Los intelectuales en el siglo XXI: entre el logos y la levedad

Los intelectuales en el siglo XXI: entre el logos y la levedad

No solo la metamorfosis tecnológica ha enmarañado el papel de los pensadores en la sociedad actual, también la estructura económica lo ha hecho

Por: Jorge Orjuela Cubides
abril 02, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Los intelectuales en el siglo XXI: entre el logos y la levedad

El papel de los intelectuales se ha complejizado, en gran parte, debido al proceso mismo de mutación de la sociedad que ha tenido lugar por dos motivos esenciales: por un lado, atiende a las consecuencias de la introducción de las tecnologías de la información en las relaciones sociales; y, por otro lado, al deterioro de la condiciones laborales con la entrada en escena del neoliberalismo, el cual proletarizó a los intelectuales, es decir, los ancló funcionalmente al sistema productivo mismo. En cuanto al primer aspecto, las tecnologías de la información han capturado la atención de millones de sujetos en el planeta, para quienes la virtualidad se convierte, paradójicamente, en su realidad más cercana e importante. En donde las relaciones de interacción humana parecen pasar a segundo plano y por ello las reivindicaciones –de toda índole– se hallan mediadas por interacciones virtuales de poca o relativa trascendencia en el plano material.

Pero no solo la metamorfosis tecnológica ha enmarañado el papel de los intelectuales en la sociedad actual, también la estructura económica lo ha hecho, con los cambios introducidos por el neoliberalismo han logrado deteriorar las condiciones de millones de trabajadores, incluidos aquellos que se desempeñan en el plano intelectual.

De esta manera, plantearé algunos elementos constitutivos del intelectual contemporáneo y algunas de las tareas a cumplir en medio de la vertiginosidad que caracteriza la vida actual. Para esto intentaré analizar su lugar de enunciación no desde el intelectual mismo sino a partir del contexto social en el que se desenvuelve.

Algo similar a como el pensador alemán, Karl Marx, lo hacía cuando estudiaba el crimen.Para él, el criminal no solo produce delito, con él se crea el derecho penal, el profesor encargado de impartir cursos sobre esta materia. Así mismo produce la administración de justicia penal con todos sus agentes y las divisiones del trabajo pertinentes. Además crea arte, literatura y promueve el desarrollo de las fuerzas productivas, por ejemplo, los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores de moneda.

Esta particular comprensión viene de la capacidad de Marx para mirar los fenómenos sociales por el revés, o reverso, de lo que los economistas, filósofos y políticos nada más verían la apariencia, el anverso. Mientras una amplia mayoría se centraríaen la crítica hacia el crimen y en el horror producido por el delincuente, Marx, al contrario, ahondaba en cada análisis en el contraste entre apariencia y estructura. Lo hizo al estudiar las consecuencias del crimen en el desarrollo de las fuerzas y relaciones de producción, y, de nuevo, en La lucha de clases en Francia, allí escribe que “la hipoteca que el campesino tiene sobre los bienes celestiales–trasmitiendo la visión de lo aparente– garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes del campesino”[1], develando lo real o estructural del fenómeno. Esta es una aproximación aguda y perspicaz a la realidad social, alejada de las explicacionesunidimensionales y abstractas.Sobre este terreno fértil, precisamente, quiero germinar algunas reflexiones sobre el intelectual y su función en la sociedad.

Antes de ello, quisiera seguirahondando en las complejidades que tejen el estado de cosas actual sobre el intelectual y el papel social.Así, como lo planteé anteriormente,las academias están atrapadas entre la producción científica y la económica, en una relación simbiótica en donde la primera queda, ineludiblemente, supeditada a la segunda. Las lógicas del mercado han tomado por asalto las universidades, imponiendo lógicas empresariales y, para rematar, hasta nociones lingüísticas, porque ya no se habla de rectores sino de administradores; los estudiantes ahora no tienen tal adjetivo sino que han pasado a ser clientes; mientras a los profesores se les ha despojado de su saber y se le ha transformado en simples mercachifles del conocimiento. Una metamorfosis que ha despojado al docente, al menos de forma parcial, de su saber y de su práctica pedagógica, transitando hacia la proletarización, es decir, la pérdida del control sobre su trabajo y, todavía peor, sobre el uso y propósitos de este. Se desvanece su relación con la sociedad en un doble sentido, tanto con su objeto creado como en su condición de sujeto creador.

