Por momentos, esta ciudad parece un espejismo bajo el sol. Desde el peaje, saliendo por el sur está a un poco más de una hora de Bogotá. Lo que comienza como un pueblo más del Tolima va mutando en una especie de delirio húmedo: casas con piscinas, hoteles con piscinas, fincas con piscinas, balnearios con piscinas. Piscinas verdes, azules, con mosaicos, con inflables, con flotadores en forma de flamenco. Hay quienes dicen que hay más piscinas que gente. Y no parece exageración. Así es Melgar: por algo le dicen la ciudad de las piscinas.
Lea también: El pueblito colombiano donde conseguirá el mejor pescado del país; está a unas horas de Bogotá
Melgar tiene apenas unos 25.000 habitantes, pero según cifras no oficiales —porque el DANE no las mide— se estima que hay más de 5.000 piscinas privadas registradas, y cientos más sin registrar. Es, con creces, el municipio con más piscinas por metro cuadrado en Colombia. Algunos dicen que en América Latina. Aquí la piscina es más que un lujo: es una forma de vivir.
"Si uno no tiene piscina en Melgar, ¿entonces para qué vino?", dicen los que saben de turismo, que es de lo que vive esta ciudad. La gente empezó a ir a Melgar por el calorcito. Luego llegaron las constructoras. Y después, los inflables.
Melgar se vendió como destino de descanso para la clase media capitalina. A diferencia de Girardot, su vecina más glamurosa, aquí no hay centros comerciales de lujo ni campos de golf. Pero sí hay calor, cerveza fría y el sonido incesante del reguetón desde los parlantes de las piscinas. El turismo aquí no es sofisticado. Es real. De sudor. De flotador de unicornio.
Cada fin de semana llegan miles. Familias con neveras llenas de sandía, jóvenes en plan de fiesta, jubilados buscando un poco de sol en sus huesos. Las piscinas se vuelven plazas. Espacios públicos disfrazados de propiedad privada. Uno entra a una finca, y de inmediato oye risas, salpicones, gritos de “¡pásame el balón!” y, al fondo, una parrilla con carne humeante.
Pero Melgar no siempre fue esto. En los años anteriores, esta ciudad fue paso obligado entre el centro y el sur del país. Un pueblo ganadero, de clima seco y calles polvorientas. Hasta que el calor se volvió un activo, y el agua una necesidad. En Melgar, cada piscina es un pulmón para este pueblo.
Ahora que el clima en Bogotá parece no tener estación y las lluvias mojan hasta agosto, Melgar se reafirma como refugio. La tierra prometida de quienes quieren mojarse, pero de sol.