Los reveses electorales de la izquierda en América del Sur

Los reveses electorales de la izquierda en América del Sur

"La confrontación entre izquierda y derecha es un asunto que va a estar en la agenda del continente en el próximo cuarto de siglo"

Por: Enoin Humanez Blanquicett
enero 20, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Los reveses electorales de la izquierda en América del Sur

En 1993 la primera edición de un clásico de la historia política latinoamericana del tiempo presente apareció en simultánea en español e inglés en las librerías mexicanas y estadounidenses. En el primer párrafo de la introducción su autor sostiene: “La guerra fría ha terminado y el bloque socialista se derrumbó. Los Estados Unidos y el capitalismo triunfaron. Y quizás en ninguna parte ese triunfo se antoja tan claro y contundente como en América Latina […]. Hoy los países de esa misma región los gobiernan tecnócratas o empresarios conservadores y fanáticos de Estados Unidos, casi todos llevados al poder –hecho insólito en el continente- por la vía del voto. El empeño estadounidense de combatir a una izquierda activa, influyente y amenazante culminó con éxito indiscutible: dicha izquierda fue derrotada sin cuartel ni clemencia”. Al final del párrafo se establece –como conclusión- un balance lapidario: “En la América Latina de la posguerra fría la izquierda carece de peso y pertinencia”.

El epilogo del panorama sombrío presentado en ese párrafo inicial es una pregunta sin rodeo, que tiene por objeto justificar la pertinencia de la obra. El autor, con el propósito de justificar su esfuerzo intelectual, se pregunta si la izquierda latinoamericana, que está desmoralizada y en la lona, merece qué alguien pierda tiempo ocupándose de ella y que además le dedique un libro entero. Para colmo, el ambiente tóxico en el que se debatía la izquierda de comienzos de la década de 1990 terminó de ser envenenado por la publicación de un libro, que ganó rápida celebridad. El éxito de la obra se edificó sobre una fórmula chocarrera: etiquetar desde el titulo, y sin fórmula de cortesía, a los partidarios de las ideas progresistas como los perfectos idiotas del continente.

Sin embargo, a pesar del panorama desolador y del futuro incierto que Jorge Castañeda presagiaba para la izquierda latinoamericana en “La utopía desarmada” y de la carga de mala leche que le vertieron encima los autores de “El manual de perfecto idiota latinoamericano”, en 1998 comenzó una era de festejos para los partidarios de la gauche. Una seguidilla de de triunfos electorales consecutivos dio lugar a una fiesta que ha durado decenio y medio. Durante esa temporada de festejos hemos visto desfilar por los palacios presidenciales de las capitales de la mayoría de los países de la región, a excepción de México, Costa Rica, Panamá, Colombia, República Dominicana, –y digamos Perú-, porque Ollanta Humala resultó no ser el lobo feroz que todos temían, presidentes que se han hecho elegir bajo las banderas antiestamentistas y con un programa, que va en contravía de los intereses de Washington en la región.

Entre los que han presidido ese festejo hemos visto de todo. Un militar golpista, enfundado en camisa y boina rojas, que se declaró partidario de las ideas políticas disidentes; un obrero metalúrgico, que ganó sus galones en el mundo sindical, enfrentando la represión de militares golpistas alérgicos a las ideas políticas disidentes; una familia millonaria de la Patagonia, con negocios en el sector inmobiliario, que decidió untarse de pueblo y fomentar la inclusión social en un continente atascado en el pantano de la desigualdad; un hacendado rural ensombrerado, que llegó al poder bajo el paragua de un partido liberal y giró repentinamente a la izquierda; un tecnócrata en asuntos económicos, educado en universidades (si aún resulta licita la expresión) del primer mundo; un indio sin abolengo, que hizo sus primeras armas en la lucha agraria, defendiendo el uso tradicional de los cultivos de coca; dos idealistas que fundaron guerrillas para enfrentar a los gobiernos militares, fueron derrotados y purgaron su rebeldía en la cárcel; un excomandante guerrillero que ganó el poder por las armas, lo perdió en las urnas y lo recuperó a través de ellas; y hasta un cura que ha leído más la Biblia que los manuales de propaganda leninistas.

