El país que sigue sin ser

El país que sigue sin ser

La última obra de María Rojas nos hace cuestionar: por qué el pueblo colombiano nunca logró movilizarse para hacerse escuchar y cambiar el canon de poder

Por: Valeria Flórez González
diciembre 14, 2018
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El país que sigue sin ser

Es el 26 de septiembre de 2016, una Cartagena engalanada recibe a miles de invitados nacionales e internacionales quienes, bajo una misma premisa se encuentran vestidos de blanco en honor al concepto de paz. La espera eterna ha terminado, se culminan cuatro años de discusiones y diálogos entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc, la guerrilla activa más antigua de Latinoamérica. Un recuerdo palpable me evoca la alegría que veía ese día en las lágrimas de mis amigos y compatriotas, las mías propias, pues fue un día en el que se encendió la esperanza después de tanto desasosiego. Era la mejor revolución que podríamos obtener, desde mi óptica, ya que se probaba que la alharaca de las balas y la guerra había sido acallada por la fuerza de las palabras, pensábamos que se le había dado una solución pacífica al conflicto de medio siglo en Colombia.

Seis días después, luego de una votación pasada por lluvia, tormentas y cielos grises, la esperanza que en nosotros se había encendido era apagada de la forma más bribona, dolorosa y resquebrajante, el 2 de octubre de 2016, por una ínfima mayoría, se ratificaba que el hallazgo de una remedio sosegado para esta disputa no era la respuesta para el pueblo colombiano. Y así se embolató —otra vez— lo que podría haber sido una revolución sin precedentes en nuestro país: el intento que se hizo en el siglo XXI también fracasó.

Como este ha habido numerosos intentos de revolución en Colombia, casi todos con la lucha armada y la acción violenta como medio, para ello el siglo XX fue nuestro mejor laboratorio, sin embargo, cuando se ha tratado de llevar la batalla por medios pacíficos, hemos sido testigos del silenciamiento más atroz, para esto también el pasado centenario es un álbum que podemos revisar interminables veces. Una revolución que aún no ha sido, obra que se presenta en la Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, concebida por la artista María Rojas Arias[1], amarra dos líneas narrativas, dos eventos que pertenecen a esa parte de la historia colombiana que se finiquitó antes de tiempo, antes de que incluso pudieran tener vida en nuestra hagiografía política, antes de que pudiéramos hacerles un diagnóstico.

La primera, como un contrario/paralelo a las Farc —la última guerrilla y la más longeva de Latinoamérica—, es la retoma de la historia de los Bolcheviques del Líbano —la primera guerrilla y la más breve de Latinoamérica—, zapateros, campesinos y artesanos que en 1929 se hartaron de la falta de apoyo gubernamental a la industria en la que ellos trabajaban y que entonces decidieron manifestarse  tomándose el municipio del Líbano, ubicado justo a mitad de camino entre Ibagué y Honda, ciudades principales del departamento del Tolima, el cual se encuentra en la zona central del país. Una toma armada que duró poco más de 48 horas, pero que resuena hasta el día de hoy como el primer levantamiento de talante comunista en el continente. Orientados por soberbias personalidades como Lenin y Trotsky, que en 1917 habían hecho lo propio en Rusia, y por militantes nacionales como María Cano, líder del PSR (Partido Socialista Revolucionario de Colombia), se planeó llevar a cabo una revolución radical que buscaba cambiar las relaciones de clase y de propiedad en el país. De este movimiento se rescatan nombres como el de Pedro Narváez, Ocampo Vásquez, Francisco Gómez, sin embargo, muchos otros quedaron en el olvido y la falta de documentación fotográfica, archivística y cinemática es lo que ha impulsado a esta artista bogotana a poner en marcha su propia obra.

María Rojas utiliza recursos fílmicos como película analógica de 16mm, una cámara filmadora bolex y proyectores antiguos, para crear su propio archivo de documental-visual, a través del cual cuenta esta porción de la historia de El Líbano, pero también una parte de su historia personal, puesto que su familia materna es oriunda del municipio rojo de la época. Cada fragmento es un retazo que compone una película que sin la participación de actores y sin la presencia de una estructura de ficción convencional de inicio-nudo-desenlace, se avoca a mostrar paisajes profundos de montaña, río y campo en los que habitó la gente que se levantó una noche de julio en 1929, personas que se llenaron de sueños, esperanzas y coraje para armar la revolución, ellos mismos son quienes ingenuamente pensaron que podrían derrocar la dinámica de fortín bipartidista que ha marcado la historia política de Colombia. Como ya dije, ingenuos.

Estas imágenes cinematográficas se proyectan en ciclos repetitivos o loops sobre objetos y habitaciones de la que es la segunda línea narrativa de esta obra, la vida de Jorge Eliécer Gaitán, líder del Partido Liberal y caudillo de ese pueblo proletario y oprimido, quien fue asesinado a la salida de su oficina ubicada en el centro de Bogotá, el 9 de abril de 1948, día en que se desataría uno de los episodios más sangrientos que ha vivido la ciudad y al cual se le denomina Bogotazo, pero que también daría inicio al período de La Violencia, como lo han llamado diversos académicos nacionales, entre ellos Orlando Fals Borda. Esta revolución gaitanista, que tampoco fue pero que, muy probablemente, hubiera sido si tan solo —otra vez— nuestro paquidérmico e inteligente fortín partidista no hubiera decidido darle muerte al que, hasta ese momento, era el candidato más opcionado para ganar la contienda presidencial que se llevaría a cabo en 1950, dos años después. Gaitán movía a las masas a través de su oratoria, era querido y alabado por los pobres tanto del campo como de la ciudad, era una bugía que le inspiraba esperanza a ese cúmulo de subalternos —utilizando ese concepto de la filósofa india Gayatri Spivak—, que también fue extinguida a golpes, tanto como los que muchos sentimos ese 2 de octubre de 2016.

El trabajo de Rojas es pertinente para hacer un ejercicio de rememorización colectiva, en el cual nos preguntemos ¿por qué?: por qué el pueblo colombiano nunca logró movilizarse efectivamente para hacerse escuchar y cambiar el canon de poder; por qué esa acción de escucha solo se dio cuando los fusiles retumbaron y mataron a miles de personas inocentes en el 48, en el 64 o en los 90; por qué nos atemoriza el verbo cambiar. Una revolución que aún no ha sido, funciona como un mecanismo artístico que nos permite hacernos estas preguntas, pero que a través de su puesta en escena nos recuerda con el sonido repetitivo y, en ocasiones, insoportable de los proyectores, que la historia de Colombia es un loop que no termina, un círculo vicioso que parece inquebrantable, comandado por la premisa de que aquí siempre gobernarán los de siempre, con sus apellidos rimbombantes que se reproducen de generación en generación.

Hoy quiero pensar que no va a ser así, aunque mi esperanza esté malherida. Hoy quiero pensar que podemos cortar las cintas de este loop eterno.

[1] María Rojas es artista plástica de la Universidad Nacional de Colombia. “Una revolución que aún no ha sido” es el proyecto ganador de la Beca de Creación para Artistas Emergentes 2018 del Ministerio de Cultura. Se presenta en la Casa Museo J.E. Gaitán de la misma universidad, desde el 1  hasta el 30 de diciembre de 2018 (sujeto a horarios de apertura de la Casa Museo).

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