Estados Unidos, Brasil y Colombia en la internacional de ultraderecha

Estados Unidos, Brasil y Colombia en la internacional de ultraderecha

"Sus mandatarios son racistas, elitistas, enemigos de las minorías y buscan descalificar a la oposición y sus líderes asociándolos con el comunismo"

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
septiembre 15, 2020
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Estados Unidos, Brasil y Colombia en la internacional de ultraderecha

Tienen en común que los dirigen líderes nacionalistas carismáticos, quienes, utilizando la velocidad de contagio de las redes sociales, páginas webs pagas (bodegas de fake news), medios de comunicación a su servicio y púlpitos de varias religiones, en instantes viralizan rumores falsos y consignas dirigidas a las masas fanatizadas que no se atreven a cuestionarlas; y además los idolatran como a dioses por encima del bien y del mal.

Al igual que sus espejos “castrochavistas” de Venezuela y Cuba, a los que tanto critican, se proponen construir Estados totalitarios, en los que además de toda la economía legal e ilegal: controlen el Ejecutivo, al Congreso o poder Legislativo, el Judicial, además de las cortes, Fiscalía, Procuraduría, Contraloría, los medios de comunicación, las Fuerzas Armadas, a las que ofrecen privilegios y capacidad de votar, y a los organismos de inteligencia del Estado, fomentando a la sombra grupos paramilitares que les hagan el trabajo sucio.

Ante el derrumbamiento de los partidos tradicionales y sus jefes representativos, fundaron movimientos o tendencias que coinciden en asociar con el “castrochavismo" o el "comunismo” a todo programa de intervención del Estado como regulador de profundas desigualdades socioeconómicas generadas por el neoliberalismo en apogeo en los tres países.

Son racistas, elitistas, enemigos de las minorías discriminadas como los LGTIB y buscan descalificar a la oposición y sus líderes, asociándolos con el "diablo del comunismo", mientras ellos se autoproclaman los buenos y defensores de la “religión verdadera, la moral y buenas costumbres”, que ostentan en aparentar, ocultando a las buenas o a las malas su doble moral y rabo de paja, persiguiendo con saña a investigadores, periodistas y testigos que revelan sus sombras grises y delitos.

Defienden la privatización a ultranza y exenciones de impuestos a los grandes grupos económicos y además buscan acabar o reducir al mínimo las conquistas laborales y de seguridad social que los trabajadores y clases medias aseguraron con el Estado de bienestar que prosperó en las democracias occidentales después de la Segunda Guerra Mundial. En esta tónica, en los gobiernos de Uribe acabaron con los contratos permanentes, las horas extras, cesantías, etc y fomentaron los contratos temporales sin garantías para trabajadores, empleados y profesionales; mientras en Estados Unidos, Trump se propuso acabar con el Obamacare que garantiza atención médica básica gratuita a 20 millones de los más pobres de los Estados Unidos, al considerar que era una medida propia del “comunismo”.

Son enemigos de jueces, magistrados y medios de comunicación cuando se atreven a investigar las acciones de su gobierno y a escarbar en los agujeros negros de su pasado empresarial, en la administración pública y en la vida política; pero los aplauden y convierten en sus preferidos y voceros oficiales cuando fallan a su favor, y periodistas sahumadores de incienso los exaltan y brindan generosos publirreportajes promoviéndolos como “caudillos refundadores y salvadores de la patria”. Manejan los sistemas electorales y cuando sienten que pueden perder las elecciones, como Trump, empiezan a desacreditarlos, preparando un golpe.

Así como Trump niega el calentamiento global y aisló a su país del Acuerdo de París para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero; Bolsonaro y la dupla Uribe-Duque, abierta y disimuladamente, promueve el desarrollo basado en la deforestación de las selvas para ampliar las grandes haciendas ganaderas (narco-ganaderas en Colombia) y cultivos agroindustriales, grandes proyectos minero energéticos, y la implementación del fracking para la explotación de petróleo, defendiendo el modelo de desarrollo extractivista ligado a las contaminantes explotaciones del carbón y petróleo, que también financiaron la elección de Trump.

En el caso del capitán Bolsonaro, por su pasado militar, añora la dictadura militar que sufrió su país; mientras Uribe ha fomentado una tendencia de oficiales de ultraderecha, que después de acabado el DAS pusieron a su servicio servicios de inteligencia del ejército, implicados en las chuzadas a periodistas, magistrados, políticos opositores, etc.

Los tres coinciden en que su familia e hijos aprovechan el tráfico de influencias derivado de su condición privilegiada para adelantar rentables gestiones de lobby con grandes empresas multinacionales y nacionales, lo que, en poco tiempo, gracias a jugosas comisiones debajo de la mesa, los convierte en grandes propietarios de tierras, empresarios multimillonarios y potenciales delfines sucesores de sus padres en la presidencia.

Sobre los derechos civiles y a la protesta ciudadana coinciden en restringirla al máximo, calificándola como instigada por el castrochavismo; y anteponen la “ley y el orden” antes que respetar la movilización ciudadana y buscar solución a los problemas que la causan, dando vía libre a la militarizada policía para que actúe como en Bogotá, cuando, después de las airadas protestas por el asesinato contra el taxista y abogado Javier Ordóñez, salieron a disparar indiscriminadamente por las calles como si fueran los patrullas de Maduro persiguiendo a los manifestantes venezolanos, tal como quedó registrado en numerosos videos.

Con respecto drogas como la cocaína, heroína y derivados de opiáceos y anfetaminas, los tres presidentes las enfocan como un problema policivo y judicial, antes que de salud, alcahuetando con la represión a ultranza, el aumento de precio en el mercado negro y el fortalecimiento de la cuantiosa economía ilegal, de la que morrongamente se lucran y que lavada contamina a todos los sectores de la economía y sociedad, incluida la política y altas esferas del poder, la industria, agroindustria, la construcción y los bancos, el deporte, cultura, etc.

La suerte de los tres está ligada a la reelección o no de Trump, pues la consolidación de sus proyectos totalitarios tiene vasos comunicantes esenciales que se romperían si Biden asume la presidencia de los Estados Unidos, se distancia de proyectos comunes y da vía libre para que con base a información desclasificada investiguen a líderes como Uribe, del que tienen antiguos reportes por una presunta vinculación al cartel de Medellín y a grupos paramilitares, que fueron consentidos por anteriores gobiernos norteamericanos.

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