El sobrevuelo del recorrido que le permitió a la izquierda ascender al poder de Ciudad de Guatemala a Buenos Aires, de Brasilia a Tegucigalpa, de Quito a Managua y de Asunción a San Salvador, así como el examen de lo que ésta ha hecho durante su estadía en el gobierno, nos muestra que la izquierda latinoamericana nos es la misma en todas partes. Por eso en la evaluación de su gestión de la cosa pública, no se puede proceder a  medir a todo el mundo con el mismo rasero. De cara a esa lógica resulta equivocado el enfoque generalizador con el que Beatriz Miranda, en un especial para El Espectador, aborda el balance de una década y media de ejercicio del poder por parte de la izquierda en la región. Igualmente resulta equivocado el apresuramiento con el que los analistas del conservador diario El Colombiano aseguran que “la izquierda de América Latina va en declive”.

Esas posturas editoriales no consulta la realidad. El examen del momento político actual por el que pasa el continente, basado en el devenir de la izquierda, como lo sostiene “Andrés Molano, director del Observatorio de Política y Estrategia en América Latina (Opeal)” tiene que tomar en cuenta que así como hay países donde los regímenes de izquierda se han desgatado, como es el caso de Venezuela, Brasil y Argentina, “hay otros que transitan una etapa formidable y estable cómo Uruguay,” Bolivia, Ecuador, Chile o incluso El Salvador. En este último país los sectores de izquierda se han consolidado –en las dos últimas elecciones- como actores políticos indiscutibles en la escena nacional.

En lo que concierne a la corrupción, si bien es cierto que hay casos concretos, como el caso venezolano, donde el paso de la izquierda por el poder ha estado “marcado por actos de corrupción y de abuso de poder”, en este campo salir a generalizar a partir del caso más visibles no es pertinente. Generalizar a partir de la particularidad siempre será un proceder equivocado, que equivale a valerse de un único aparato de medición para dar cuenta de las características matemáticas de los diferentes productos, que abarrotan la estantería de un supermercado. En otras palabras, un metro sirve para medir la tela, pero no sirve para pesar el queso.

En lo concerniente al abuzo del poder, si bien es importante reconocer que ciertos gobernantes latinoamericanos, que han llegado al gobierno bajo la bandera de la izquierda han demostrado en el ejercicio de éste un talante atrabiliario, también hay que reconocer que hasta hoy, por muy safio que haya podido ser Chávez, por muy palurdo que nos resulte Maduro, por muy zamarro que nos parezca Correa o por muy autócrata que se nos figure Evo, estos individuos son altamente potables cuando se los compara con Rafael Lenidas Trujillo Molina, Jorge Rafael Videla, Anastasio Somoza (padre e hijo) Augusto Pinochet  o  Alfredo Stroessner.

Igualmente sus pasadas de piña –por tomar prestada una metáfora del argot popular barranquillero- en el ejercicio del poder no resultan distintas a las que se permitieron Alberto Fujimori en Perú, en la década de 1990, o Álvaro Uribe Vélez en Colombia, durante la década 2000. Sin entrar a justificarlos, cuando se examina cuidadosamente el paso por el poder de los dirigentes de izquierda de América Latina desde la perspectiva de los derechos humanos y de cara al abuso de poder, éstos no han puesto en práctica con sus opositores las medidas represivas que implementaron los gobiernos de derecha durante el siglo XX, que llevaron a Jorge Castañeda a preguntarse ¿cómo “las fuerzas favorables al cambio” pudieron sobrevivir a los “peores horrores”, que se cometieron durante la aterradora campaña de represión que puso en marcha el establecimiento latinoamericano, para contener el virus rebelde, que se propagó por la geografía regional luego de la revolución cubana?

En cuanto a la corrupción, no se puede ocultar que ha habido corrupción durante los gobiernos de muchos políticos que han accedido al poder vistiendo la casaca de la izquierda. Pero a pesar de sus indelicadezas la sensación general es que han sido más equitativos y pulcros que sus pares de la derecha. Por eso, como lo anota Antonio Caballero “nunca se ha visto que en Venezuela salga el populacho a las calles a gritar «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Carlos Andrés!», ni en el Brasil «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Collor de Melo!», como sí gritaban los argentinos «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Perón!»”. En el campo de la transparencia en el manejo de los recursos del Estado, para evaluar el comportamiento de la izquierda en el uso de los recursos públicos vale aquí traer a colación un adagio franceses, que sostiene “que los frutos no caen lejos del árbol”. Por eso se puede considerar que en un continente, donde la clase política se ha caracterizado históricamente por ser corrupta, autoritaria y caudillista, la dirigencia de izquierda no está exenta de reproducir esos vicios.

