No sé qué estará pasando con los cuerpos policiales del mundo, pero todos parecen estar regidos por un principio, el de reprimir la protesta social de manera bestial. Eso se ha visto en regímenes de diversa índole, empezando por el dictatorial de Maduro, hasta democracias consolidadas como la de España, pasando por Chile y Colombia por supuesto.
La policía, hecha en su origen para proteger a la ciudadanía, de repente se ha convertido en un factor de temor por su agresividad. No se trata de juzgar las causas que protege, algunas de ellas justas o justificables, sino de criticar los métodos y la represión indiscriminada.
El mundo entero se escandalizó por la brutalidad con que se reprimió a los manifestantes de Cataluña el día del referendo separatista. Mujeres jaladas del pelo, gente que rodó escaleras abajo, golpes de bolillo y otras acciones injustificables con una población desarmada que no amenazaba ningún sitio físico; su única aspiración era manifestar su deseo de independencia.
Con lo de Venezuela las cosas han sido a otro tenor, porque se complementa la acción injustificadamente dura de la guardia nacional contra las marchas de la oposición, con detenciones arbitrarias y tortura, además de un sistema judicial completamente parcializado. También hemos visto policías entrando a sangre y fuego a las favelas de Rio y darles duro a los estudiantes de Santiago, en sus protesta por la educación.
Aquí nos ha tocado, tristemente, de cerquita la represión policial con el Esmad disolviendo a bolillo una manifestación en Bogotá y numerosas intervenciones de ese tenor en Cali o en el Cauca. Pero lo que pasó de castaño a oscuro fue la masacre de Tumaco y las todavía nada claras acciones en Coconuco que condujeron a la muerte de una colega, periodista del Cabildo.
Que se utilice tal desproporción de fuerza, para darle duro a asuntos como la erradicación de cultivos ilícitos y la toma de tierras, asuntos que no ha podido resolverse ni en la mesa de la Habana, ni en ninguna otra negociación, es inaceptable y desdibuja todo el esfuerzo de paz que vivimos en los últimos cinco años.
Cualquiera que sea la causa, cualquiera que sea el propósito de los manifestantes, la policía debería ser disuasiva y no represiva; de lo contrario termina en los absurdos demenciales de la semana pasada donde se disparó a mansalva sobre campesino cocaleros y murieron ocho de ellos. Más duro con ellos, que con las propias mafias que los manipulan y que desafortunadamente son las únicas que les resuelven el tema de la supervivencia.
¿Cómo es que se orientan estas fuerzas?, ¿cuál es el papel que se les delega?
¿Será que la dirigencia política, bajo la tutela de un civil,
no logra entender la tarea que le compete a la Policía Nacional?
Eso hace que nos preguntemos ¿cómo es que se orientan estas fuerzas?, ¿cuál es el papel que se les delega? y si ¿Será que la dirigencia política, bajo la tutela de un civil, el ministro de Defensa Luis Carlos Villegas, no logra entender la tarea que le compete a la Policía Nacional?
Cuando no se trata de escándalos por corrupción, son por indisciplina o por represión, pero pocas veces la policía entiende cuál es su verdadero lugar. De ahí su desprestigio, porque se ha perdido la capacidad de darle una orientación que le devuelva la confianza a la ciudadanía. Casi nadie quiere tener cerca un policía, ni de tránsito, ni del Esmad, ni antinarcóticos, ni ninguna otra; nadie, mucho menos la gente que protesta dentro de su legítimo derecho constitucional porque puede recibir un soborno, una arbitrariedad o una golpiza.
A propósito: ¿En qué pararon las recomendaciones de la comisión que nombró el gobierno para la reforma a la policía? En nada por supuesto. Y las cosas malas que no se arreglan… se empeoran.
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