La importancia de tener un librero

La importancia de tener un librero

La muerte de Gonzalo, uno de los hombres que más sabía de libros, es la excusa de este sentido texto

Por: Blanca Toro
marzo 13, 2023
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La importancia de tener un librero

Este es un párrafo de la hermosa cumbia “La Piragua”, compuesta por el maestro José Barros Palomino, que se transmitió por primera vez en la radio de Colombia en 1969. De Chimichagua, en el centro del departamento del Cesar, a orillas del río Cesar, nació un 10 de Enero de 1936, Gonzalo.

Desde chico acompañaba a su padre a cuidar las vacas  en los playones del río Cesar, en la Cénaga de Zapatosa, y allí aprendió a observar las aves, especialmente los patos que venían de Estados Unidos en el invierno y se quedaban una temporada mientras el clima mejoraba en el norte. De su papá aprendió que el mundo tiene diversos climas, que tanto las plantas como los animales son diferentes dependiendo de donde habiten. Esas enseñanzas convertirían con el tiempo al joven Gonzalo en un ferviente defensor de la naturaleza, y un líder ambientalista cuando todavía no se había puesto de moda cuidar el plantea.

Se graduó de Ingeniero Agrónomo en la Universida Nacional, en Bogotá,  y una vez concluídos sus estudios se trasladó a la ciudad de Ibagué donde se vinculó como docente a la Universidad del Tolima, en la catedra de Ecología. Durante su vida académica fue distinguido con varios premios, entre ellos: en 1988 le fue otorgado el premio Global 500, por la ONU, que reconoce a los defensores del medio ambiente, la ecología y la vida sostenible;  y  en 2011, fue galardonado por el periódico El Colombiano, con el premio “Colombiano ejemplar”, en la categoria Medio Ambiente Persona, por su trayectoria ambiental. Estas fueron algunas de las distinciones que le fueron concedidas a quien desde muy joven se propuso educar y promover la protección y conservación de los recursoso naturales.

Pero Gonzalo para mi fue más que eso. Lo conocí siendo una adolescente, cuando la única librería que había en Ibagué, mi ciudad, era un pequeño local, modesto en apariencia, pero rico en cultura. Pasaba a diario camino al periódico donde trabajaba y siempre me entretenía, mirando las novedades exhibidas en la vitrina. Cuando algún título me llamaba la atención entraba y le pedía un ejemplar para hojearlo y él con paciencia me aproximaba a un nuevo autor, a un género con una estructura diferente para que ampliara mis conocimientos, siempre paciente y generoso en sus consejos, acompañados de una sonrisa franca y festiva como era su esencia. Aunque ya era una apasionada de la literatura, su orientación  fue la puerta de entrada al mundo de las letras que tanto amo. Era un gran lector, y como profesor, un gran consejero y guía.

Sus opiniones no se limitaron solo a orientarme en mis lecturas, también fue un gran apoyo cuando necesité de su buen juicio, en mi primera experience a cargo de escribir un folleto para una empresa de desarrollo empresarial. Yo solo queria escribir para mi periódico, pero alguien muy querido para mi, Beatriz B., me recomendó para la posición de publicar un boletin mensual. Sin ninguna experiencia en la materia, ¿a quién creen que acudí primero? A Gonzalo por supuesto. ¿Qué es la diagramacion, cómo debo presentar los artículos, cómo debo orientar la publicación, dónde me pueden imprimir? En una tarde me explicó a grandes rasgos lo que podría hacer con algo de éxito.

Hoy confieso, fue todo un reto. Lo siguiente era conseguir financiar el dichoso boletin. Tímida por naturaleza, me armé de valor y visité  a los empresarios e industriales de la ciudad y les expliqué lo que me proponía a hacer y necesitaba de su ayuda financiera para lograr sacar adelante la tarea que me habían encomendado. Ya con los rescursos, el siguiente paso era mandarlo a imprimir.  Con un presupuesto ajustado necesitaba algo presentable y que no saliera costoso.

