Los votantes son estúpidos
Opinión

Los votantes son estúpidos

El fantasma de Facebook en la “democracia” y su descripción en “La gran hackeada” es un cuento flojo que solo se sostiene si los votantes son estúpidos y las app decodifican la mente humana

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septiembre 01, 2019
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Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de Facebook. Desde hace unos tres años, en la conversación pública, hay una discusión sobre el papel de las redes sociales, en particular Facebook, en el desarrollo de la “democracia”. Dos eventos mundiales prendieron las alarmas en 2016: la elección de Donald Trump y el triunfo del sí al brexit en el Reino Unido. Algunos intentaron incluir en ese paquete el triunfo del No en el plebiscito colombiano, pero no creo que sea comparable, tanto por el nivel de influencia y por la forma en la qué, supuestamente, ocurrió el resultado.

Recientemente, un documental de Netflix –The Great Hack- avanzó un paso más en la descripción del fantasma. Basados principalmente en el testimonio de Brittany Kaiser -exempleada de Cambridge Analytica, la empresa en el centro del escándalo- el documental busca revelar los contornos de una trama macabra que va a destruir la democracia. En palabras de la periodista británica Carole Cadwalladr, estamos en riesgo de nunca volver a tener elecciones “justas y libres”. Ante tamaña predicción, y la angustia generalizada de un -¿pequeño?- sector de la población sobre este fantasma, vale la pena revisar cuál es exactamente el problema.

Y, la verdad, es que no es fácil definirlo. Se cruzan varios temas en la conversación y, por lo menos en el documental, no es evidente qué es lo que se está denunciando. Hay una línea legal: el mal uso de los datos de los usuarios de Facebook para alcanzar fines lucrativos y políticos. Es decir, que la red social tiene unos datos que no fueron usados de manera correcta por terceros. Sobre este punto, la empresa Cambridge Analytica en principio se defiende diciendo que sí respetaron los términos de uso. Según Kaiser, tanto Cambridge Analytica como Facebook están mintiendo en este punto. Seguramente ella tiene razón, no parece que Mark Zuckerberg -jefe de Facebook- y Alexander Nix – jefe de Cambridge Analytica- tengan muchos escrúpulos en el camino a alcanzar sus objetivos. Sin embargo, más allá de la discusión legal, que se resuelve en tribunales, hay un punto que parece ser más importante en la denuncia: el mecanismo bajo el que opera Facebook, con la posterior intermediación de Cambridge Analytica y otras empresas de ese tipo, va a destruir el mundo, llenándolo de odio, destruyendo la democracia, fortaleciendo el autoritarismo e, inclusive, promoviendo genocidios.

Es decir, la otra línea del problema denunciado es política. Es este punto que me parece particularmente mal justificado. Daría la impresión de que el documental usa la misma técnica que quiere denunciar: simplificar al máximo los hechos, para producir unas ideas elementales sensacionalistas que, consumidas en masa -en este caso a través de Netflix-, resultan en un contenido viral difundido a través de las redes. El documental es como el meme que tanto les disgusta. Veamos por qué. La premisa esencial del problema político es esta: los usuarios entregan datos a Facebook y, luego, las aplicaciones usan esos datos para crear unos mensajes particulares para esos usuarios; esos mensajes que los usuarios luego ven resultan en que cambian su comportamiento y votan por quién sea que la aplicación quiere. Esa es la gran “hackeada” del título del documental: la mente de los votantes fue “hackeada” por las aplicaciones y ahora son robots que responden automáticamente a decisiones de más arriba, que siguen sin entender. Decisiones que, por supuesto, toman los malos de la película, Trump, los del Brexit, los de no en el plebiscito, Ted Cruz y hasta Peñalosa que pone la cuota colombiana en el documental. Facebook y sus socios han logrado entonces el viejo sueño de leer las mentes para manipularlas. La destrucción de la democracia resulta entonces de la ausencia de escogencia libre.

