Desde que llegó al Vaticano se vio que Francisco era un papa diferente: Un pontífice menos romano, más acorde con las prédicas cristianas y un jerarca de la Iglesia Católica como ninguno de sus antecesores.
Por el mundo entero habló sobre la desigualdad, la inmigración, la expropiación de tierras a los indigenas de todas partes del Orbe, la pobreza, los abusos sexuales de los clérigos católicos, los gay, el matrimonio civil, la unión de parejas del mismo sexo, el aborto, el Medio Ambiente y el calentamiento global, la destrucción de los más pobres, las guerras y el perdón.
En su primer viaje a Estados Unidos, Massino Faggioli, experto en temas religiosos de la Universidad de Minnesota, le explicaba a los periodistas afiliados a Naciones Unidas que, “este viaje a Estados Unidos será el más difícil de todos (...) por la barrera cultural”.
Se equivocó. Con una voz suave, pero firme, Su Santidad habló de todo y defendió a los inmigrantes con mucho más ahínco sobre la inmigración, la pobreza y los bajos salarios que sus dos antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Puedo afirmarlo porque cubrí las visitas de los tres a los Estados Unidos.
También tocó el tema tabú de los gay y las uniones del mismo sexo. “¿Quién soy yo para criticarlos y no perdonarlos?”, afirmó una y otra vez, llenando los medios de titulares y desatando la furia de los conservadores, quienes, por lo menos, en Estados Unidos, lo acusaron de “blasfemo”.
En sus giras por América Latina, Asia y África habló sobre el despojo de tierras a indígenas y campesinos. A los primeros, les pidió perdón en nombre de la iglesia católica, “por alinearse con los más ricos, en contra de los más pobres”.
“Vengan, yo los bendigo sin cobrarles”, expresó en su visita a Paraguay, en alusión directa a los jerarcas católicos que siempre han defendido a los ricos y los políticos de turno para explotar a los más necesitados, sobre todo a los indígenas, dándoles salarios de hambre, motivo por el cual, la gran mayoría vive en la miseria.
El gran dolor del aborto
Uno de los temas más candentes que tocó durante su liderazgo fue el del aborto. Tres semanas antes de llegar a su visita a Nueva York, Francisco autorizó a los sacerdotes para absolver “el pecado del aborto a quiénes lo hayan practicado y estén arrenpetidos de corazón”.
De acuerdo con el comunicado del Vaticano, el Papa decidió otorgar a todos los sacerdotes de la Tierra poder perdonar el gran pecado del aborto, en todo momento y sin autorización especial a lo largo del próximo Jubileo de la Misericordia.
Esta decisión sin precedentes está contenida en una carta, fechada el 1 de septiembre de 2015, dirigida al presidente del Pontificio Consejo para la Evangelización.
“Pienso de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa”, aseveró el Sumo Pontífice en su misiva.
La ceremonia del aborto fue uno de los rituales más conmovedores, profundos y significativos que he cubierto como reportera. Ocurrió en la Catedral de San Patricio dos o tres semanas después de la partida de Francisco.
Esa tarde llegaron unas 1,200 personas de todas las razas, nacionalidades y credos religiosos, en su mayoría mujeres. La ceremonia fue realizada por el cardenal Dolan de Nueva York, quien habló en diferentes lenguas sobre “el dolor genuino de haber realizado tan dolorosa práctica y el arrepentimiento genuino que veo en ustedes. Dios perdona a todos los pecadores, porque su Hijo no vino a salvar a los buenos, sino a los pecadores. Yo los absuelvo en el nombre de Jesús”, clamaba en voz alta, mientras se escuchaba el llanto desgarrador de los asistentes, incluyendo algunos hombres.
Las mujeres pedían perdón tanto a Dios, como al bebé abortado y no hubo una sola persona que no llorara e implorara la misericordia divina por su actuación. A los periodistas se nos salían las lágrimas observando aquel arrepentimiento colectivo y profundo. En lo personal, nunca he visto nada igual.
Al dolor y al llanto, le siguió una paz que se sentía en el ambiente.
Los gay
Aunque nunca se dio una aceptación abierta hacia los gay, en especial, por el volcán que explotó contra el Santo Padre en las redes sociales, en todos los idiomas y en los cinco continentes, si hubo muchas más comprensión. ¿Quién soy yo para juzgar a una persona que es buena, por ser gay?”, preguntó Francisco desatando un alud de críticas.
En este momento, en todo el mundo hay mucha más aceptación hacia los homosexuales que en el pasado. Muchos padres han dicho que han aceptado a sus hijos por la actitud de Francisco.
La inmigración:” Yo soy un inmigrante”
Con la gente gritando afuera “Papa, Papa”, en español, el Santo Padre –en la primera visita que un Papa haya realizado a la Casa Blanca, usó tan notable balcón para defender a los inmigrantes, “quienes siempre han hecho grande a Estados Unidos”.
“Señor presidente, estoy agradecido por su bienvenida en nombre de los estadounidenses”, dijo en inglés con acento. Y agregó: Yo soy un inmigrante. Como hijo de una familia inmigrante me siento feliz de ser invitado a este país, el cual fue mayormente construido por esta clase de familia”.
Y expresó ante los cientos de invitados a la Casa Blanca: “Me gustaría que todos los hombres y mujeres de buena voluntad de esta nación apoyen los esfuerzos de la comunidad internacional para proteger a los más vulnerables en nuestro mundo y para estimular integralmente modelos de desarrollo inclusivos que permitan que nuestros hermanos y hermanas de todas partes puedan conocer la bendición de la paz y la prosperidad, la cual Dios desea para todos sus hijos”.
“No nos dejemos asustar por los números de los inmigrantes, en especial, los indocumentados, debemos verlos como personas, mirando sus rostros, escuchando sus historias, tratemos de responder lo mejor que podamos a su situación”, no se cansó de repetir en sus homilías de Washington, DC, San Patricio, en Nueva York y Filadelfia.
Tanto en el Congreso como en Nueva York y, en especial, en las Naciones Unidas, repitió que hay que edificar una nación que nos llame a reconocernos, en la que estemos, relacionados unos a otros, dejando a un lado la hostilidad.
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