Elogio de la pequeñez
Opinión

Elogio de la pequeñez

Me importa un pimiento que a Santos le vaya bien o mal, pero me asombra que un esfuerzo de paz lo transformen en una peste

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mayo 12, 2017
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Los opositores del proceso de paz están de plácemes. Ellos y los columnistas que repiten en coro las letanías del jefe máximo de la derecha extrema con antifaz de ‘democrática’, celebran la ocupación que las bacrim están haciendo en los viejos territorios de las Farc, y citan fuentes y cifras reveladas por colombianos independientes que corroboran la inquietante expansión de los facinerosos. ¿No son estas bandas las herederas universales del paramilitarismo que dizque había desaparecido en 2004?

A mí me importa un pimiento que a Santos le vaya bien o mal, pero me asombra que un esfuerzo de paz lo transformen en una peste. Con una fusión de hipocresía y soberbia, explotan el miedo colectivo con bocanadas de vociferación medieval, aunque el país se desbarate porque su cristo redentor sale de las encrucijadas con la túnica limpiecita, como cuando utilizó a los ministros que ‘persuadieron’ a Yidis para salvar la reelección, o a los paramilitares en otro proceso de paz para lanzarlos al día siguiente  a las tinieblas exteriores. Y él, impoluto. El estilo sigue siendo el hombre.

Han vacunado a Colombia contra la paz con poses de cólera fingida. Pero divierten. Por lo menos a mí. Las caras de Paloma Valencia y María Fernanda Cabal se transmutan, al hablar desde sus reclinatorios, en la cara de Uribe, e impostan la voz igual que él cuando arremete contra el castrochavismo y contra el gobierno. Lo sugestivo de sus asertos y los de ellas es que los repetirían sin acogotarse, ante un detector de mentiras, seguros de que el aparato es del Centro Democrático.

Deplorable que, por razones políticas y fanatismo ideológico, la polarización crezca en lugar de morigerarse en torno a propósitos que deberían ser de Estado y no de partido. Pero somos así. Ni la tolerancia ni los supremos intereses nacionales cuentan al momento de competir por el poder. Para nosotros las elecciones son sinónimo de parranda, y por esa confusión el presidente está pagando caro el error de haber sometido a consulta, con un 60 % de desaprobación, el Acuerdo de La Habana.

Coaliciones. Esa es la palabrita preferida. Los altibajos de la economía, el flujo de narcos mexicanos hacia acá, el gasto público excesivo, la enorme deuda externa, la minería ilegal, la Justicia al garete, los atentados contra la ecología, en fin, todo lo que el pueblo quisiera oír bien explicado para votar con mejor conciencia en 2018, sucumbe al encanto de la palabrita coaliciones, definitiva para saber quién se alza con el premio mayor para seguir golpeando o para desquitarse de los golpes recibidos.

 

Se nos agotaron la grandeza, el patriotismo,
la honradez y la nobleza
 con que nuestros líderes hacían la política

 

Se nos agotaron la grandeza, el patriotismo, la honradez y la nobleza con que nuestros líderes hacían la política. De todas formas, sus objetivos eran muchísimo menos mezquinos que los de ahora. Los dirigentes de hoy –oh paradoja– desorientan, justo cuando más necesitados estamos de orientación y rumbo. Hay más rumba que rumbo en la política nuestra.

A raíz de la derrota que nos propinó Nicaragua en La Haya, avergonzaba el espectáculo de un presidente y un expresidente restregándose en las barbas las culpas por lo sucedido. No tuvieron la precaución de tallar juntos, antes del fallo y del odio recíproco, para salvar el dominio de nuestras aguas en el Caribe. ¿Dónde quedó el patriotismo de que ambos se ufanan?

¡Coaliciones! ¿Por qué no han pensado, gobierno y opositores, en una coalición para obligar a los países desarrollados a repensar la frustrada política antinarcóticos y asumir el liderazgo de un cambio que libere a la Tierra de la maldición del narcotráfico? Hasta Laureano Gómez, el huracanado enemigo del Liberalismo, cuando estalló la guerra con el Perú, tuvo el gesto de decir: “Paz, paz en el interior, y guerra, guerra en la frontera”. Patriotismo y grandeza, honradez y entereza.

En 2017, cada acto mezquino es un elogio de la pequeñez.

 

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