El show de contradicciones del equipo económico de Trump en la Casa Blanca

El show de contradicciones del equipo económico de Trump en la Casa Blanca

Trump impulsa su agenda con orgullo e inflexibilidad, desatando aranceles, tensiones globales y un nacionalismo económico que desafía la modernidad

Por: Francisco Henao
abril 29, 2025
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El show de contradicciones del equipo económico de Trump en la Casa Blanca
Foto: The White House

Sí, el orgullo parece ser lo que guía los instintos del presidente Trump, el orgullo de continuar siendo fiel a las ideas que lo han acompañado durante décadas, sin dejar lugar para la flexibilidad en un mundo expuesto al cambio constante, en sus procesos económicos, políticos, tecnológicos y sociales. El orgullo de querer moldear el mundo a su antojo. El orgullo con que presenta sus órdenes ejecutivas es un orgullo, no de satisfacción, sino del que cumple un ajuste de cuentas, que por lo demás ha sido largamente anunciado. Los votantes de Trump y todo el mundo lo sabía. Cada caso judicial en su contra, -que fueron decenas-, exigía una respuesta contundente, que ahora llega en forma de decretos en contra del que osó interponerse en su camino. La democracia cojea ante un Donal Trump sin piedad.

La pregunta que merodea a políticos, economistas, financistas es: ¿tiene la administración Trump alguna agenda concreta? El famoso Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que dirige Musk, para sanear las nóminas del gobierno federal, para buscar la eficiencia de las distintas agencias, para bajar los enormes déficits y los gastos superfluos, no ha podido dar cifras concretas de sus “recortes de gastos”.

Por el contrario, produce hipo, saber que la cruzada de Musk para promocionar el ahorro, lo que ha provocado es el aumento del gasto público. Según un análisis del diario WSJ -periódico proempresarial-, del 11 de abril, este concluye que los ahorros estimados en DOGE en 150 mil millones de dólares apenas han hecho mella en 6,8 billones de dólares de gasto federal. Sigue esa línea macabra ascendente e imparable de la deuda pública. Trump (2017-2021) escaló la deuda de los Estados Unidos en varios billones de dólares -Biden siguió el mismo plan por inercia, hoy muchos se preguntan dónde estaban las capacidades de Joe Biden y sus problemas relacionados con la edad, después de terminar sus discursos, sus palabras debían ser aclaradas por sus asesores, Sullivan o Blinken-; ojalá nunca estalle esa bomba de la deuda, ese día sería Sodoma y Gomorra, pero en grande.

Una cosa es ser constructor

Una de las ideas que persiguen a Trump es la de querer reabrir fábricas, reactivar la industria nacional y llenar el país de dólares para que florezca: “la nueva era dorada”; esta es posiblemente la más grande quimera de su vida. Se considera a sí mismo un constructor de toda la vida. Un constructor y un economista son dos cosas distintas. Se puede restaurar el Hotel Plaza de Nueva York o querer construir un gran salón de baile en la Casa Blanca, pero otra cosa diferente es establecer una política distributiva de los bienes que sea sostenible o implementar una política arancelaria universal. Preocupa a muchos inversionistas que quiera poner en marcha su cosmovisión económica de la era industrial. Y aún más, su nacionalismo económico que, como vemos, está abriendo una caja de pandora que esparce incertidumbre, desconfianza y mucho recelo.

Está ampliamente documentado, los aranceles al acero y aluminio van a encarecer los productos hechos con este ingrediente clave por los fabricantes estadounidenses y esto recaerá en el consumidor. El arancel a los metales en 2018 redujo la producción de las industrias de automóviles, herramientas y maquinaria en más de US$ 3.000 millones de dólares, según estudio de 2023 de la Comisión de Comercio Internacional. Tampoco el arancel garantiza que crezca el empleo estadounidense. Se podrían perder 100.000 empleos, dijo en marzo William Oplinger, director de Alcoa, uno de los mayores fabricantes de aluminio de EE.UU.

