El exministro Juan Carlos Pinzón acaba de declarar a un medio extranjero con una vehemencia que aterra que: “el presidente Petro es una vergüenza, es un consumidor de cocaína”. No presentó pruebas. No citó fuentes.
Simplemente, lanzó la acusación como quien lanza barro a una pared, esperando que algo quede pegado. Pero en su vehemencia moralizante, se le escapó (o prefirió ocultar) un detalle: la cocaína también ha estado en su casa. ¡Literalmente!
Su tío, Jorge Bueno Sierra, fue condenado a cadena perpetua en Estados Unidos en enero de 1995. Los cargos son tan graves como claros: conspiración para importar cocaína, importación de cocaína, conspiración para poseer e intentar distribuir cocaína, y posesión con intención de distribución. No es una acusación, es un fallo judicial. No es un rumor, es un hecho documentado.
Este episodio expone una verdad incómoda: la ultraderecha colombiana se especializa en juzgar sin mirarse al espejo. Profesa una moral estricta para los demás, pero se concede indulgencias cuando le toca asumir responsabilidades propias. La estrategia es vieja: desviar la atención, apuntar al adversario, nunca rendir cuentas.
Hoy el enemigo interno es “el progresismo”, “el castrochavismo”, o el presidente Petro. La fórmula no ha cambiado, solo el blanco del ataque.
¿De qué sirve esa decencia que solo se activa para denigrar al otro? ¿Qué clase de autoridad moral puede reclamar quien guarda silencio ante el narcotráfico familiar, pero se desgarra las vestiduras ante una presunta adicción que ni siquiera ha sido confirmada?
La hipocresía de la ultraderecha no es solo cínica, es peligrosa. Porque distorsiona el debate público, envenena el clima político y posterga las discusiones urgentes.
Mientras se entretienen en el lodazal de las acusaciones personales, el país sigue esperando respuestas reales a problemas reales.
Porque en el fondo, lo que molesta a estos "señores" no es una supuesta adicción ni una “vergüenza nacional”, sino el hecho de que, por primera vez, en la historia de Colombia, un gobierno de corte popular y progresista llegó al poder por las urnas. Lo que no toleran es que un proyecto político distinto al suyo haya ganado legitimidad democrática. Y por eso atacan con lo que sea: mentiras, estigmas, calumnias.
Pero cada ataque desesperado no solo delata su impotencia, sino que confirma algo mucho más profundo: que la Colombia del privilegio y la impunidad ya no se impone como antes. Y eso, aunque les duela, también es irreversible.
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