El Serengueti de nosotros
Opinión

El Serengueti de nosotros

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febrero 20, 2014
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A veces uno que otro jajá se me cuela por entre la indignación que suele despertarme la mayoría de los políticos, máxime en períodos preelectorales. O sea, siempre. Como aquí la cultura política no existe… Por conveniencia de quienes se sienten sus propietarios o por indiferencia de quienes se sienten ajenos a ella, no conviene que exista, porque si así fuera las empresas electorales –el negocio, socio– se acabarían y con ellas, el way of life de tantos colombianos que sin clientela, votos, contratos y puestos tendrían que dedicarse a lo que el resto de los mortales: a trabajar.

Y digo que me da risa porque, desde hace días, siento en el ambiente un tufillo que, por las descripciones que he escuchado en los documentales de la National Geographic, se parece al que segregan los grandes mamíferos cuando el inicio del ciclo reproductivo vuelve a las hembras complacientes y a los machos alfa, tumbadores. Con una diferencia: los individuos del Serengueti de Tanzania se aparean por instinto, para conservar la especie; los del Serengueti de nosotros, por conveniencia. (Orangután con pantera, búfalo con cebra, ciervo con león…, y viceversa; de la misma manera y en sentido contrario, diría una reina de Antioquia que fue). La conservación de la especie les importa un comino.

Por eso hoy –a pocas semanas de las elecciones parlamentarias–, liberales, conservadores, verdes, partidarios del Polo, de la U, de Cambio Radical, del Centro Democrático, del Mira, etcétera, están a merced de las “electo-hormonas”. Me los imagino a todos corriendo detrás de todos, en estampida propia de reserva natural, y suelto la carcajada. (Ensaye y verá que resulta una buena terapia, aunque sea por un ratico). Sin ofender a los animales salvajes.

Simón Gaviria, por ejemplo, con su nuevo peinado y sus electo-hormonas a mil, se fundió en un abrazo con Germán Vargas, uno de los alfa más temidos y pretendidos del abanico de candidatos a cualquier cosa que tiene el parque colombiano. “Nosotros veíamos a Buen Gobierno como algo nefasto... Con la liquidación de la fundación y un nuevo espíritu de armonía entre nosotros, la U y Cambio, los temas de puja política están resueltos”, reveló Simón a El Espectador. “Espíritu de armonía entre nosotros”, me he repetido una y otra vez, embelesada con el espectáculo de ese apareamiento ejemplar. Aunque, de los varios que ha tenido Vargas Lleras, el más subido de tono fue el que protagonizó con Santos, después de haber sido ambos feroces contrincantes. Cosas del amor que a veces llega así de esa manera.

Claro que si de electo-hormonas estamos hablando, pocas tan volátiles como las de María Emma (galanista, gavirista, samperista, polista, santista) o las de Peñalosa que, al mismo tiempo, lanza tufillo a los verdes y a los uribistas a ver cuáles sucumben primero a sus encantos. Y, por sobre todas, las de Armandito Benedetti y Roy Barreras que, tan curioso, acostumbran a salir desbocadas tras la huella ganadora: llámese Uribe, llámese Santos, llámese como se llame. El nombre es lo de menos, ellas –las hormonas–, como cocodrilos del Nilo, siempre se las van a arreglar para llegar a tiempo a las zonas de apareamiento. Golpeando fuerte con su cola larga.

¿Y qué tal el estallido de electo-hormonas que hubo entre Uribe Vélez, cuando era presidente, y Juan Manuel Santos, cuando era ministro estrella y fundó el partido de la U para reelegir a su jefe? Pasó el enamoramiento, partieron cobijas y, ahora, el expresidente Uribe tiene que aclarar que la U no es su partido. Tampoco se queda atrás Francisco Santos; después de sufrir un parón en seco al surtidor hormonal que manaba de su inquieta humanidad –en la convención partidista que lo dejó con los crespos hechos–, regresó haciendo mohines al Centro Democrático y desplantes al pobre Óscar Iván –ignorado, además, por las encuestas–, pero tragado hasta las medias de Uribe a quien no se atreve a llamar “gallina” porque no hizo respecto de Petro lo que tampoco hizo Simoncito a quien sí se atrevió a llamar así. Y piropeando a Martha Lucía, ya que los machos de su propia colectividad no parecen dispuestos a cortejarla. Qué polvareda. (Y eso que en este llamado a lista no están todos los que son, que son casi todos).

Y si por estas praderas llueve, por las que pastan los expresidentes –excepto Belisario, que está por encima de cualquier llamado de las hormonas– no escampa. Uribe no quería a Pastrana y no quiere a Gaviria, quien a su vez no quiere a Uribe ni a Pastrana ni a Samper, quien no se resiste ni a Uribe ni a Pastrana. Pero, fresco (o fresca), espere que pase la jornada del 9 de marzo para que vea los extraños apareamientos –les dicen alianzas– que se van a escenificar.

A la política la promiscuidad se le da muy bien.

COPETE DE CREMA: Tengo frecuentes pesadillas en las que familias de suricatos en celo, llevan máscaras con las caras de conocidos ejemplares políticos. Vaya, vaya. ¿Sobredosis de documentales del Serengueti?

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