En medio, además, de la deslegitimación de la democracia, el desprestigio de los partidos políticos y la repercusión, inevitable, sobre los académicos inmersos allí. Quienes padecen un doble embate, pues a la vez que se ha precarizado su actividad laboral en la academia, han sido acorralados en sus nichos ideológicos partidistas al no encontrar asidero en un contexto de desorden organizado y de trivialización de la política, en gran medida por la vertiginosa existencia contemporánea, acelerada, trascendentalmente, por las tecnologías de la información. En donde los seres humanos ya no tienen tiempo e interés para dedicarse a otra cosa que al trabajo durante largas jornadas y al consumo de televisión y celular, sin que quede tiempo para los amigos, las relaciones amorosas, familiares, mucho menos aún para luchar por una sociedad justa.

Dos ejemplos contundentes evidencian este proceso de trivialización social generalizada, el primero, al que ni los pobres han escapado, es el uso del celular,este se ha convertido en un objeto de consumo masivo, todas las clases sociales lo usan, por supuesto de diferente precio y calidad, aunque todos con el propósito de consumir tiempo en una comunicación sin fin, muchas veces trivial e innecesaria. A la par que producen cuantiosas ganancias a las multinacionales que controlan el mercado. El segundo caso está relacionado con el culto al consumo y la expropiación del tiempo en los centros comerciales, lugares que resquebrajan las jornadas laborales legales, aumentándolas entre 10 a 15 horas; con vigilancia perpetua sobre los trabajadores, bajo el pretexto de combatir el crimen. Este lugar, además, parece romper todas las diferencias de clase, puesto que convergen sectores de diverso origen social, aunque esto es una mera apariencia formal, ya que los niveles de consumo son bastante dispares entre uno y otro.

Entonces, si el filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, ¿cuál es el estado de cosas que configuran al intelectual contemporáneo? A fin de dar algunas respuestas sobre este interrogante, indagaré sobre algunas complejidades del mundo contemporáneo para comprender en su conjunto toda la dificultad que conlleva reflexionar en un mundo altamente vertiginoso.El trabajo lo dividiré en dos partes, en el primerapartado se examinará las razones por las cuales pueblos enteros obedecen a su soberano, buscando develar la forma en que puede intervenir el intelectual ante este sometimiento, en gran medida, voluntario. Para luego adentrarnos en una crítica acérrima contra el burocratismo de izquierda, practicado por miembros particulares de organizaciones y de partidos políticos con el fin de escalar socialmente, aunque esto implique el estancamiento de los procesos sociales y la instrumentalización de los anhelos de cambio.

La servidumbre voluntaria

Los gobernantes de la Antigüedad se valían de la fuerza para sojuzgar a los hombres bajo su mando, durante miles de años siguieron a su dirigente por el temor ante las represalias que podía tomar éste ante un acto de desobediencia. En la actualidad, el miedo sigue paralizando la acción de los gobernados, quienes se aterran al pensar lo que les podría pasar si alterarán el orden, en apariencia, normal del estado de cosas.

No obstante, tanto en la Antigüedad como ahora, otros miles se han sometido voluntariamente ante el soberano, ¿cómo ha sido posible esto? ¿Cómo un hombre puede lograr la obediencia de todo un pueblo?Porque incluso en momentos de cruda opresión hay quienes, con la más devota pasión, defienden las medidas para mantener bajo control la situación de desconcierto. Para Gramsci, la cultura juega un rol importante en la legitimación del control social, pues las normas, valores, instituciones, creencias, son construcciones sociales de la clase dominante e interiorizadas por el conjunto de la sociedad a través de las instituciones educativas, religiosas y los medios de comunicación, erigiéndose como hegemonía cultural que orienta la vida del resto de la población. En ese sentido, continuando con Gramsci, una tarea importante del intelectual es la creación de una hegemonía cultural de los sectores populares –campesinos, trabajadores, mujeres y todo grupo que padece la dominación–. Sembrando sentimientos de solidaridad y de dignidad hacia la vida, en general, es decir humana y de respeto hacia la naturaleza. Porque la disputa política del intelectual, en las circunstancias actuales, no puede restringirse a la liberación humana, es, además, un combateante la depredación ambiental.