Era reaganomics

Con Ronald Reagan como presidente (1981-1989) su política económica tuvo mucha influencia en el corto y en el largo plazo. Estableció una feria de liberalizaciones, recortes de impuestos y desregulación -que prepararon el camino a la crisis de 2008-, además Reagan tuvo que apechar con una alta inflación. En el corto plazo la economía de EE.UU. se convirtió en la joya de la corona. El mundo entero miraba a Washington con envidia.

Pero este fortalecimiento económico, en el largo plazo, fue demasiado oneroso: la desigualdad en la distribución del ingreso no cesa de crecer, en los últimos 40 años. El índice GINI, que mide la distribución del ingreso, dice que en Estados Unidos era en 2022 de 41.3; mientras que Japón incluso lo ha reducido desde la época de 1980 y se mantiene en torno a 30. El índice GINI más alto era el de Sudáfrica en 63,0 en 2014. Esto significa que en las cuatro últimas décadas Estados Unidos ha dado grandes pasos en la concentración de la riqueza, mientras que las clases medias y bajas solo tienen un pequeño consuelo: su capacidad de consumo, el más alto del mundo según el Banco Mundial, gracias a que artículos de lujo -como zapatillas, electrodomésticos, cámaras de fotografía, perfumes Dior, entre otros- se vendían a precios bajos. La desigualdad no es algo baladí, Joseph Stiglitz en su libro El precio de la desigualdad, escribe que la desigualdad reduce las inversiones públicas y esto genera un efecto negativo en infraestructura, desarrollo y educación.

Un pequeño gran error

Hay un forcejeo en los aranceles, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, es partidario de ‘suaves aranceles’ y el secretario de Comercio, Howard Lutnick, de ‘aranceles duros’, y el asesor comercial del presidente, Peter Navarro, ideólogo de la guerra comercial contra China, de ‘aranceles kamikaza’.

El propietario de Mar-A-Lago quedó en medio de la disputa de sus funcionarios como si estuviera perdido en un tupido bosque de los Apalaches, donde trasgos, gnomos, y elfos hacen de las suyas. Quizás allí fue donde se inventó la cartulina que mostró, radiante de orgullo, el ‘Día de la Liberación’, 2 abril, con esa tabla mundial arancelaria que dejó helados y sin voz a todos los líderes políticos. Los aranceles fijados en esa cartulina han sido los más altos establecidos por Estados Unidos, incluso más altos que los de 1930 -Ley Smoot-Hawley-, que llevaron al colapso mundial del comercio y a la IIGM. El ataque japonés a Pearl Harbor fue producto de este colapso, no fue un capricho del emperador Hiroito.

El presidente de la Fed, Jerome Powell, dijo que los aranceles de Trump, podrían mover a “riesgos elevados de un mayor desempleo y una mayor inflación”. Para la gran mayoría de economistas los aranceles se oponen al progreso. Solo hay preguntas: ¿aumentarán los precios? ¿caerán los beneficios de fabricantes e importadores? ¿afectarán el precio final? ¿el consumidor, ante un producto más caro, decidirá o pagar más o no comprarlo? ¿qué camino tomarán los proveedores? El único que no duda es Donald Trump quien dice estar convencido de que lo anunciado en la cartulina provocará “históricos resultados” que harán a su país “rico de nuevo”.

Dentro de ese tira y afloja que produce desasosiego los más perjudicados serían las clases menos pudientes, esas que a lo largo de 40 años han venido perdiendo poder adquisitivo. Stiglitz habla del 1% de la población que ha sido favorecida por los reaganomics. Si tenemos un grupo de 100 millones de personas -dice Stiglitz-, el 1% es ese millón de personas con mejores ingresos, oportunidades y nivel de vida; estos podrán enfrentar sin problemas los ajustes a que den lugar los aranceles. Pero las clases medias de Estados Unidos se verán en calzas prietas porque no son ricas. ¿Peter Navarro cómo pasó por alto la desigualdad de ingresos? O es que Trump y sus asesores “ven el mundo desde una perspectiva del siglo XIX, con el deseo de regresar a una economía manufacturera”, como dice la profesora Susan Ariel a CNN. Volverían a adornar el paisaje las prósperas chimeneas contaminantes con sus materias primas para rascacielos y puentes.