Como siempre, Gonzalo al rescate. Me recomendó ir a la imprenta de la Universidad del Tolima, que dirigía su amigo Ramón, (futuro alcalde de la ciudad de Armero, fallecido en la avalancha). Con él la cosa fue sencilla, mas económico, menos formalismos y mas cercanía. Gracias a Gonzalo y sus consejos superé con creces la tarea.

Con Gonzalo aprendí con alegría, porque era contagiosa la magia costeña que lo impregnaba, todo en él era ritmo, hasta en su andar pausado, y el caribe lo llevaba a donde fuera, porque hacía parte de su herencia, era de una raza con un temperamento expresivo, ríen mucho, son generosos, y él derrochaba palabras como sus  primos  los compositores Rafael Escalona y José Barros, autor de la Piragua, que recrea con romanticismo en sus versos la magia de los playones, los mismos que Gonzalo frecuentaba cuando siendo niño observaba las aves migrar.

¿Por qué recordé esto hoy? Porque leí un artículo acerca de cómo se ha perdido el deleite de entrar a una librería, deambular por sus pasillos, obervar los libros, tocarlos, hojearlos, y con placer tomarnos un café mientras acariciamos sus paginas para saber si es la lectura que buscamos. Nada hay que rompa de forma violenta ese ensueño que un vendedor se acerque y pregunte : ¿busca algo en especial? ¡Por favor, estoy tratanto de soñar no interrumpa este momento de magia!

Las librerías son los lugares que deben preservar su encanto. Nadie puede robarnos el disfrute de comprar un libro, nunca serán demasiados, yo siempre quiero comprar libros, necesito de su compañía , un casa sin libros es un sitio sin alma. Ellos me dan lo que el mundo me priva.: paz, ilusión, conocimiento, alegría, vivir otras culturas, civilizaciones ya desparecidas, en fin, puedo decir que ellos son mi mundo, mi amor primero.

El librero te conoce, la cercanía le da la certeza qué buscas. Siempre tuve libros en mi casa, mi madre siempre tuvo claro que la lectura nos daría herramientas para mejorar como personas. y mi padre me dió el obsequio que más atesoro , los cuarenta y dos tomos de los Clásicos Jackson, que llevo conmigo a donde la vida me lleve. Pero mi primer libro, comprado con mi primer dinero ganado como escritora de un diario local, lo adquirí en su librería: El shock del futuro, del escritor estadounidense Alvin Toffler. A los pocos días, y sin terminarlo de leer, me lo robaron.

Su librería se llamaba Librería Universitaria. Era un local chiquito, modesto, pero tenía la magia que cuando entrabas era inmenso, tanta sabiduría en las letras contenidas en los estantes y en la persona que recibía con una amplia sonrisa y una humildad enorme que solo las grandes almas saben otorgar. Gonzalo ya no pertenece a este mundo, no tuve la oportunidad de volver a verlo y decirle cuánta gratitud guardo. Gracias a él, a su guía y sapiencia, me trazó una senda que cuido con esmero para que no la invadan los abrojos.

¡Gracias Comandante!, como le decían sus conocidos y allegados, por la gorra que lució y su eterna mochila arhuaca terciada. Su imagen me acompaña mientras escribo estas palabras recordando a quien tuvo una una positiva influencia en toda una generación.

Gonzalo Palomino Ortiz, considerado el pionero del ambientalismo en Colombia, murió esta mañana en la ciudad de Ibagué a los 81 años de edad y con su partida dejó un legado invaluable con múltiples aportes a la academia.

Se dedicó más de 40 años a llamar la atención sobre la devastación ambiental. Su carrera se ha desarrolló especialmente como académico de varias universidades en áreas de biología y ecología. En la década de 1970 creó el periódico S.O.S. Ambiental, una publicación que se convirtió en la voz entre los jóvenes e intelectuales de la época interesados por el planeta.

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