El país en el que nunca pasa nada

El país en el que nunca pasa nada

"Aquí se conoce el problema, se le aborda si vale el caso, pero al final del cuento el mal sigue instituido"

Por: Jamal Said
julio 07, 2020
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El país en el que nunca pasa nada
Foto: Luz A. Villa - CC BY 2.0

En El hombre sin atributos, una de las novelas más representativas en lengua alemana de comienzos del siglo XX, Robert Musil nos describe el Imperio austrohúngaro en lo que denomina como Kakania, un ficticio Estado en el que nunca pasa nada aunque intente seguir los ríos del progreso. Paradójicamente, este mundo ficcional se parece mucho a nuestro terruño colombiano, porque pasan las décadas y los siglos y la cosa sigue igual. Así como en la novela, cuando se ha decidido dar un paso se termina retrocediendo otro, quedando la sensación de que en realidad no se llega a ningún lugar. Por ejemplo, aquí se conoce el problema, se le aborda si vale el caso, pero al final del cuento el mal sigue instituido. Tampoco la gente cambia, por más que busque zafarse del letargo que realmente la domina.

En Colombia, la Kakania sudamericana, se sabe que cada cuatro años hay fraude electoral, que la justicia la impone el gobernante de turno, que los magistrados ya no son garantía de nada, en fin, que todo está completamente corroído, pero en últimas no se evita que la roya acabe con el cafetal. Todo el mundo sabe que el narcotráfico sigue permeando el proceder de las instituciones, puesto que se ha demostrado que la mafia politiquera domina la escena nacional, colocando presidentes y limpiando su dinero a través de funcionarios que siempre han vivido de la cosa pública. Igualmente, se conoce que nuestro problema es la violencia, pero en el fondo amamos las confrontaciones sangrientas.

Un Estado como el nuestro está condenado a vivir en el atraso, por consiguiente no se puede esperar que nos sincronicemos definitivamente con el cambio. Por colocar un ejemplo: Santos hace la paz con la guerrilla, pero llega Uribe al poder y la tumba utilizando un imberbe en la política como Duque. Téngase en cuenta que nos venimos matando desde hace dos siglos, sin embargo, no hay la mínima iniciativa para cambiar esta triste realidad. Las grandes castas politiqueras se enriquecen colocando, generación tras generación, a sus hijos, nietos y sobrinos en el poder, sin que se las enfrente y se acabe con la corrupción rampante que nos domina. No puede haber cambio en un país de estos.

Cuando Robert Musil catapultó su nombre con El hombre sin atributos estaba prediciendo lo que iba a pasar con el pueblo austriaco a partir de las cosas que internamente debía cambiar. Sin embargo, este civilizado pueblo superó dos guerras mundiales, le aseguró a su gente un nivel de vida digno, siguió su marcha hacia el progreso y nadie puede decir que allá todo sigue igual por más que se respeten las tradiciones. Por el contrario, nos ejemplifica que el letargo se puede superar, claro está, cuando existe la intención de vencerlo y de reconocer el mal que lo genera. Mientras tanto el pueblo colombiano seguirá viviendo en sus contrariedades, porque realmente aquí la contrariedad reina por donde se la mire.

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