En días recientes circularon en los periódicos regionales y redes sociales, dos artículos de opinión sobre La Guajira, firmados por Luis Guillermo Baquero y Luis Alfonso Colmenares. Tema similar que abordé en septiembre del año pasado. Cada uno, desde su experiencia vital y su lugar en la vida, abordó la compleja realidad del territorio con perspectivas distintas, pero complementarias. Las reacciones no se hicieron esperar. Algunos aplaudieron el enfoque esperanzador; otros agradecieron la franqueza crítica. Lo cierto es que esta confluencia de voces reabre una discusión de fondo: ¿debemos hablar bien de La Guajira para contrarrestar su estigmatización; o debemos decir la verdad, por dura que sea, para transformarla?
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Luis Guillermo Baquero, joven profesional guajiro escribió el artículo “¿Y si habláramos todos en positivo de La Guajira?”, una invitación a cambiar la narrativa sobre el departamento, resaltando sus fortalezas. En su texto afirma: “Nos hemos acostumbrado a contarnos desde la carencia, el conflicto y la crisis. Pero La Guajira es mucho más que eso. Repetir el mismo libreto no nos hace más críticos; nos hace más indiferentes.” Su argumento es claro: el discurso influye en la autoestima colectiva y en las posibilidades de atraer inversión, turismo y desarrollo: “La Guajira tiene mucho por corregir, pero también mucho por celebrar. Pasar la página no es olvidar los errores; es tener el coraje de escribir un nuevo capítulo”.
Sin embargo, esta postura puede caer, aunque no lo pretenda, en una forma de negación. Porque cuando los discursos positivos se usan como cortinas, lo que hay detrás suele ser el mismo drama de siempre: desnutrición infantil, desplazamiento, corrupción estructural, saqueo ambiental, analfabetismo, bajo rendimiento académico, desde la primaria a la universidad. En contraste, Luis Alfonso Colmenares, en su columna “Entre el deseo de hablar bien y la cruda realidad”, señala que esa consigna, aunque bienintencionada, es peligrosa si termina encubriendo los graves problemas estructurales del territorio.
En tono frontal afirma: “¿Cómo puedo hablar positivamente cuando los recursos públicos que deberían mejorar la calidad de vida desaparecen sin dejar beneficios tangibles?” En otras palabras, hablar bien de una tierra donde la corrupción, la mediocridad, la politiquería y la pobreza son su pan de cada día. Y se pregunta si acaso no es más responsable “alzar la voz” para denunciar lo que duele, en lugar de guardar silencio para no incomodar. Su artículo remata con una frase que interpela: “hay que señalar lo que está mal para intentar corregirlo porque el silencio cómplice jamás ha sido el camino, la progreso”.
Desde una posición crítica, pero a la vez esperanzada, publiqué el artículo “Las ciudades hablan por sí solas”. En él sostengo que no hace falta inventar relatos para salvar a La Guajira y en especial a Riohacha: solo hay que escuchar con atención lo que sus ciudades, veredas, ríos y comunidades ya nos están diciendo. Dije allí: “Hablar bien de una ciudad puede tener ciertos beneficios en términos de percepción y moral, pero no es suficiente por sí solo para resolver problemas profundos y estructurales como la calidad de los servicios públicos, la pobreza o la pobreza extrema”. Mi propuesta no es instalar el pesimismo, sino apostar por la verdad como punto de partida para cualquier transformación. Porque como escribí también: “La comunicación debería enfocarse en los pasos que se están tomando para mejorar la situación, en lugar de simplemente presentar una imagen idealizada que no refleja la realidad”.
Este cruce de opiniones también refleja un dilema generacional. Luis Guillermo Baquero, en plena etapa productiva de su vida, se mueve con la lógica de quien necesita abrirse paso, cuidar relaciones, construir puentes. Luis Alfonso Colmenares y yo, ambos veteranos y ya sin ataduras profesionales, hablamos desde la libertad que da el no deberle nada a nadie. No somos más valientes, simplemente podemos ser más directos. Nuestra lealtad está con la verdad, aunque incomode, y con los más vulnerables, aunque estén lejos de los reflectores.
¿Es posible entonces un punto medio? Tal vez. Podríamos hablar bien de La Guajira, sí, pero sin negar su dolor. Podríamos señalar lo que se ha hecho bien, pero sin silenciar lo que aún grita por justicia. Como insinúa Colmenares, no es con marketing territorial, como vamos a salir del atraso, sino con ciudadanía activa, con denuncia, con memoria histórica.
A veces se dice que “quien critica destruye”. Yo creo lo contrario: criticar desde el amor es construir. Más aún cuando el silencio ya ha demostrado ser cómplice de lo que nos corroe. Y como dice el propio Baquero en su artículo: “Los guajiros tenemos mucho de qué sentirnos orgullosos”. Coincido con él. Pero para sentir ese orgullo de verdad, primero hay que limpiar el camino por donde camina la dignidad. Y eso solo se logra con palabra veraz, con denuncia clara y con compromiso colectivo.
La Guajira necesita voces que propongan, pero también que denuncien. Necesita jóvenes sin miedo y adultos mayores sin cansancio. Necesita menos vanidad y más verdad. Porque si seguimos hablando bien sin hablar claro, llegará el día en que nuestras palabras ya no tengan a quién dirigirse.
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