“El efecto Trump en acción”

Que las empresas potencien sus inversiones en el país, es la apuesta de Trump desde su arribo a la Casa Blanca. El 14 abril, Donald brinda con champaña por el anuncio que ha hecho la compañía estadounidense Nvidia que por primera vez planea fabricar íntegramente en EE.UU. su chip estrella para inteligencia artificial (IA) de última generación. Este gigante tecnológico provee más del 70% de los chips que hacen posible la IA.

Nvidia, ícono empresarial, pidió la membresía en el credo industrial de Donald Trump: Este lunes anunció una macro inversión en infraestructura y servidores en Estados Unidos, por el monto de 500.000 millones de dólares a lo largo de los próximos cuatro años. El éxito de Nvidia se debe a la fiebre por la IA, sus microchips están en cualquier tecnología importante, desde vehículos eléctricos y IPhone hasta misiles. El sitio que ocupa la empresa en el top de la tecnología se lo dio su presidente y cofundador Jensen Huang, 62 años, taiwanés, aunque aun siendo niño, sus padres lo enviaron junto a su hermano a Estados Unidos, sin importar que no conocían el idioma. Jensen logró protagonizar el “sueño americano”.

Nvidia nació en un restaurante, Denny’s, en 1993, en un desayuno, junto a dos cofundadores de Nvidia, Chris Malachowsky y Curtis Priem, en San José, California. Los chips existen gracias a la mente de Huang, que se embarcó en este proyecto cuando todavía nadie se los imaginaba, salvo en el cerebro del ingeniero alemán Werner Jacobi. Si Roger Moore decía que el 95% de su éxito se lo debía ‘a la suerte’, Huang achaca el suyo ‘a la casualidad’, e invita, para lograr cosas sustanciales, “a no hacer nada que no ames”. La Casa Blanca dijo que “relocalizar estas industrias beneficia a los trabajadores, a la economía y a la seguridad nacional estadounidense”.

Sin embargo, el 15 abril Nvidia recibió una mala noticia. Funcionarios estadounidenses la notificaron que debe obtener licencias para exportar sus chips H20 a China debido a la preocupación de que puedan ser utilizados en supercomputadoras de ese país. A causa de tal medida, Nvidia comunica que en este trimestre perderá US$5.500 millones. Este es el precio a pagar por los bandazos arancelarios que impone la administración Trump.

Volare, en el azul pintado del cielo azul

La célebre canción del italiano Domenico Modugno habla de volar con plena libertad, sin ataduras, disfrutando de la efímera vida. Es curioso, la canción se compuso en un momento de gran tristeza, pero contagiaba de alegría los corazones de sus oyentes. El 17 abril, la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, vuela a Washington -al llegar el cielo está azul seminublado- pletórica de alegría, de sueños, de proyectos, en sus ojos brilla el tirreno. Se cita con Donald Trump en la Casa Blanca. Su presencia festiva, resuelta, contundente, ¿podrá apaciguar al presidente nacionalista, antieuropeo y difícil de prever, en medio de la tormenta por los aranceles? Verla llegar a Washington ha despertado recelos entre los envidiosos líderes europeos. En Francia provocó malestar, temen que “Italia vaya por libre”, y lanzan una acusación grave: “Meloni y Trump dividen a la UE”. Emmanuel Macron, presidente de Francia, desde el primer día de su gobierno ha pretendido mostrarse como el liberador de Europa, y no deja de tener sueños donde es comparado con Napoleón.

