La nueva guerra del petróleo
Opinión

La nueva guerra del petróleo

La voladura de los gasoductos Nordstream 1 y 2 pone el foco en las verdaderas razones del conflicto bélico en Ucrania

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octubre 11, 2022
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Yo creo que el rey de España no se esperaba que Petro le dijera - en la entrevista de julio pasado en Bogotá -, que la guerra en Ucrania era en definitiva una guerra por el control del petróleo. De seguro que el monarca tenía en la cabeza la tesis repetida hasta la saciedad por los medios que siguen la agenda informativa dictada por Washington de que dicha guerra no tenia otro motivo que la ambición desaforada de Putin, un loco capaz de empujar al mundo hasta el punto de no retorno de la guerra nuclear con tal de satisfacer su deseo de dominar al mundo. Debió sorprenderle que el presidente de Colombia se atreviera no solo a contradecir esta tesis sino a darle lecciones sobre las verdaderas razones de un conflicto bélico en el escenario europeo en el cual la propia España ya está activamente involucrada.

La voladura de los gaseoductos Nord Stream 1 y 2 han venido sin embargo a dar la razón a nuestro presidente. La existencia de ambos ha sido considerada una amenaza tanto por el presidente Trump como por Biden que se turnado en la tarea de oponerse al funcionamiento de los dos so pretexto de que suponía, en un mundo irremediablemente interdependiente como el actual, la dependencia de la UE del gas ruso. Trump, con la amenaza -tramitada por su embajador en Alemania- de imponer sanciones a las empresas de dicho país involucradas en la construcción del NordStream 2, logró que las mismas se retiraran del proyecto obligando a empresas rusas ha hacerse cargo de la terminación del mismo y a encarecer sus costos. Y cuando el gaseoducto se terminó el año pasado fue Biden quien reiteró su oposición al mismo de manera tan contundente que Angela Merkel, que todavía era canciller, se vio obligada a aplazar sine die su puesta en funcionamiento. “El presidente Biden ha sido muy claro. Cree que el gaseoducto es una mala idea, mala para Europa, mala para los Estados Unidos, y finalmente contradice los propios objetivos de seguridad de la Unión Europea”, declaró Anthony Blinken, secretario de Estado, en una rueda de prensa del 24 de marzo del año pasado.

Y cuando en una rueda de prensa celebrada el 22 de febrero de este año, un periodista le recordó la promesa que había hecho el 7 de febrero anterior de “detener” el funcionamiento de NordStream 2 si Rusia invadía a Ucrania, y le preguntó cómo podría hacerlo si el control del mismo lo tenía Alemania, Biden respondió “podemos hacerlo, tenemos medios de hacerlo y lo vamos a hacer”.

La pregunta por cuales eran los medios de que disponía el actual inquilino de la Casa Blanca para lograr lo que quería tardó en llegar, pero al final llegó: el 26 de septiembre ambos oleoductos fueron volados en la misma zona donde semanas antes había estado realizando operaciones con submarinos no tripulados el buque norteamericano Kearsarge. Los medios americanos más fieles a Washington no tuvieron sin embargo el más mínimo reparo en achacar dichas voladuras al mismísimo Putin, añadiendo que era la prueba adicional de su “locura”.

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Habría que estar muy loco para, siendo presidente de Rusia que la última década ha suministrado el 40 % del gas consumido por Alemania, haya decidido volar los oleoductos de tan formidable negocio

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La verdad es que habría que estar muy loco para, siendo presidente de un país como Rusia que la última década ha suministrado el 40 % del gas consumido por Alemania, haya decidido volar los oleoductos que han hecho posible tan formidable negocio y que han costado nada menos que 18.300 millones de dólares. Y además hacerlo cuando tanto los empresarios como los sindicatos alemanes habían pedido públicamente que se aliviaran las sanciones a Rusia debido a que la suspensión de los suministros de gas de dicho país amenazaba la existencia de dos sectores claves de la industria alemana: la química y la metalúrgica. Advirtieron que si se mantenían los altos precios de la energía permitidos por tales sanciones “se verían abocados al cierre de sus actividades en Europa y a su traslado a países con precios más asequibles”. Entre las empresas afectadas figura en lugar destacado el gigante empresarial BASF, cuyas actividades cubren un amplio espectro que va desde los plásticos hasta insumos esenciales para las industrias farmacéuticas y metalúrgicas no solo de Alemania sino del resto de la Unión Europea. Su colapso causaría una crisis de abastecimiento de proporciones mayúsculas que arrastraría a la economía europea a la recesión. La voladura de los gaseoductos rusos acerca peligrosamente esta posibilidad.

El gobierno alemán –integrado por conservadores, socialdemócratas y verdes y encabezado por Olaf Scholz- ha hecho caso omiso a estas advertencias y ayer mismo reiteró su apoyo a Washington y a su política de intervención en la guerra de Ucrania. La semana pasada Biden anunció un nuevo envío de ayuda militar al gobierno de Zelensky por un monto de 625 millones de dólares, con lo que el monto total de dicha ayuda se eleva a la bonita suma de 16.800 millones de dólares.

La pregunta que sigue es ¿por qué el gobierno alemán se empeña en mantener una lealtad a Washington que pone en grave riesgo a su propia economía y a una duradera paz social? ¿Habrá algún acuerdo secreto con la Casa Blanca que le permitiría a Alemania ser el principal beneficiario de la derrota catastrófica de Rusia y de la desmembración de la Federación Rusa? ¿O es que simplemente quieren aprovechar su decidido apoyo a Estados Unidos en la guerra de Ucrania para dar pasos de gigante en su rearme, poniendo fin de una vez por todas a las restricciones constitucionales que aún lo bloquean? ¿O pretenden ambas cosas a la vez?

No hay que olvidar que a pocos días de la invasión rusa de Ucrania el mismo Scholz anunció un incremento de su presupuesto militar en 100.000 millones de euros. Y tampoco olvidar que gracias a las sanciones el gas y el petróleo rusos están siendo expulsados del mercado energético europeo en beneficio de las multinacionales petroleras norteamericanas. Esta nueva guerra del petróleo vuelve a ser para ellas un extraordinario negocio.

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