“Veci, me regala un Chocorramo para las medias nueves de la niña”.
Traducción para el desprevenido lector latinoamericano, o sin ir más lejos cualquier costeño: Señor(a) tendero VÉNDAME por favor un pedazo de torta con cobertura de chocolate, para la merienda mañanera de mi hija.
Si, suena hasta tierno y muy de este país, parecido a la productividad del colombiano promedio vs. las horas de trabajo invertidas y me explico: Nos encanta contar sin que nos pregunten que madrugamos a las 4 a. m. “a moler”, pero se llega a la oficina hasta las 8, entonces ya como a las 9 de la mañana llega el cansancio por madrugar tanto y toca parar para las medias nueves (empanada con tinto).
Se retoman labores a las 10 y a mediodía se abandona todo porque es el momento del almuerzo repleto de carbohidratos (dieta de obrero), para volver a moler a las 2 p. m. y a sudar por la nuca lo ingerido, pasada una hora llega la modorra, esa somnolencia típica de las 3 p. m. que se combate con más tinto o Vive 100 y pues a trabajar a media marcha hasta las 4 y media, momento en que nos damos de cuenta (sic), que no se ha hecho casi nada desde la mañana y a procrastinar hasta las 5. Ni un minuto más.
Todo lo anterior se repite de lunes a viernes. Por eso Colombia está dentro de los países con más horas laborales y menor productividad en el mundo.
El asunto con el fútbol, por ejemplo, es bien representativo de la colombianidad, Maturana, el filósofo de Quibdó tenía una frase; Víctor (Aristizábal) es el mejor jugador del mundo sin pelota (¡¡).
O sea que cuando el paisa tocaba el balón, pasaba del primer puesto al 435 en un segundo, por eso nos eliminaron de USA 94, por creer que iban (y nosotros también lo creíamos) a ser campeones del mundo casi sin jugar, o que iba a ser pan comido. El aterrizaje contra la realidad fue épico, eliminados en primera ronda.
Por eso nos dábamos consuelo de tontos cuando le ganamos a Argentina en Barranquilla por las eliminatorias, para taparnos la herida en carne viva de perder la copa América un mes antes, se perdió por desconcentración y por no tener eso que llaman jerarquía, además, derrota merecida también por ver a compatriotas metiéndose como ratas por los ductos de ventilación para colarse al estadio. El fracaso y la vergüenza en una sola noche.
Nos toca sentir orgullo cuando Lucho o John Jader Durán hacen goles en sus clubes y prender velas para que James no termine su carrera jugando el torneo del Olaya
Nos toca sentir orgullo cuando Lucho o John Jader Durán hacen goles en sus clubes y prender velas para que James no termine su carrera jugando el torneo del Olaya.
Ya entrados en gastos, toca entonces hablar del narcotráfico -de cocaína específicamente-, nos ponemos bravitos cuando nos asocian con Escobar en otros países, pero no lo estábamos tanto cuando en esa época desde el presidente hasta la que vende empanadas, es decir, a casi toda la sociedad le llegó plata directa o indirectamente del negocio.
Pues porque Colombia tenía -y aún tiene, y tendrá mientras siga siendo ilegal- montada una multinacional que, sin invertir un solo centavo en publicidad de ningún tipo, factura igual o más que Coca Cola o Nike.
Esos cientos de toneladas incautadas que nos muestran en noticias y por las cuales el presidente de turno saca pecho y condecora policías, están contempladas como perdidas” aceptables” en los libros de contabilidad de los capos, claro, hay ajustes de cuentas entre ellos cuando se cae un cargamento (orejas en sobres de manila y esas cosas que aprenden viendo series gringas, no creo que sepan cómo era el corte de corbata colombiano), pero las toneladas que si llegan a su destino mantienen el negocio a flote, y los ríos de plata que producen sirven para patrocinar campañas electorales, y básicamente torcer el país entero para sus intereses.
Entonces a nosotros en los aeropuertos internacionales nos tocará llegar con una camiseta con la cara de Karol G y de fondo el tricolor nacional, para intentar quitarnos esa mugre percudida obtenida gracias a la fama de ser el primer productor de cocaína en el mundo. De nuevo, la vergüenza.
Dago García el experto en colombianidad por sus películas, habla del cine colombiano (el de salas, no el de streaming) así: “De Estados Unidos se esperan películas tipo blockbuster con presupuestos gigantes, de Europa cine arte o de autor y el de aquí -con excepción de Argentina y Chile- cine antropológico o sociológico”, es decir, las mil y una maneras de relatar sobre nuestro eterno problema, el conflicto armado y sus desplazados, reinsertados y gente “pobre” reclamando tierra que le fue usurpada.
Las pelis de los paseos y de polilla, Don Jediondo y Hassan quedan para consumo interno minando, acabando, de a poco el criterio del público, (las “sociológicas” se hacen para exhibirse en festivales de países que a duras penas aparecen en un mapamundi).
Pero alegrémonos, tenemos el cuento de la biodiversidad, los pajaritos, el chigüiro y los alimentos que da esta tierra, los reinados ferias y fiestas de la guanábana, el café, la cebolla y los mamoncillos.
No importa que en esas fiestas la gente en el paroxismo de la borrachera empiece a arrojar botellas y sillas en todas direcciones porque el cantante de música popular no cantó tal canción, o por lo que sea, el asunto de pronto en el fondo de nuestra psiquis es beber como cosacos para tratar de olvidarnos que somos colombianos y borrar tanto fracaso y vergüenza colectiva.
Pero ya estoy divagando, mi reloj dice las 5 p. m. y tengo que madrugar mañana a las 4 a. m. permiso. (permiso en colombiano significa hasta luego).
Del mismo autor: La Villa de Leyva que viví, y el caos estrato 12 que es ahora