparsa con 25 cobras entre los 2 y 20 años de edad. “Mi esposo se disfrazó de cobra negra, y mis tres hijas de cobras verdes, al igual que las hijas de un grupo de vecinos y amigos. Además, por primera vez desfilaron cobras machos, vestidos de azul intenso, lo que garantiza la permanencia de la especie en la fiesta”, dice Maritza con una sonrisa llena de satisfacción.

Aquello que nació como un disfraz individual, es hoy una danza que baila a ritmo de tambores, gaitas y clarinetes que imitan los sonidos del nagaswaram, o del pungi, instrumentos de viento que usan los encantadores de serpientes en la India. “El clarinete suena parecido a un nagaswaram, toca una melodía como la de los encantadores de cobras en África y Asia. Vamos danzando sensualmente, moviendo nuestros cuerpos, y con nuestro báculo, llamamos a la gente como si se tratara de un embrujo, es una coreografía moderna que ensayamos desde el mes de junio y que cautivó a toda la gente durante el desfile”.

Maritza es ejemplo de un ser que hace y construye la cultura sin importar las ayudas o “incentivos” que entrega el Distrito para motivar a que la gente se disfrazara en la fiesta. Para el caso de la cobra, el llamado “incentivo”, produjo el efecto contrario. Según expresa Maritza, cada disfraz individual recibe entre 200 y 250 mil pesos,  pero hacer una cobra puede costar entre uno y tres millones de pesos, sin embargo, la respuesta de Maritza es contundente: “Así no me den plata yo me disfrazo, porque esto es un sentir que viene desde niña. Antes en esta fiesta la gente se echaba algún trapo encima, se rompía la ropa o se pintaba el pelo y ya creían que eso era un disfraz. Un disfraz es una obra de arte, por eso quiero que las fiestas de Cartagena se llenen de baile, danza y alegría,  pero sobre todo de muchas cobras, hembras y machos, para que la fiesta se llene de más colores”.

 

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