Esta servidumbre voluntaria a la que se someten pueblos enteros, escribe Étienne de La Boétie, así mismo está relacionada con otros mecanismos de dominación, a saber: la costumbre,la cual es tal vez el medio de mayor efectividad para perpetuar el sometimiento de los ciudadanos. Si nuestros más remotos antepasados rindieron pleitesía, nosotros, de forma autómata, debemos acatar las órdenes como lo hicieron los primeros. De lo contario, corren el peligro de ser desaparecidos de la faz de tierra, bien sea por un empleado de la autoridad estatal, un infortunio “accidental” u, en la vida moderna, obstruido dentro del desenvolvimiento de redes virtuales.

Este mecanismo de domesticación es reproducido, ampliamente, al interior de las instituciones educativas, allí los maestros, trabajadores del intelecto, en muchos casos, agencian de perpetuadores del sistema. En la práctica, la educación –ofrecida a los sectores populares– no está dirigida para la libertad sino, al contrario, para encaminarlas hacia el servilismo.

Otro mecanismo es el embrutecimiento sistemático, alcanzado mediante la distracción, la dádiva y el elogio. Es el caso, por ejemplo, de aquellos a quienes el soberano les da una migaja de poder, con esto han hipotecado su pensamiento y la libertad para ejercerlo. Caen así en el acriticismo y penetra en ellos la peste del conformismo. En la actualidad, los medios tecnológicos y las redes sociales se han convertido en el principal instrumento de distracción de la vida moderna. El embrutecimiento ha quedado a la orden del día.

Constantemente los usuarios que interactúan en la virtualidad consumen una cantidad infinita y desorganizada de información, quienes al ser incapaces de sistematizarla caen en la trampa del pensamiento a corto plazo y, lo peor, de escasa o nula reflexión. Por tal motivo, el intelectual debe comprender que toda obra de cultura, es una obra de barbarie, como manifestó alguna vez Walter Benjamin. Es saber que no todo progreso técnico y científico es ineludiblemente un progreso social y moral. Para no subirse así, de forma ferviente, en el tren del progreso, con el que se ha despojado, paradójicamente, de la dignidad a millones de seres humanos en el mundo. Y ahora, para rematar, tambiénde su capacidad reflexiva.

De esta manera, para romper el embrutecimiento sistemático que perpetúa la servidumbre, el intelectual comprometido con los sectores populares deberá emprender una disputa en dos frentes; el primero, contra las modas intelectuales arraigadas en las academias y cuyo máximo adalid es el catedrático que profesa el pensamiento poco reflexivo, que acepta todo como es dado, apenas pensando en las implicaciones sociales contraídas cuando se subasta ante el poder el pensamiento independiente.A quienes podemos catalogar, en palabras de Edward Thompson, como un Academicusaltanerus, el cual está henchido de autoestima y se congratula continuamente de sí mismo en cuanto a la alta vocación del profesor universitario; pero apenas sabe nada de cualquier otra vocación, y se tenderá en el suelo y dejará que lo pisoteen si llega del mundo exterior alguien que tenga dinero o poder o incluso una línea dura de palabrería realista […] Son las últimas personas en las que se puede confiar con seguridad, ya que el presente nunca es el momento oportuno para alzarse y luchar[2].

Entre ellos encontramos a quienes se aferran a los micro relatos, como el posmodernismo, los cuales son la moda intelectual en la que se adscriben algunos de los radicales de ayer, “se presenta como una teoría que rechaza los análisis causales, que denuncia los grandes relatos como totalitarios, que niega la unidad interna de cualquier sistema, incluyendo al capitalismo, al que no nombra para nada en sus análisis. Para los postmodernos únicamente existen diferentes clases de poder, opresiones, identidades y discursos”[3]. La realidad, de igual manera, no existe solo existen construcciones y símbolos lingüísticos.Este flanco ideológico es vital si se tiene en cuenta que estos intelectuales burgueses, confesos aduladores del poder, hacen parte del engranaje de embrutecimiento sistemático al que son sometidos cientos de estudiantes, en un futuro cercano también reproductores del entorpecimiento de la población.

El segundo frente está relacionado con la cotidianidad en la que transcurre la vida de la mayoría de las personas. La vida moderna nos adentra en la era de la posverdad, entendida comotoda afirmación no basada en elementos objetivos de la realidad, a fin de distorsionar la situación creando una opinión pública asentada en emociones y en creencias personales. Para este fin se emplean las redes sociales que tercian como vehículos de desinformación masiva, creando una cultura de la inmediatez y de actuar espontáneo.La reflexión que requiere esfuerzo, dedicación y hasta obsesión es reemplazada por el vertiginoso y visceral tiempo de la red, en donde no hay espacio para la concentración y el pensamiento profundo: una caída en picada hacia la levedad.

