Inanidad de nuestros líderes ante una gran oportunidad ecológica

Inanidad de nuestros líderes ante una gran oportunidad ecológica

En vez de ser conscientes de nuestro poder para reversar la crisis climática y hacer valer las ventajas naturales, tenemos gobernantes que las destruyen

Por: Jorge Ramírez Aljure
marzo 04, 2022
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Inanidad de nuestros líderes ante una gran oportunidad ecológica
Foto: Pxhere

Qué mejor podría leerse no solo de los colombianos sino de la generalidad de la clase dirigente latinoamericana a través de los 200 y más años de independencia —¿independencia como una simulación cobarde?— trajinados no para hacer historia y construir progreso para sus pueblos, sino para malbaratar sus oportunidades históricas y gestionar sus riquezas para sus bolsillos condenándolos al subdesarrollo, hoy agravado al extremo ante la realidad que nos va dejando la crisis viral y la amenaza de la climática, cada vez más a la vuelta de la esquina.

En este momento dramático para la supervivencia de la humanidad y en el que normalmente cualquier otro grupo inteligente se hubiera dado cuenta de las ventajas absolutas o inconmensurables que tienen sus riquezas ecológicas a la mano para resolverlo, las naciones latinoamericanas, y con lujo de detalles la colombiana, se han dedicado en un acto de improvidencia injustificable a alterarlas (cuando no a arrasarlas y quemarlas) para recrear el que se considerara progreso hace 270 años.

Ignorando —como es la ignorancia acomodada nuestra— que en lugar de resolver aumentaremos las penurias que, por carencia de conocimiento en aquel entonces, ocasionaron los autores de la revolución industrial contra el medio ambiente, que hoy sabemos ha constituido la base de la vida y el soporte de la existencia humana en todos sus tiempos.

Y nos hemos ensañado nada menos que contra la Amazonia, quizás el más importante de nuestros recursos naturales estratégicos, pues con todo y el mate que le hemos dado, hoy todavía constituye el pulmón del mundo y el encargado de captar el 25 % del dióxido de carbono que el mundo lanza a la atmósfera, convirtiéndose en el principal elemento del calentamiento de la Tierra.

Y nuestro aporte a la catástrofe global la hacemos especialmente desde Chiribiquete, lleno además de otras riquezas culturales que deberían obligarnos a su cuidado, y que en mala hora quedó muy cerca de las manos irresponsables de políticos anodinos más encaminados a gestionar honores para sí, como el caso de Juan Manuel Santos, o a hablar basura y recomendarle su cuidado a nuestras Fuerzas Militares
—que ni siquiera son capaces de cuidarse de sus falsos positivos—, como en el caso de Iván Duque.

Por supuesto, el mundo sensato de los desarrollados se ha quejado, ya desde hace algún tiempo de la falta de cordura de nuestros pirómanos, encabezados en teoría por Jair Bolsonaro y en menor proporción por Iván Duque, que si bien no ha dado orden de acabar con la parte que nos concierne tampoco su lapsa política ha servido para impedir su destrucción por toda clase de mafias y bandas robatierras de gran calado, que en buena parte se fundan en mecanismos primitivos de apropiación violenta y de depredación de la naturaleza que han animado a jefes montaraces como Álvaro Uribe.

Y nos hemos salvado, ayudados por circunstancias adversas afrontadas por las grandes potencias —la inestabilidad de la Unión Europea y el mandato de Trump en Estados Unidos— de que estas no hayan decidido llevar el caso a la ONU para meterle mano directamente, y hayan acordado entonces una ayuda de 20 millones de dólares para apaciguar las llamas desbordadas, pero que podrían ser la antesala de intervenciones aún mayores como lo dejó ver en 2019 Emmanuel Macron cuando declaró tanto en la G7 como en la Onu que la Amazonia es un asunto de interés mundial.

