En el sector de Las Américas en Pasto nos encontramos con un caso único en nuestra sociedad, una mujer que trabaja en un trabajo que tradicionalmente es desempeñado por los hombres, por ser un oficio de fuerza. Indagando si hay otra persona que haga la misma labor, nos encontramos que es la única mujer en este campo en la ciudad de Pasto, y, posiblemente, en Nariño. En todo caso, mujeres mecánicas, son muy pocas en Colombia.
Con motivo de la conmemoración del 8 de marzo, Día de la Mujer, hemos querido hablar con doña Yolanda Arteaga, siendo un caso suigéneris porque el compromiso y la dedicación que se requiere para que una dama sea mecánica es muy grande; empezando por el tiempo de dedicación y largas jornadas de trabajo hasta finalizar la obra. Pero como lo afirma la señora Yolanda, “mientras a una le guste no hay barrera que la detenga”.
El taller de mecánica no es un lugar para el glamour y la belleza; aquí hay que embadurnarse de grasa y hacer fuerza para levantar objetos pesados, emplear la fuerza necesaria para mover un pesado gato hidráulico o apretar una pieza en una prensa con una palanca. Aquí es donde se aplica la sentencia bíblica “te ganaras el pan con el sudor de tu frente”.
No obstante, nuestra apreciación y nuestros respetos por la gente que trabaja en trabajos duros como estos, doña Yolanda dice que se siente realizada en este oficio, siente una gran pasión por lo que hace. Se inició en el ramo, porque su papá había puesto un taller, y, siendo muy jovencita, la vincularon como secretaria. Y, como en todo negocio familiar, se termina metiendo las manos, pues ella, poco a poco, fue colaborando en los menesteres de la mecánica automotriz.
Lo que parecía ser un aporte momentáneo, le significó dedicarse toda una vida a este oficio, y, en la actualidad, ya lleva más de 40 años en contacto con la grasa, las copas, los bocines, los ejes y las pastillas de freno. Esto le significó alejarse de otra de sus grandes pasiones.
La señora Yolanda es muy aficionada al baloncesto, deporte que en la actualidad ya no lo practica porque no le queda tiempo y termina cansada del taller. Nos cuenta que estudió educación física, siendo licenciada. Dice que tiene muchas ganas de montarse un gimnasio para prestar un buen servicio con las técnicas adecuadas para un buen fortalecimiento muscular. Con humor dice que el único deporte que puede practicar por ahora es en el taller levantando las partes de los automóviles. Pero no descarta la oportunidad de realizar su otro buen sueño como es el montaje del ‘gym’.
Después de 40 años de este duro trabajo, la mayor satisfacción es haber brindado educación a sus hijas Isabel y Victoria. Dice que es lo mejor ofrecerles la educación a los hijos; en su caso quiso que sus hijas estudiaran en los mejores colegios y las carreras que a ellas les gustara, por eso la mayor es abogada y la menor estudia psicología.
Ha sido un gran reto sacar adelante a sus hijas sola, pues su esposo falleció. De él dice que fue un hombre muy bueno, que se dedicó a cuidar a sus hijas y las quería mucho. Desafortunadamente, por un infarto falleció en sus brazos. Le queda la satisfacción grande de poder compartir con sus hijas y sentir su cariño.
Hablando de aspectos personales de vida de mujer dice que hace muchos años dejó de pintarse la uñas, porque ese trabajo lo permite. Recomienda a las mujeres cuidar su piel, maquillarse, sentirse como lo que son: hermosas. Ella por razones de su trabajo tiene un poco descuidado el cabello, su piel y sus uñas: “Este trabajo no lo permite”.
Hace un llamado de atención a la sociedad y a los hombres en particular que confíen en el trabajo de las mujeres: “un día entró al taller un señor y preguntó por el maestro. Ella contestó: yo soy la maestra. En su falta de confianza en la mujer, abandonó el taller”.
Queremos que esta pequeña nota sirva de reconocimiento a todas las mujeres que desempeñan labores duras o que son ignoradas por la sociedad.
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