De lo anterior se desprende la necesidad de preparar ideológicamente a la multitud para resistir ante los embates del idiotismo tecnológico. No obstante, es menester de los intelectuales adecuarse a las actuales condiciones que impone el contexto, es decir, simplificar el discurso a través del cual se entra en diálogo con el otro, aunque sin dejar de lado, por supuesto, la elaboración sensata de ideas, con el fin de hacer más asertivo el mensaje que pretende hacerse llegar. Ello implica, igualmente, insertarse en los canales de comunicación utilizados por millones de seres humanos en el mundo, seleccionando información necesaria para la actividad política y académica, evitando caer en el hiper consumo de información banal. Por esta razón, es tarea del intelectual contemporáneo guiar el acceso a la virtualidad para ampliar nuestras perspectivas porque, como escribe Noam Chomsky, internet es como cualquier otra tecnología, puedes usarla de formas constructivas o dañinas; siendo, precisamente, este el campo de combate del intelectual de los sectores populares. Aunque antes de eso, él mismo tiene el deber de renovarse y de liberarse de las cadenas que aprisionan su pensamiento en la red.

Contra burócratas de izquierda

Hace un siglo, Lenin identificaba las características de los oportunistas y su impacto dentro de la organización política, para él no era un adjetivo displicente y, mucho menos, un método de calumnia basado en la escueta emocionalidad. Al contrario, lo concebía como un fenómeno concreto ineludible de investigación pues tenía profundos impactos sobre los anhelos de cambio. El oportunista no pretende abandonar ni traicionar a su partido, su esencia es no saber obrar de acuerdo a los intereses generales, transándolos, sagazmente, por sus intereses momentáneos y secundarios. No plantea los problemas de manera rotunda sino que, al contrario, se escabulle entre los términos medios del asunto, intentando no comprometerse entre una u otra orilla. Tal es el oportunista identificado por Lenin hace ya un siglo, pero ¿cuál es el oportunista contemporáneo contra el cual debe combatir nuestro intelectual orgánico? Intentaré realizar una caracterización del oportunista de nuestro tiempo bajo la figura del burócrata, entendida la burocracia bien como un grupo social especializado de sujetos encargados de resolver actividades administrativas o bien como una serie de trámites que se deben realizar para atender un requerimiento. No haré una enunciación de las tareas del intelectual, éstas serán las desprendidas de esta caracterización.

En Colombia, de manera muy particular, la burocracia es una interminable cantidad de trámites, las cuales, sin embargo, no necesariamente contribuyen a que la diligencia tenga un buen término. Entre las razones que explican esta deficiencia se encuentran: 1) funcionarios poco calificados, 2) quienes ingresan a estos cargos gracias a sus vínculos sociales o familiares, por ello 3) la mediocridad es su característica distintiva, provocando congestiones, demoras e imprecisiones en los resultados, si es que llegasen, por supuesto.

Esta burocracia mediocre, además, es alimentada por la cultura colombiana, sustentada y promovida desde la televisión privada nacional con sus entelequias sobre narcos y reinas, caracterizada por el afán de ascenso social a través de cualquier artimaña, tal y como lo hacen estos oficinistas. En esta quimera, de criminales y silicona, se fijan denominaciones para aquellos que no comparten este modo de vida, así, se les denomina como sosos a quienes no aprovechan las oportunidades de progreso. Acaparadas por estos verdaderos emprendedores, un grupo social reducido pero con un arribismo que compensa el número, lo sugestivo no es, sin embargo y para sorpresa, la cifra sino los espacios en donde se han incrustado, porque aunque pareciera un fenómeno de organizaciones institucionalizadas es mucho más amplio su campo de actuación: nada más y nada menos que las organizaciones de izquierda. Para pesar propio y ajeno, debo admitir.

En este ámbito han provocado tanto o más caos que los contradictores del espectro político contrario, porque abigarrados en los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda crean las mismas dificultades antes enunciadas en la tramitación de las actividades, convirtiéndose en factores de estancamiento de los procesos sociales, una especie de rémora alimentada con los esfuerzos de quienes ellos considerarían unos sosos.