Meloni pone a prueba su perfil de mediadora con la presión de convencer al presidente de Estados Unidos de negociar con la Unión Europea. Cuenta con un as bajo la manga: la mayor afinidad ideológica entre ella, es la líder de su partido Fratelli d’Italia de extrema derecha y nacionalista, y los que detectan el mando en Estados Unidos. Al recibirla en la puerta de la Casa Blanca Trump dijo: “Me gusta mucho Giorgia Meloni. Es una gran líder, está haciendo un trabajo excepcional en Italia. Estoy orgulloso de ella, y de estar aquí con ella”.

Al comienzo de la reunión con Trump, la primera ministra Meloni, dijo “que Italia acudirá a la próxima reunión de la OTAN y allí dirá que aumentó el gasto al 2% del PIB, como está dispuesto”. Meloni sabe lo que tiene que decir -en las antípodas de la visita de Zelenski el 28 febrero- y lo dice: “Italia y EE.UU. comparten la lucha contra la ideología progresista” y el deseo de “hacer que Occidente vuelva a ser grande”. Anuncia que Italia tiene que aumentar las importaciones de energía, para ello “las empresas italianas invertirán 10.000 millones en EE.UU.” Esto es lo que Trump quiere escuchar, compromisos reales. “Estoy segura de que juntos (EE.UU. y UE) somos más fuertes”. Trump dice que habrá acuerdo con la UE al 100%, las negociaciones con Bruselas serán “fáciles”, aunque insistió en que no tiene prisa. El encuentro de Donald Trump con la primera ministra italiana es un modelo de su arte para emprender negociaciones.

Trump en el centro de las negociaciones

Entre los socios comerciales de EE.UU. hay confusión sobre cómo tratar y saber lo que quiere Trump en los asuntos arancelarios. A veces parece inestable, otros lo subestiman, tiene una marcada inclinación a desconcertar, pero siendo muy consciente de su poder de negociación. Antes de su reunión con Meloni hubo una llamada telefónica entre Trump y la presidente de México, Claudia Sheinbaum, para tratar sobre las tensiones por la distribución del agua en la frontera y el aumento de aranceles al tomate. Los dos mandatarios coinciden en que la charla fue “productiva” para llegar a acuerdos que beneficien a ambas naciones. El 16 de abril, Trump tuvo una larga charla con un negociador comercial japonés enviado a Washington para acordar los términos de un acuerdo con el secretario del Tesoro, Scott Bessent.

No es raro que Trump quiera estar en el centro de las negociaciones. Piensa que domina las pautas para hacer negocios, consolidó su prestigio en su libro de 1987, “El arte de negociar”, escrito junto a Tony Schwartz, que muestra la manera de enfrentarse al pensamiento convencional y a hacer el regate a los mitos que atan al ser humano. Le interesa resolver los problemas directamente con los líderes que considera que tienen talla mundial. Sí, es verdad que Trump se mitificó con su segunda victoria a la presidencia que los demócratas con sus obtusas actuaciones le brindaron en bandeja de plata, pero catalogarlo como genio sería un craso error.

El 9 de abril fue el día cuando revertió el curso sobre los aranceles y habló de una pausa de 90 días en los aranceles recíprocos. El día anterior, en una cena para recabar apoyo financiero, Trump, en traje de etiqueta con pajarita, y cuando los mercados se desplomaban, exclamó ufano: “Tranquilos, sé lo que hago”. Seguramente lo llamaban sus asesores y él seguía inflexible, y hasta se salió de madre, al pronunciar una frase humillante, desenfocada, refiriéndose a los países que pedían conversaciones sobre la situación planteada el ‘día de la liberación’: Se burla de los países a los que impone aranceles: “Me están besando el culo (kissing my ass)”, dice sonriente y con altas dosis de orgullo, para buscar un acuerdo.

