Desde que se acuñó el término “narcotráfico” para referirse a las actividades de comercialización, transporte y distribución de drogas ilícitas en los años 80, y con la aparición de los llamados “varones de la cocaína” —representados por los carteles de Medellín y Cali— Colombia no ha logrado despertar de esa pesadilla. La mitificación de figuras como Pablo Escobar Gaviria y los hermanos Rodríguez Orejuela marcó el inicio de una era en la que el crimen organizado se convirtió en protagonista de la historia nacional.
Este fenómeno, que se ha extendido por todo el mundo, ha generado una sociedad de mercado basada en la oferta y la demanda, donde consumidores y productores interactúan en un universo complejo. En muchos lugares, la economía ilegal se ha adoptado como vía para superar la pobreza. En los rincones más apartados de Colombia, miles de familias campesinas cultivan coca como única forma de subsistencia, transmitiendo esta actividad de generación en generación y consolidando una cultura alrededor de este flagelo.
Las rentabilidades derivadas de la producción y distribución de cocaína han sido tan lucrativas que los carteles colombianos ya no solo pagan tributo a organizaciones mafiosas por permitir el tránsito de droga hacia los consumidores estadounidenses, sino que han cedido espacio a los poderosos carteles mexicanos. Estos no solo controlan, sino que también financian cultivos de coca en varios países de la región, apoderándose del negocio.
Hoy, hablar de narcotráfico no es exclusivo de Colombia. México, Ecuador, Brasil, Bolivia y otros países de América Latina enfrentan este fenómeno como el principal generador de violencia. Un ejemplo reciente es el megaoperativo policial en Río de Janeiro contra el Comando Vermelho, el grupo criminal más antiguo de Brasil. La operación dejó cerca de 123 muertos y más de 80 detenidos, provocando una oleada de manifestaciones y el pronunciamiento de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, que expresó su horror ante los hechos. Human Rights Watch también calificó el operativo como un desastre e instó a la fiscalía brasileña a investigar cada muerte. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva manifestó su consternación y evalúa la posibilidad de militarizar las calles para mantener el orden.
El narcotráfico ha ocupado el vacío dejado por los Estados, instaurando formas de gobernanza que penetran profundamente en la sociedad. Para muchos, representa una tabla de salvación frente al abandono institucional y una respuesta efectiva a los problemas económicos. Sin embargo, las disputas por el control territorial y las rentas del negocio ilícito son el principal motor de muertes violentas en América Latina y el Caribe.
El operativo contra el Comando Vermelho debe servir como advertencia ante una posible intervención militar extranjera en suelo suramericano, cuyas consecuencias podrían ser devastadoras. Si bien se requiere firmeza frente a la criminalidad, también es urgente estudiar a fondo el impacto del narcotráfico en el tejido social. Solo así podremos comprender la magnitud del pacto silencioso que este fenómeno ha sellado con nuestras comunidades.
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