Estas particulares rémoras sociales tienen algunas características de fácil identificación, por ejemplo, suelen ocupar cargos intermedios dentro de la organización, dirigiendo asuntos esencialmente administrativos; poseen educación profesional aunque tienen poco impacto a nivel intelectual; son expertos demagogos, e intervienen como mercenarios a sueldo a favor o en contra de quienes, o aquello, que más se ajusta a las necesidades del momento; así mismo, y como pasa con otros burócratas, tienen preferencias manifiestas con personas cercanas y/o con algún vínculo familiar, social y clientelar, sin importar sus capacidades o preparación académica, al fin y al cabo eso es lo de menos, piensan los burócratas, si la sociedad acepta la mediocridad como norma, v.g., cuando consiente, abierta o soterradamente, la permanencia de un mandatario en cuyo prontuario se halla la falsificación de títulos universitarios.

Lo grave de este minúsculo, pero pujante, grupo social son las consecuencias que acarrea para los proyectos alternativos y críticos, debido a que la mediocridad que los caracteriza empaña y limita el avance de las propuestas de las organizaciones que los padecen, haciendo inoperantes y pueriles gran parte de los ideales planteados. De igual manera el avance, en términos numéricos, de nuestros personajes analizados, no es cosa menor si se tiene en cuenta queva infectando todo cuanto tiene cerca, por ello las organizaciones de izquierda van perdiendo su vocación de poder, debido a la parálisis que imponen estos mediocres, ahondada, evidentemente, con el sistema antidemocrático de la política colombiana, la cual acalla toda oposición digna al statu quo.

Los burócratas están anclados tanto en las organizaciones políticas como en las academias, incluidas las universidades públicas. Quienes también provocan la inmovilidad intelectual al detener la intromisión de nuevos talentos, algo equivalente a restringir el ingreso de nuevas personas en el ámbito laboral bajo supuestos pueriles y con la únicaintención de actuar en favor de sus más cercanos. A la par podemos encontrarlos en las universidades empantanando proyectos de investigación con las banalidades planteadas por las modas intelectuales a las cuales se adhieren casi como creyentes; impartiendo cátedras sobre arribismo e incapacidad intelectual, en respuesta a necesidades específicas del mercado; frenando distinciones a investigaciones serias y rigurosas, y usufructuándose del presupuesto de la educación, ya de por sí disminuido por las políticas neoliberales.

Precisamente, estas cadenas de mando, dice Étienne de La Boétie, son el elemento esencial, junto con el embrutecimiento sistemático y la costumbre, para sostener, voluntariamente, al soberano. Porque se creería, fácilmente, que los guardias y la vigilancia son el resorte de la dominación, sin embargo, dice La Boétie, son cinco o seis los que mantienen al tirano, “estos seis tienen a seiscientos que prosperan bajo su protección [...] Y estos seiscientos tienen bajo ellos a seis mil, a los que han otorgado privilegios”[4], así,a través de favores y halagos, se crea una cadena con tanta gente para quien la tiranía parece ser beneficiosa, como gente para la cual la libertad sería favorable.

Así, la tarea del intelectual orgánico a fin a los sectores populares es amplia y de gran envergadura, pues debe impedir la cooptación de las organizaciones políticas por parte de estos burócratas;ademásnecesitadescubrir las tendencias oportunistas que empiecen a manifestarse e inhabilitar su prolongación en el seno de la organización para evitar el estancamiento de los procesos sociales.Además es imperante que abogue por un acceso a la virtualidad que permita el desarrollo de la sociedad y no limite el pensamiento ni la reflexión. Y, sobre todo, deberá mantenerse siempre digno ante el oprobio, porque como escribiera Mario Benedetti, “ya es bastante grave que un solo hombre o una sola mujer contemplen distraídos el horizonte neutro pero en cambio es atroz, sencillamente atroz, si es la humanidad la que se encoge de hombros”, y aún más atroz si quienes los encogen son aquellos cuya labor es la lucha implacable contra el pensamiento unidimensional y la injusticia.

 NOTAS

[1] Un interesante análisis de la escritura de Marx, lo realiza Ludovico Silva enObertura: Ironía y alienación.

[2]Palmer, B. Thompson. (2004). Objeciones y oposiciones. Universitat de Valencia.

[3] Vega, Renán. Postmodernismo y neoliberalismo: la clonación ideológica del capitalismo contemporáneo. Revista Folios. 1997.

[4]Étienne de La Boétie. (2008).Discurso de la servidumbre voluntaria. Editorial Trotta. Págs. 50–51.

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