Donald Trump, acorralado por la iniciativa de Macron en la reunión de los siete grandes de dicho año, pero recordando que América es para los norteamericanos, calló la boca para no alborotar el avispero, y esperó llegar a la Casa Blanca para felicitar a su par brasileño en despropósitos, dizque por estar cuidando bien la hacienda que en gran parte ardía. Una evidente reiteración de la doctrina del expresidente Monroe para recordarles a sus amigos europeos que, por fundamentales y oportunas sus insinuaciones y ofertas, y, no obstante, la gravedad trascendental de lo que se le vino al mundo encima, el dueño de estas tierras y lo que en ellas se ahúme solo incumbe al interés imperial de los Estados Unidos.

De ahí la ridícula actitud soberana y de cólera del mandatario brasilero para, sin querer queriendo, rechazar los dolaritos que le ofrecían desde Biarritz si el presidente de Francia no le presentaba excusas por el tratamiento colonial —colonial lo llamó este patricio de la democracia— que le pretendió dar a su país y su gente.

Pero en el entretanto, el socio estratégico de los gringos, es decir, quien manda hoy en Colombia, míster Duque, terminó por encabezar, como está acostumbrado a hacerlo por cualquier sópleme este ojo, junto con Sebastián Piñera de Chile, una nueva alianza por la Amazonia impulsada por Macron al margen de la reunión de la Onu, y de la que no hace parte Brasil. Alianza sin duda problemática que contó de inmediato con la participación de dos gobiernos suramericanos de derecha, incondicionales de la hegemonía gringa en América.

Alianza que por evidentes razones —el caso de Colombia y Chile— no lo fuera tanto por el tesoro ecológico por salvar como por cuidar la servidumbre gringa sobre este, y, en nombre de sus colonias más leales al destino manifiesto, tenerlo como dueño absoluto de sus riquezas. Mientras un Bolsonaro fuera de casillas se declaraba lo suficientemente macho e independiente como para continuar echándole candela a tanto monte.

Y parece que ese fue el propósito de Duque cuando en abril de 2021 decidió, entre acusaciones a la coca y el narcotráfico, que Chiribiquete debía ser protegido por las Fuerzas Armadas de Colombia bajo el flamante nombre de Operación Artemisa, que luego de un año no ha tenido logro alguno. A tenor de que aquellas, sin razones que conozcamos los ciudadanos, habían fracasado en ocupar los territorios que a raíz de la paz habían abandonado las Farc. Y cuando pretendieron hacerlo ya estaban copadas por disidencias y grupos de narcotraficantes que volvieron más compleja la situación de guerra que quisimos abandonar.

El por qué de estas reminiscencias. A propósito de que por fin nuestro presidente Iván Duque, ya a punto de dejar su mandato, es invitado el 10 de marzo a Washington a hablar con Joe Biden. Una invitación al parecer tardía pero que no lo es si la relacionamos con la próxima Cumbre de las Américas que tendrá lugar en junio en Los Ángeles.

Con los alamares previos de que se trata del socio estratégico de los Estados Unidos son apenas previsibles las tareas poco santas que le encomendará Biden ya no para su mandato sino para lograr consensos en una Cumbre que por mucha razones no encuentra unanimidad entre sus integrantes, ni menos aceptarán algunos las viejas directrices políticas ni las que se puedan inferir del conflicto entre Rusia y Ucrania. Y con olvido total, por supuesto, de la oportunidad ecológica que tiene Latinoamérica para reivindicarse con la historia y el mundo.

Cuando ya el continente debiera ser consciente de su poder para reversar la crisis climática, que se deduce de las recomendaciones que entrega hace rato el Panel Intergubernamental del Cambio climático (IPCC), y proceder a asociarse para hacer valer sus ventajas naturales absolutas como forma de superar su atraso consuetudinario, lo que encontramos es gobernantes despistados destruyéndolas.

Y posando de estadistas intocables e indignados, que por debajo de la mesa confirman, en cada reunión americana, su calidad de súbditos irredentos del réspice polum de Marco Fidel Suárez, pronunciado precisamente cuando el norte gringo nos había propinado el leñazo geoestratégico que nos hizo perder a Panamá, quedándose con el canal.

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