Sin embargo, es un cuento muy flojo. Solamente se sostiene si, por lo menos, dos elementos son ciertos: los votantes son estúpidos y las aplicaciones que recogen los datos han decodificado el funcionamiento de la mente humana. Ilustro con ejemplos. Los votantes deben ser estúpidos porque, primero, deben decidir que van a entregar unos datos en internet sin saber que, inevitablemente, alguien va a ver esos datos. Es decir, que los votantes cuando deciden entregar las fotos de su cara a Faceapp o responder qué perrito quieren ser, no entienden que alguien en el otro lado de la relación virtual está usando esa información. Aunque cada vez es más evidente lo que está pasando, suena razonable todavía sugerir que los votantes pueden estar entregando datos sin entenderlo. Al fin y al cabo, nadie lee los términos y condiciones (pero yo tengo mucha fe en la intuición: no hay que leer nada para sospechar que nadie hace una aplicación para envejecer la cara sin recibir nada a cambio).

Los elementos más pobres de la justificación son, sin embargo, los siguientes: ya con los datos de qué perrito quiere ser el usuario, sumado su comportamiento en más espacios de internet, la aplicación codifica el perfil psicológico y tiene cómo enviarle un mensaje perfecto para que el usuario decida su voto por su cliente, sin darse cuenta. Esto es francamente poco plausible: entender la complejidad de la mente humana y los elementos que componen las decisiones que tomamos está muy lejos de ser un problema resuelto. Y, también, aún si entendiéramos cómo se toman las decisiones, producir un mensaje político que resuene exactamente con esa mente para producir ese voto es realmente difícil.

Esa visión de las personas como esclavos de impulsos que son fácilmente dirigidos por poderes superiores no me convence. Es la misma de aquellos que reducen la política a unos caudillos que dan instrucciones a unas masas que no opina ni piensa ni disiente de algún político, así lo admire. Es la misma de las que dicen que hay dos tipos de votos, los de opinión y los de la maquinaria.

 

 

El documental, y la corriente de Facebook revela su propia mediocridad:
la misma vieja política tradicional de algunos asesores,
como JJ Rendón que operan con encuestas tradicionales para recoger… ¡datos!

 

 

El gran ejemplo que dan en el documental es que esta gran manipulación de datos resultó en el eslogan de “Crooked Hillary” algo así como “Hillary Torcida”. Ahí sí, sin duda, qué estupidez. No hace falta tener millones de datos para viralizar ciertas frases en estos tiempos. Las redes son un caldo de cultivo de frases que compiten por atención. Por supuesto que entender los algoritmos es útil para saber cómo y cuándo publicar un contenido pero, jamás, reemplaza la necesidad de tener imaginación y algún sustento concreto en la realidad. El documental, y la corriente de Facebook como el nazismo del siglo XXI, revela su propia mediocridad: resulta que Alexander Nix termina confesando, grabado a escondidas, que la táctica más importante es difundir propaganda negra, llevar prostitutas e inventar mentiras. La misma vieja política tradicional de algunos asesores, como el viejo conocido JJ Rendón y otros tantos que operan con encuestas tradicionales para recoger… ¡datos!

Mientras crean un fantasma de papel, la democracia actual enfrenta riesgos verdaderos. Por ejemplo, en Colombia, como explica uno el valor de la democracia liberal si la palabra liberal está cooptada por el partido político más corrupto del país. Es en las calles, con conversaciones directas, con la elaboración de mejores narrativas, ideas y políticas públicas, que se puede vencer a los autoritarios. La batalla en las redes debe ser un resultado de la discusión en la realidad de las calles. Es más, esas redes son poderosas aliadas de ideas que jamás podrían haber crecido en los marcos de la política tradicional que, en Colombia, es sinónimo de clanes familiares, de ríos de plata y, muchas veces, de poderes armados.

Por último, no deja de ser sorprendente que en la cruzada por defender la “democracia” se asuma la posición más iliberal de todas: esa que ve a los ciudadanos como borregos manejados por cuerdas manejadas por un poder superior. Por mi parte, por principio y por la evidencia que he podido corregir, mantengo la convicción profunda que el razonamiento consciente sigue siendo la base de nuestro comportamiento. Por supuesto, sé bien que toca ser creativo para comunicar y explicar, pero eso es justamente el asunto de la política bien hecha. Lo demás, son estupideces.

@afajardoa

 

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