Resulta profundamente preocupante que un Senador de la República como JP Hernández utilice su posición para insultar y discriminar desde el Congreso de la República a los pueblos indígenas de Colombia. Sus declaraciones, plagadas de prejuicios, calumnias e ignorancia, son una afrenta no solo contra los pueblos indígenas, sino contra los principios democráticos y el Estado social de derecho.
Calificar a las comunidades indígenas de corruptas, promotoras del vandalismo y de ser una carga para el país, el senador demuestra un desconocimiento alarmante de los contextos históricos de las regiones en Colombia, de la Constitución, y de la realidad social, económica y cultural de nuestras comunidades ancestrales. Al parecer, Hernández nunca ha leído sobre las luchas históricas de los pueblos originarios por sus derechos, ni ha entendido su cosmovisión, sus usos y costumbres o su papel en la defensa del territorio y la vida.
Para completar el espectáculo, el senador publicó un video en redes atacando a los indígenas, pero cuando estos llegaron a su oficina, se escondió. Tremenda vergüenza. El mismo hombre que los señala con soberbia, no fue capaz de mirarles a los ojos y escuchar sus razones. Así se revela lo que realmente es: un youtuber con cámara, pero sin argumentos; valiente para insultar desde la pantalla, pero cobarde para el debate directo.
Además, es falso que los indígenas no trabajen. Por el contrario, viven de la agricultura, la ganadería, los emprendimientos, la medicina tradicional, las artesanías, la protección del bosque, los ríos y las lagunas. Muchos desarrollan empresas colectivas y proyectos agrícolas que no solo les permiten sostenerse, sino también generar empleo y cuidar del medioambiente. Reducir su existencia a estigmas es un acto irresponsable y peligrosamente racista.
La convivencia en una sociedad diversa como Colombia requiere ir más allá del juicio fácil y promover la empatía, la educación y el respeto por el otro. Con más de 120 pueblos indígenas y 65 lenguas nativas, el país necesita comprender y valorar la diferencia como una riqueza, no como una amenaza. La inclusión, la alteridad y el reconocimiento mutuo son esenciales para construir una nación en paz. En lugar de sembrar odio, debemos abrirnos al diálogo y a la escucha.
Los pueblos indígenas también han sufrido violencia por parte de grupos armados. Se han enfrentado a la guerrilla, han defendido su territorio ancestral y han pagado con la vida esa valentía. Muchos han sido asesinados o han visto a sus hijos reclutados para la guerra. A todo esto se suma la exclusión social y el racismo que todavía persiste en sectores de la población y, promovido por algunos medios de comunicación.
Lo que dijo JP Hernández no es solo una opinión equivocada: es una falta grave desde lo ético, lo político y lo humano. No podemos permitir que el odio se normalice en el discurso público. Colombia necesita líderes que construyan puentes, no que promuevan la discriminación. Escuchar, aprender y respetar debería ser el mínimo exigible a quienes supuestamente representan al pueblo den el Congreso de la República.
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