Escribiendo en la pared

Escribiendo en la pared

Por: Miguel Oviedo Risueño
septiembre 25, 2013
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Escribiendo en la pared

“El Frente Nacional partió del diagnóstico de que la violencia era consecuencia del interés de los partidos políticos por perpetuarse en el poder”.

Nuestros pueblos enmarcados en la provincia, y en las montañas, son herederos de esta violencia, tan vieja como nuestra historia.
Empezare con Cumbal, fundado en 1529 por el cacique Cumbe con el nombre de “Pavas” ubicado al pie del Volcán Cumbal, entre el Río Blanco y la quebrada Riochiquito. Sus habitantes pertenecían a la tribu de Los Pastos. En el año de 1547 fue cambiado su nombre por el de Cumbal en honor a su fundador. Ni siquiera los terremotos han logrado hacer lo que la violencia le ha hecho al pueblo de Cumbal.
“Nos llegan las noticias de que por lo menos diez guerrilleros, un agente de la policía y un ganadero muertos, dos uniformados más heridos y un civil secuestrado, millonarios daños materiales y desplazamiento, dejan cuatro ataques de las Farc contra las poblaciones de Cumbal, Carlosama, La Tola y Guachucal en Nariño, en los últimos días”.
Este informe no es una narrativa sobre un pasado remoto, sino sobre una realidad anclada en nuestro presente. El país está pendiente de construir una memoria legítima, en la cual se incorporen explícitamente las diferencias, los contradictores, sus posturas y sus responsabilidades y, además, se reconozca a las víctimas.
Durante el siglo XIX, pueden contarse al menos siete guerras civiles en nombre de los partidos; hasta la llamada Guerra de los Mil Días (1899-1902), que dejó un saldo aproximado de 100.000 muertos. Al menos 220.000 muertos han dejado los últimos 54 años de guerra en Colombia. Así lo revela el informe "Basta Ya" del Grupo de Memoria Histórica que también precisa que en las últimas tres décadas se perpetraron 1.982 masacres.
El conflicto se arraiga en las condiciones de vida del campesino y del indígena. La lucha que se desarrolla en el plano nacional, entre sectores de la oligarquía, se convierte en una “lucha fratricida”. La violencia no es simplemente la acción instrumental de las clases dominantes que supieron aprovecharse de las clases subalternas para movilizarlas, engañarlas y utilizarlas a favor de sus intereses hasta llevarlas al sacrificio y a la muerte; el colombiano no es un simple agente pasivo, sino un actor social que asume la violencia como un proyecto propio, inscrito en sus propias condiciones de vida: los colombianos somos, al mismo tiempo, víctimas y victimarios. La violencia se convierte en la forma de afirmación autónoma de un pueblo.
“Solo cuando haya justicia habrá paz y la injusticia es producto de todos los gobierno que han mandado a Colombia”

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