En su ley
Opinión

En su ley

La del Che sería una marcha más larga que la de Mao Zedong, con componentes del marxismo indigenista de José Carlos Mariátegui. Prefería “morir como Sandino que como don Manuel Azaña”. Profético.

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octubre 13, 2017
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Al Che Guevara le faltaron, al morir el 9 de octubre de 1967, ocho días para conmemorar el cincuentenario de la Revolución Rusa, el otro polo ideológico universal que cinco años antes, a raíz del tropel con los misiles instalados en Cuba por la URSS, contribuyó a consolidar a la Revolución Cubana. Fue la de Guevara una vida interesante, pese a lo corta, matizada y contradictoria, sobre todo por los rasgos de nobleza y crueldad que demostró en momentos en que las circunstancias lo indujeron a lo uno y lo extraviaron en lo otro.

La aventura, en diferentes versiones, fue una característica de su trayectoria. Le despuntó desde joven, no obstante sus padecimientos por un asma que lo tuvo más de una vez al borde de la asfixia. La aventura le permitió abrirse al mundo, recorrer un continente, impregnarse de su atraso, coleccionar experiencias políticas (estuvo en Guatemala durante los meses turbulentos de Jacobo Arbenz) y realizarse como revolucionario eficaz cuando se unió a los hermanos Castro para combatir la dictadura de Fulgencio Batista, otro cabo que, como Hitler, ganó elecciones y se erigió en tirano.

No fue por simple azar que Guevara se incorporó al Movimiento 26 de Julio. Aquí sumó, a la aventura, convicciones muy firmes, más ajustadas a un ideal político que a íntimos resentimientos personales. Enrique Krauze hace una relación de sus lecturas para probar que un venero de ideas y un sólido pensamiento político forjaron aquella actitud que le sirvieron el destino y la historia para definir su rumbo. Allí hubo material de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Stalin y Mao. Su talento, naturalmente, los asimiló a una realidad casi uniforme, desde el Río Grande hasta la Patagonia, que justificaba con creces emprender una lucha firme sobre bases también firmes.

Además de lo anterior, el país más poderoso de América, que era el otro polo ideológico con proyección universal, no resultó un dechado de cooperación y solidaridad con sus vecinos, en cuyos territorios cazaba brujas con todos los fierros de un neocolonialismo que no admitía fisuras ni guiños al enemigo soviético. Todo lo cual dio origen a una epidemia de golpes de Estado que John Johnson y Edwin Lieuwen denominaron Generales contra presidentes en América Latina, precedidos de invasiones usurpadoras.

El aventurero que había en Guevara logra en la milicia armada otra revelación: la un combatiente improvisado que culmina su periplo cubano con la victoria militar de Santa Clara y deja una marca de “líder igualitario”. Así plantó su llegada a la vanguardia de la Revolución, sabiendo tanto como su comandante, Fidel, cuáles serían, a mediano plazo, los resultados de una epopeya que cobraría al neocolonialismo norteamericano la Enmienda Platt y el apoyo a las dictaduras de Machado y Batista, a sabiendas de que la búsqueda de tales resultados, concebidos pero no divulgados, escindiría la plana mayor de los rebeldes entre burgueses y totalitarios. Primero había que llegar al llano y después a la transformación radical del Estado y la economía, y a una purga inevitable.

 

   Para los burgueses era la coronación de una carrera política afortunada, el poder,
para Guevara fue un comienzo de otro periplo de aventurero
que contaminara de revolución a la América Latina

 Lo que para los burgueses es la coronación de una carrera política afortunada, el poder, para Guevara fue un nuevo comienzo de otro periplo de aventurero que contaminara de revolución a la América Latina. Muchos Vietnam, dijo, hay que regar por sus campos y ciudades. Así profesaba su “odio a la civilización capitalista”. Sobrevaloró los laureles que le ganó al destino creyéndose misionero de una revolución sin semejanzas conocidas. La suya sería una marcha más larga que la de Mao Zedong, su estratega predilecto, con componentes del marxismo indigenista de José Carlos Mariátegui. Prefería “morir como Sandino que como don Manuel Azaña”. Tajante y profético. Cayó en su ley.

El pequeño condotieri no se detenía. Pero no pudo ser Ho Chi Min multiplicado por más de uno. Su coraje le estiró para clasificar como el único mito argentino nacido fuera de la Argentina, a la altura de Gardel y con más insignias que Perón.

 

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