A comienzos del siglo XVII ya no quedaban sino unos pocos millares de indígenas. El capitán general de los Pijaos en 1606 era el cacique Calarcá, quien murió tras ser herido en combate. Mientras yacía enfermo, recibiendo la visita de sus dirigentes, el gobernador —que había sido capturado— se armó con su pistola y disparó cuatro veces contra el cacique, quien falleció cinco días después. El líder pijao murió un miércoles del año 1607.
Los verdugos inventaron la figura de “Baltasar”, un supuesto traidor indígena tuamo que habría herido en combate al héroe pijao con una lanza. Esa versión fue enarbolada por las élites ibaguereñas como una “hazaña” para congraciarse con los criminales de Juan de Borja. ¡Qué esperpento!
Tras la muerte de Calarcá, los prisioneros indígenas fueron echados vivos a los perros feroces y sus cabezas expuestas en jaulas en Santa Fe. Les destruyeron sus cultivos, quemaron sus ranchos, asesinaron a sus hijos y más de cuatro mil mujeres fueron repartidas por todo el país como esclavas. Eran las mujeres Pijaos, hijas ancestrales de la Villa de Miraflores. Fue el triste exterminio de los guerreros Pijaos. Habían perdido las batallas.
Cabe destacar que don Juan de Borja, exterminador de los Pijaos, era militar de carrera y presidente de la Real Audiencia en Santa Fe de Bogotá. Este “don Juan”, descendiente de la familia florentina de los Borgia y biznieto del papa Alejandro VI, llegó a justificar sus actos afirmando por “mandato divino” que los indios no tenían alma y que no era pecado sacrificarlos. Más tarde instalaría en Cartagena el Tribunal de la Santa Inquisición.
En un acto inusual, el presidente Borja gobernó desde Chaparral de los Reyes, anticipándose —por mucho— a los consejos comunales de Uribe Vélez. Desde allí, y bajo el argumento de una política de seguridad del Estado, comandó en persona el exterminio de los Pijaos. Al último lo mataron en 1607.
Para vergüenza y humillación de nuestra historia, Ibagué —escenario principal de las luchas de los guerreros Pijaos contra los invasores españoles— celebró en 1607 con el capitán Juan de Borja, su verdugo, el exterminio indígena con una misa Tedeum y la exposición de las lanzas de los prisioneros. (El Tiempo, 15 de marzo de 2000).
Las élites ibaguereñas habían apoyado con logística y recursos el genocidio de nuestros ancestros. Era el 20 de junio de 1608, el triste final del exterminio de los Pijaos y el principio de todas nuestras miserias y desgracias.
No obstante, habría de conocerse con tristeza que el poblado de Miraflores fue erigido sobre los charcos de sangre de los Pijaos, quienes, en cruentas y asimétricas batallas contra la jauría española, defendieron su territorio hasta ser extinguidos en forma miserable y cobarde por el general-presidente de la Real Audiencia que gobernaba desde Chaparral.
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