Crece la politiquería, la corrupción y la mediocridad en todas las esferas del poder, hechos que inexorablemente tipifican el Estado fallido. Entre tanto, el gobierno de la extrema derecha, con el concurso de sus áulicos, remueve el andamiaje jurídico, financiero, fiscal y maniobrero para garantizar mayor concentración del capital. Demuestra detestar el sentido de equidad socioeconómica.
La arremetida sobre pensiones y salarios es parte de los compromisos del poder de turno, igual que la condena de la protesta social, acorde con la mezquindad de los gremios económicos.
La saña y soterrada oposición contra todo lo que tenga que ver con los acuerdos de paz con las guerrillas de las FARC, crece en la medida en que crece la persecución y exterminio de quienes defienden derechos ciudadanos. La sensación es que el régimen se empeña en reeditar el proceso de exterminio de la Unión Patriótica de los 80, bajo tácitos sesgos y prácticas de terrorismo de Estado.
Nunca antes había habido tanta desfachatez y cinismo en las altas esferas del poder para defender intereses mezquinos, negar y burlar los derechos democráticos elementales de los ciudadanos.
Más grave aún, cuando el contagio de la inmoralidad del poder, a manera de endemia, invade el tejido social colectivo y se constituye en factor de cultura ciudadana. Ante hechos de corrupción inocultable guarda silencio bajo el argumento que la justicia aclarará los asuntos.
Evita suturar la vena rota de la contratación pública, convertida en banda de transferencia de los recursos públicos a las arcas de particulares y politiqueros. Lo de Aída Merlano es un mero caso. ¿Por qué aceptan y pagan kilómetro de vía pavimentada a más de $16.000 millones (Nules Bogotá-Girardot) o más de $18.000 millones/km (Odebrecht-Grupo Aval-Ruta del Sol, entre tantos otros casos, en toda la geografía nacional.
¿Por qué no con honestidad y transparencia la judicialización y condena de los responsables del criminal negocio de la salud? Porque es un criminal negocio. Saquen conclusiones.
Y todo ha sido posible manteniendo el poder político, mediante la explotación de la pobreza y la miseria, bajo el engaño y la mentira, de buscar condiciones de vida mejor, a las gentes desvalidas y sin esperanza.
Las mayorías, ante la necesidad económica acuciante y el alucinante engaño de subsidios. Sesgada forma de compra de conciencia que compromete más de $90 billones anuales en subsidios, para mantener la pobreza y el sometimiento de las mayorías empobrecidas.
El mejor negocio de una nación es el de erradicar la pobreza. Se erradica con fuentes de empleo bien remunerado, con buena educación, de contenido crítico para que ciudadano comprenda el por qué y para qué de lo que se hace o se deja de hacer u ocurre.
La pobreza se resuelve sustituyendo importaciones por producción nacional y combatiendo los monopolios, la corrupción y la venalidad de la justicia y entes de control.
¿Por qué los gobiernos evitan gobernar a favor de las mayorías? Porque la compulsiva ansia de poder y de dinero y su precaria moralidad se lo impiden.
Es la realidad nacional que incuba perspectivas siniestras, que sin alarmismo se presagian y avecinan, son perspectivas de no futuro nacional que tipifican un Estado fallido.
Si el ciudadano del común logra hacer conciencia de la dramática realidad socioeconómica, debe indagar en busca de solución a la condena. Una gran coalición de colombianos de bien, puede revertir el colapso social, moral y político. Hay gente buena aún. Debemos deshacernos de la pereza y el conformismo.
