Los partidos políticos y las parejas intercambiables
Opinión

Los partidos políticos y las parejas intercambiables

Asistimos confusos y asqueados al circo de las lealtades intercambiables de liberales, conservadores, cambiorradicales, petristas, polistas, centrodemocráticos, verdes; en una suerte de fiesta Swinger que produce escalofríos

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julio 18, 2017
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Con incansable regularidad, los aspirantes a cargos de representación en el Estado comienzan a acomodarse bajo las toldas de cualquier organización que les brinde el aval necesario para postularse a ser elegidos por los ciudadanos.

Y entonces los colombianos asistimos medio confusos y medio asqueados al eterno circo de las lealtades intercambiables, según las cuales aparecen liberales, conservadores, cambiorradicales, petristas, polistas, centrodemocráticos, verdes de nuevo cuño y de vieja data; en una suerte de fiesta Swinger que produce escalofríos.

Mediante artimañas semejantes a las que dieron pie a la invención de los famosos avales, personajes de todas las tallas se arrogan la potestad de decidir quiénes pueden representar a los partidos. Pero a todas estas surge una pregunta: ¿qué son verdaderamente los partidos políticos? ¿Para qué sirven, además obviamente de dar avales? ¿Qué responsabilidad tienen por las actuaciones y delitos de sus avalados?

Para responder a estos interrogantes, que cada vez menos le interesan a los ciudadanos que no viven del erario, me pareció oportuno copiar apartes de una formidable nota escrita el 4 de Agosto de 1973 por Lucas Caballero Calderón, en la cual se hacía preguntas parecidas, para llegar a conclusiones que hoy, casi 44 años después, demuestran con su validez y actualidad que poco es lo que ha cambiado nuestra fauna política.

 

Klim bautizó su columna así: Usted, por fin, qué es:
¿Llerista? ¿Turbayista? ¿Lopista?
¿O simplemente manfichista?

 

Klim bautizó su columna en forma de pregunta hecha por estudiantes de Sociología de la Universidad Jorge Tadeo Lozano: Usted, por fin, qué es: ¿Llerista? ¿Turbayista? ¿Lopista? ¿O simplemente manfichista?

La respuesta a esa pregunta fue la que me permito transcribir a continuación en sus principales apartes:

“Jóvenes: aún soy liberal. Y nunca me ha sobrado tiempo para ser otra cosa. Ser liberal más que en las ideas está en los sentimientos. Es un estado del alma, una forma de reaccionar del espíritu, no una vocación burocrática ni una habilidad para hacer oportunas transferencias de jefe. Es ser pendejo en la forma más noble de la pendejada. Es buscar el bien común, antes que el de uno mismo, y no juzgar que las conquistas que trabajosamente se van logrando son metas definitivas, de llegada, sino modestos premios de montaña. El partido liberal, por eso, tiene que tomarse en conjunto. Y no como la obra acumulada de altos jefes y notables caudillos, cuyo mayor mérito para figurar en el libro de la historia consiste, precisamente, en haber sabido encarnar en un momento dado ese espíritu insatisfecho y audaz, idealista y romántico, desinteresado y valiente”.

Remataba su columna con estas reflexiones finales:

“yo, jóvenes, soy un liberal así: sentimental, romántico y pendejo. No he sido militante a sueldo, ni pertenecido al séquito de ningún jefe, ni figurado en los cuadros de honor del partido. No conozco el Vaticano de Alberto (Lleras), ni el Sinaí de Carlos (Lleras), ni el Pent-House del compañero Jefe (Alfonso Lopez M.). Los muros de esas sagradas residencias no han escuchado jamás, saliendo de mis labios, las palabras rituales de ciertos notables de pega: “!Mande Jefe!, “!Mande Jefe!”, que es la expresión que descubre todo el secreto de su vida de manzanillos y burócratas. Y si esa independencia de criterio me ha negado honores y prebendas me ha dejado, en cambio, la gran satisfacción interior de no haber sido traidor a nadie.  Y de no haberme tenido que mover en el tablero de la política como los caballos de ajedrez, avanzando tres pasos en dirección al jefe triunfante y uno de costado, para que no se pueda decir que abandoné demasiado impúdicamente a mi jefe en derrota.

Jóvenes, eso es todo. No soy llerista, lopista ni turbayista. Liberal únicamente. Y porque me gusta serlo siempre he tenido al servicio de mis sentimientos una pluma y un voto. ¿Y el partido….? Jóvenes, el partido son puestos”.

Hay mucho por redescubrir en la historia reciente de nuestro atribulado país. La amnesia colectiva no le puede seguir haciendo el juego a los de siempre.

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