Superar las prácticas clientelista en el ejerció de la política y la concepción patrimonialista en la gestión del Estado, dentro de la cual se concibe a los recursos públicos como un botín que el gobernante y sus amigos pueden manejar como plata de bolsillo: (“el dueño de la chequera soy yo” le dijo recientemente el presidente de Colombia a su vicepresidente, develando de ese modo el pulso secreto que mantienen los dos por el reparto del botín público entre sus respectivas clientelas), es un asunto que nos va a tomar todavía muchas generaciones.

En cuanto a la vocación autócrata de la izquierda respecto al ejercicio del poder, ésta es concomitante con la historia de una región donde la militarización de la política, como lo resaltan Dirk Kruijt y Kees Koonings, ha moldeado la vida pública de casi todos sus países. Por eso no es extraño que el 45% de la población latinoamericana manifieste estar dispuesta “a apoyar a un gobierno autoritario si éste resuelve los problemas económicos de su país”, un 56% manifieste “no estar satisfecho con la democracia” y un 34%, como lo destaca Rosendo Fraga, declare su disposición a apoyar un gobierno militar. Como si fuera poco, en el vademécum marxista existen los conceptos de dictadura del proletariado  y de partido único. En un contexto autoritario y caudillista, como el latinoamericano, esta receta encaja correctamente en el programa político de los sectores más radicales y militantes de la izquierda, que todavía no descartan el recurso a las armas para hacerse al poder o para mantenerlo.

La derrota del chavismo en las parlamentarias venezolanas después de década y media de hegemonía; el revés del justicialismo en las presidenciales argentinas, en un país en el que, al decir de Antonio Caballero, “hasta el papa es peronista”; y la pérdida por parte de la indisciplinada y dispersa izquierda colombiana de la alcaldía de Bogotá son tres eventos, que han llevado a ciertos analistas a decretar de “la crisis de la izquierda en América Latina”.

Uno de ellos es Juan Francisco Alonso. Este cronista afirma en el Diario Las Américas de Miami que “la elección del conservador Enrique Peñaloza como alcalde de Bogotá”, […] del opositor Mauricio Macri en las presidenciales de Argentina y ahora la de la antichavista Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en las legislativas de Venezuela” son “tres victorias que” evidencian “que en América Latina se está dando un viraje político”. A nuestro modo de ver, los analistas que proceden de ese modo están tomando la parte por el todo y confundiendo peras con manzanas, al analizar en pie de igualdad tres casos, que ameritan ser analizados por separado.

Para Franck Gaudichaud, la entrada en la escena gubernamental de la izquierda marcó el inicio de un “nuevo ciclo político regional”, que ha traído consigo el debilitamiento del “intervencionismo del “Tío Sam” y del imperialismo” en el continente. Ese nuevo ciclo político, en opinión de Emir Sader, ha significado el inicio de “un nuevo período histórico en América Latina”. La derrota de peronismo en las presidenciales argentina, el traspié del chavismo en las parlamentarias en Venezuela y la salida de la izquierda de la alcaldía bogotana, más que ponerle fin a ese periodo, lo que marca es el inicio de un nuevo capítulo del mismo.

En ese plano, como lo sostiene Carlos Lozano Guillen, la confrontación entre izquierda y derecha en América Latina, dada la crisis de los viejos partidos tradicionales en la mayoría de los países del continente, es un asunto que va a estar en la agenda durante el próximo cuarto de siglo, porque la ciudadanía se ha dado cuenta paulatinamente que la “primera significa el cambio, el progreso social y la preservación de lo ético; y la segunda, lo contrario”. Sin embargo, la derrota encajada por la izquierda argentina, venezolana y colombiana pone sobre la mesa otro tema importante, que no se puede soslayar: “el debate de ideas […] sobre qué izquierda se necesita” hoy en cada uno de esos países.

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