Es tanta la cantidad de corruptos que alberga mi querida y saqueada Arauca que nos podemos dar el lujo de tener amplia gama de ejemplares y diversidad de clases. Desde los corruptos matones que a toda hora andan armados no por defensa, sino como medio de amedrantar a la población para que nadie se atreva a tildarlos de corruptos, hasta las encopetadas fufurufas de “alta sociedad” que cansadas de disfrutar los placeres de la corrupción terminan siendo amantes de los escoltas de los corruptos.
Corruptos de toda pelambre, corruptos “revolucionarios”, así entre comillas, esos que consiguen votos sin mucha inversión basando su campaña en la lucha contra la corrupción pero que terminan haciendo alianzas hasta con el diablo para que “cuando estés conmigo en el paraíso” me des aunque sea una secretaría donde manejar algunos contraticos; llegando a convertir la corrupción en un elemento más de la tan cacareada “combinación de formas de lucha“, combinación que se queda en las cajas fuertes de los politiqueros porque lo que le llega a los revolucionarios armados son solo migajas para que “dejen trabajar” a sus corruptos.
Corruptos de todos los colores y de todos los estratos sociales, desde analfabetas arribistas hasta “ilustrísimos doctores” o “exitosos empresarios” que de la noche a la mañana aparecen con inmensas fortunas fruto del “arduo trabajo” en sus “testaferreterías”.
Pero indudablemente, los corruptos más apreciados, los que se ganan el premio, de la especie que más hay son los impolutos; esos que se llenan la boca criticando la corrupción pero que en cada proceso electoral hacen parte de la campaña de los más corruptos, esos que se las dan de muy dignos y honorables, pero que saben que fungir de organizadores, de voluntarios para cargar las tulas llenas de plata para la compra de votos, de saca micas, de “le presto el carro para cargar votantes” y hasta de ladrar como perros guardianes cuando se meten con su candidato. En fin, esos que saben que los más corruptos siempre les van a asegurar un cargo en su administración, “un puestico”, a ellos, a sus esposas o a sus parientes.
Los impolutos que saben perfectamente que su jefe es un ladrón, pero que se llenan de orgullo diciendo “lo malo de la rosca es no estar en ella”. Los impolutos que tildan de “resentidos” a los que denuncian la corrupción de sus candidatos simplemente porque creen que todos somos iguales de corruptos y deshonestos que ellos y que sentimos envidia al no disfrutar de las sobras del gran banquete de la corrupción que se comen sus patrones o sus “padrotes”, como dicen por aquí, y que impoluto con impoluto se despedazan debajo de la mesa por ver quién se queda con el hueso más carnudo.
Son esos, los impolutos, los que más daño le han hecho a nuestra sociedad, actuando como ratas, defecando sobre el resto de comida con tal de comer un poco, sin importar que los demás aguanten hambre, aprobando con el más descarado cinismo el actuar delincuencial de sus candidatos porque les parece muy natural que a los cargos públicos se llega es a robar y que “aquí nadie se salva”. Pareciera que la antigua “tradición” del "cachilapeo", vista con humor y picardía por los viejos juglares, se hubiera trasladado al ámbito de lo público, del saqueo y el robo a todo un pueblo. Pobre mi querida Arauca, pareciera que la carne de cachilapo es la más sabrosa.