Un saber limitado

“Siempre hay una pregunta: ¿Qué sabe realmente Donald Trump?”, la plantea el premio nobel de economía, Paul Krugman, en una entrevista con el NYT. Keynes decía que la economía era una ciencia complicada. Manejar sus principios requiere tiempo, estudio, enorme dedicación, neuronas capaces de adentrarse en la complejidad de las teorías económicas. Para esto Trump no tiene tiempo, él simplemente es un hombre de negocios. Hace varios años, había un hombre talentoso en la industria automotriz, Lee Iacocca, cuando le preguntaban por el secreto de su éxito, él respondía: Todo se concreta en “saber rodearte de personas más inteligentes que tú”. Esto dista, a gran distancia, del estilo desenvuelto y resolutivo de Trump, para quien lo más importante no es la inteligencia, sino la lealtad de sus colaboradores. Lo que quiere es gente leal que no mire para los lados, que acepte como verdad indiscutible, al estilo de los dogmas religiosos, “sus instintos”, como dice Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, al que le preguntaron el 5 de abril, cómo iba a funcionar lo de los aranceles. Su respuesta fue lapidaria: “Debemos confiar en los instintos del presidente”, declaró en Fox News. Una declaración de este tamaño congela el alma. Tal vez diga: “Lo sé. Soy un hombre de negocios. Y Dios me respalda”, dice Paul Krugman.

Pero debe tenerse en cuenta que Trump está a toda marcha en la interferencia estadounidense en el sistema internacional. Está provocando toda clase de trastornos geopolíticos. Si esto sigue así, -y seguirá por lo menos hasta 2028, si el tiempo no lo impide- es decir, una administración que lleva al caos económico global, que amenaza a diestra y siniestra con sanciones y castigos al que no sigue las férreas directrices de un Washington convertido en Inquisición, dentro de 4 años el mapa mostrará cambios insospechados. ¿Es Trump realista? El profesor y economista, Jeffrey Sachs, dice que Trump -también incluye a Joe Biden, en su sentir- piensa que: “América todavía gobierna el mundo, puede amenazar al mundo, puede determinar políticas globales y puede establecer la agenda”. Eso fue lo que quisieron hacer Clinton y Bush sin lograr los resultados esperados, estaban convencidos de que podían manejar el mundo con el dedo meñique. ¿Lograron algo? Hacer al mundo añicos.

Paul Krugman hablando en el podcast de Ezra Klein, lo deja claro: “Miren, este es un problema real que tienen los estadounidenses: tendemos a pensar en otros países como si no fueran reales. Pero lo son. Tienen su propia identidad nacional. Tienen su orgullo”. ¡Jesucristo!, claro que sí. Lo inteligente es darse cuenta de esta realidad y actuar en consonancia, con flexibilidad y dejar de pensar en los intereses personales. ¿Quiere esto decir que Trump no puede usar sus aranceles como arma coercitiva? Cuando lo considere justo que lo haga. Sus sueños son imperiales. Él no piensa chiquito. Su gran convencimiento es que no hay otro como él, que brilla más que el sol. Lleva 40 años esperando que este día de gloria llegue para él. Ese es su gran mérito: lo consiguió.

¿Y si no supiera?

La pregunta que plantea Krugman, ‘¿qué sabe realmente Donald Trump?’, es inquietante, despierta suspicacias, agita el avispero, sume en depresión, aviva temores, hace cundir el desconcierto y al final se transforma en acertijo.

Trump lleva cantando la misma canción hace muchos años, su letra es conocida: Japón importa sus productos y cierra sus mercados a los estadounidenses, China nos invade con su comercio y destruye nuestra manufactura. Y la música de la canción la compuso Peter Navarro, a quien descubrió Jared Kushner, casado con Ivanka Trump, en una feria del libro de Amazon. Los libros de Navarro condenaban a China al ostracismo, país al que catalogaba como el causante del declive de EE.UU. Trump halló la música que buscaba. Corría el año 2010.

