La Colombia sonámbula, hace falta despertar

La Colombia sonámbula, hace falta despertar

"Cualquier colombiano sabe que aquí nada sirve a un propósito público, aquí solo existen intereses particulares"

Por: Juan Ricardo Escobar Florez
junio 09, 2017
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La Colombia sonámbula, hace falta despertar

Es necesario cambiar la manera de ver la realidad colombiana que afecta de diferentes maneras a cada una de las personas que conforman el país. Es el momento de pensar diferente, de estimular la integridad humana para dejar a un lado el conformismo y así lograr cambios radicales en la forma que actualmente se vive en la nación. Las causas que han llevado a que los ciudadanos sean cada vez más apáticos frente a las situaciones que ocurren en el país no debe ser justificación para resignarse ante los hechos, por el contrario, se debe ser autocrítico, y fortalecer esa capacidad que cada uno tiene de generar grandes cambios, de no insistir en causas perdidas y adoptar nuevos comportamientos. A Colombia más que reformas políticas lo que le hace falta es recuperar y defender la dignidad de modo que se debe hacer una revolución cultural y por qué no, ser parte de la generación que logró despertar y transformar este maravilloso país

Las nuevas generaciones no deben heredar este modo de vida que se ha impuesto con el pasar de los años. Solo exigiendo grandes cambios desde ahora se puede lograr el bienestar que debe existir en cada uno de los aspectos. Si dejamos que la indiferencia de los ciudadanos respecto a los problemas del Estado tome más fuerza de la que ahora tiene seguiremos siendo el país de los pocos y los muchos. Los pocos haciendo referencia a la burocracia insaciable de poder que utiliza nuestra indiferencia a su conveniencia y hace de Colombia una máquina de producción a toda costa con fines descaradamente personales, y los muchos donde se incluye usted y yo que sienten y viven en carne propia la injusticia, la desigualdad, la inseguridad, pero que se acostumbró a esa realidad y no exige, no reclama.

Si algo ha caracterizado a Colombia en estas últimas décadas ha sido la desigualdad que ha existido entre sus habitantes, no por falta de recursos sino por el mal uso que a estos se les da. Cualquier colombiano sabe que aquí nada sirve a un propósito público, aquí solo existen intereses particulares. Todos buscan la manera de triunfar en la sociedad y el colombiano se destaca por eso, por ser astuto, trabajador, emprendedor. Sin embargo, es de acuerdo a la situación de cada persona que se emplea esa astucia para llevar a cabo prácticas buenas o malas. Nuestros dirigentes se han atribuido el derecho de hacer del Estado un negocio particular. De ahí que el dinero que aporta cada ciudadano legalmente constituido beneficie a muy pocos, porque aunque nos quieran vender la idea de que estamos en el país de la justicia y la equidad. La realidad es que lo que se le devuelve a lo sociedad es mínimo en comparación al botín que se reparten los que administran los recursos de la nación.

En el libro Lo que le falta a Colombia de William Ospina, escritor y periodista colombiano, hace referencia a esta problemática y lo hace de una forma muy explícita:

Del estado colombiano se puede decir que presenta dos características absolutamente contradictorias: es un estado que no existe en lo absoluto, y es un estado que existe infinitamente. Si se trata de cumplir con las funciones que universalmente le corresponden al estado: brindar seguridad social, brindar protección al ciudadano, garantizar la salud, la educación, el aseo público, la igualdad ante la ley, el trabajo, la dignidad de los individuos, reconocer los méritos y castigar las culpas, el  estado no existe en absoluto. Pero si se trata de cosas ruines: Saquear el tesoro público, atropellar a la ciudadanía, perseguir a los vendedores ambulantes, desalojar a los indigentes, lucrarse de los bienes de la comunidad y sobre todo garantizar privilegios, el estado existe infinitamente.

Y es que estas características encajan a la perfección para ilustrar la realidad colombiana, donde la mayoría de sus dirigentes actúan en contravía de lo que debe ser una sociedad justa y equitativa. El periódico El Tiempo titula en una de sus noticias del mes de mayo de 2017 algo escalofriante “1,3 billones perdidos en 300 casos de corrupción”. Según la Fiscalía el segundo delito más denunciado, después del hurto, son los hechos asociados a actos de corrupción, afirma que se tienen en los despachos de todo el país 100.848 investigaciones en los que están vinculados 20 gobernadores y exgobernadores y 230 alcaldes y exalcaldes.

De la misma manera El Heraldo, periódico nacional, señala que Colombia mantiene alto índice de corrupción, afirmando que el país se ubicó 90 en el ranking de transparencia internacional que mide la corrupción en instituciones públicas de 176 naciones, este índice, que resulta de opiniones sobre la situación del país por parte de analistas y expertos, “plantea nuevamente la aguda afectación que sufre la gestión pública por la corrupción tanto en el poder Ejecutivo como en el legislativo y judicial”, sostiene la ONG.

En este sentido, el fiscal general de la Nación Néstor Humberto Martínez dentro de un foro promovido por el periódico El Tiempo dice que “Nadie puede levantar la mano ni nadie puede tirar la primera piedra, la corrupción se expresa como un fenómeno que ha venido contaminando todos los sectores de la vida pública y privada”.

Lo preocupante aquí no son todas estas situaciones relacionadas a la corrupción, sino la manera cómo en Colombia siguen pasando y la sociedad en vez de exigir respuestas, la ve como hechos normales que no generan ninguna sensación. No puede ser que la sociedad colombiana se haya acostumbrado a vivir de lo que el gobierno se limite a darle, y agradezca como limosna lo que le corresponde por derecho.

Es por eso que desde ahora se deben adoptar posturas críticas frente a estos hechos para así generar cambios y no seguir por el camino de la indiferencia, que lo único que muestra es un país resignado incapaz de transformar esta realidad que nos hunde cada vez más. El mal de Colombia es la incapacidad de reaccionar, la falta de carácter que hace que se haya llegado al tipo de sociedad que tenemos y en vez de reconocerlo se considere parte de la cotidianidad, de modo que no se sabe dónde está el inmenso país que sufre la desigualdad social porque nadie se queja, nadie se revela.

Convendría una sola cosa para que Colombia se transforme en lo inimaginable, bastaría que cada colombiano sintiera propio lo que se pierde en manos de los corruptos para reclamar por lo que le pertenece, esa es tal vez la única revolución que necesita el país que aún no despierta, camina sonámbulo.

 

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