El 19 abril, el diario WSJ, trae un titular que pone a pensar: “Asesores de Trump aprovecharon la ausencia de Navarro para impulsar una pausa arancelaria”. Hubo alianza entre el secretario del Tesoro, Scott Bessent y el secretario de Comercio, Howard Lutnick, para cambiar el planteamiento del ‘Día de la Liberación’.

El Peter Navarro de hoy es un abanderado del proteccionismo. Pero en 1984 no lo era. En su libro de ese año, titulado ‘El juego de políticas’ escribió: “Una vez que comienzan las guerras proteccionistas, el resultado probable es una descendente mortal y casi imparable de toda la economía mundial”, “los mayores perdedores en el juego proteccionista son los consumidores”. Estas noticias nos las da el economista, Pierre Lemieux, que enseña en Quebec y partidario de la libre empresa, en un artículo titulado “La conversión de Peter Navarro”, en Cato Institute. En 2025 Peter abjura de lo dicho entonces.

Peter Navarro se obsesionó con el déficit comercial y la industria manufacturera a partir del libro que publicó en 2007, “Las próximas guerras de China”. A Navarro se le escucha decir con frecuencia que Estados Unidos está siendo engañada por todos los países con los que tiene un déficit comercial, este déficit reduce el PIB norteamericano e indica un comercio injusto. El 4 de abril, Trump traslada la doctrina Navarro a su vehemente modo de hablar, y dice: “Nuestro país ha sido saqueado, expoliado, violado y robado”. Este fue su argumento con el que justificaba la famosa cartulina arancelaria del 2 de abril y que, según el mandatario, su medida permitirá a Estados Unidos inaugurar la edad de oro. Ya no más: “Todo el mundo se aprovecha de nosotros”. Habla de llenar de dólares a Estados Unidos para que vuelva a ser grande “y todos nos respeten”.

¿Hay una verdad?

Entonces qué pasa con los déficits comerciales. La mayoría de economistas discrepan de Navarro. Para Jeffrey Sachs “los déficits comerciales no son una medida de injusticia, ni directa ni indirectamente, son una medida de gasto elevado de EE.UU. en comparación con sus ingresos, y eso refleja económicamente los grandes déficits presupuestarios en los Estados Unidos más que cualquier otra cosa”. El problema radica en el gasto excesivo. Pero Trump no se queda ahí, y dice: “Si China tiene un superávit comercial nos están engañando”. Este pensamiento para Sachs es “extremadamente primitivo”. Sachs admite que esta idea es equivocada, y se sorprende de que además “la apliquen”.

El arancel se justifica como medida para reducir considerablemente el déficit comercial, dicen en el Gobierno. Esto es erróneo, dice Paul Krugman, “es muy difícil que eso ocurra”. Krugman piensa que el intríngulis arancelario, se debe simplemente a que Trump quiere aranceles, per se, y su entorno los va a imponer, “todo lo demás es pura excusa”, dice el economista neoyorquino.

El economista Clive Crook, escribe en Bloomberg el 18 abril, ve una posible salida a tanto desbarajuste. Pide la cabeza de Peter Navarro y alejarse de su doctrina. “La Casa Blanca tendría que dejar de obsesionarse con los déficits comerciales (que los aranceles punitivos no pueden eliminar)”. “Esta es una política de perder perder”, así lo ve Sachs.

Otra causa para el déficit comercial se debe a que los estadounidenses ahorran un 5% de su renta, frente a ahorros muy superiores en la zona euro (15%) China o Japón. “Por motivos demográficos, culturales y por tener al dólar como divisa de reserva”, explica en BBC Ignacio de la Torre, economista jefe de arcano.

Ahí hay otra razón de peso que explica el déficit comercial: Se debe a que Estados Unidos ha sido un lugar atractivo para invertir. Todos quieren tener sus bonos del tesoro, una inversión segura y en efectivo. Wall Street la bolsa de valores de NY pesa más que el DAX alemán o el Nikkei japonés.

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