El Director del Archivo, un ratón de biblioteca enredado en el escándalo de la Primera Dama

El Director del Archivo, un ratón de biblioteca enredado en el escándalo de la Primera Dama

El escritor Enrique Serrano trabajaba tranquilo entre manuscritos hasta que Maria Juliana Ruiz soñó con trascender como primera dama, un lío que este intelectual nunca hubiera querido tener

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marzo 24, 2021
El Director del Archivo, un ratón de biblioteca enredado en el escándalo de la Primera Dama

Enrique Serrano nació en Barrancabermeja por accidente. Su papá era un enfermero que había trabajado para diferentes compañías petroleras internacionales. Tropical Oil Company, Shell, Ecopetrol. Su mamá era una profesora normalista. Él era santandereano, ella paisa y vivían en Barranca por los fragores del trabajo cuando nació Enrique. El primer lector que conoció Enrique era su papá. También fue el primer escritor. Su vocación se traducía en las interminables cartas que escribía día y noche, cada vez que le quedaba un resquicio de tiempo. Se acostumbró a escribir cartas para comunicarse con su esposa cuando ambos eran novios y estaban separados por el trabajo de ella: profesora en Popayán. En esa época, los años cincuenta, era como estar en China.

La familia del papá de Enrique Serrano era dueña de una cadena de droguerías en Bucaramanga. Tenían dinero, por eso, cuando el calor arreciaba y el pobre bebé no podía parar de llorar, decidieron irse para Bogotá, donde el clima era más clemente. Tenía dos meses de edad cuando su mamá quedó embarazada de Hernán, su segundo hermano. A los siete años llegó a estudiar a la que sería su segunda casa, la universidad del Rosario. Por pasarse de mamagallista los rígidos curas lo botaron en tercero y terminó su bachillerato en el colegio Champañat.

El ambiente era menos opresivo, más acorde con los convulsionados años setenta que le tocó vivir. Se graduó y luego, la vida lo sorprendió entrando a la Flota Mercante Sigifredo Ramírez. Fue marino durante tres años, como Maqroll el Gaviero de Alvaro Mutis. . Estuvo en Europa, en Chile, en Perú, en Estados Unidos. Fue en un barco que forjó su vocación como escritor. Aprendió idiomas y leía libros mientras sus compañeros se emborrachaban con prostitutas. Debido a su estilo austero de vida sus compañeros le decían Kung-Fu, evocando al personaje de la serie encarnado por David Carredine. En Nueva York se volvió popular con sus compañeros de barco ya que era el único que sabía leer inglés. Él era el que se comunicaba con los taxistas, el que le mostraba los lugares de moda.

A los veinte se bajó del barco, presentó el ICFECS y pasó en la Javeriana. Estudió Comunicación Social porque, según sus palabras, era la única carrera que le permitía escribir. Ambicioso, alternó la carrera de Comunicación con Filosofía. Y pudo con ambas. Por esos años conoció a Berta, su primera esposa. Con la que tuvo su primera hija. En los noventa se fueron a México, gracias a una beca pudo estudiar una maestría sobre la India y África. Lejos de meterse en conflictos políticos en el país de las masacres, se zambulló en historias sobre el siglo XI y apareció entonces Tamerlan, o el conjunto de cuentos llamado La marca de España.

El reconocimiento le llegó fuera del país, uno de sus cuentos, titulado El día de la partida, ganó el premio Juan Rulfo en Francia. En Colombia entonces empezó a leerse, a comienzos de este siglo, la obra de un autor que a diferencia de Gabo, encogía los hombros a la hora de hablar de desigualdades sociales.

Uno de los primeros lectores que tuvo el santandereano en el país fue Juan Esteban Constaín, otro escritor que, en vez de tener afiches en su cuarto de estudiante del Ché Guevara, admiraba a pensadores políticos como Álvaro Gómez Hurtado y afirmaba, sin sonrojarse, que era un intelectual de derecha. Es el año 2001 y encontramos a Enrique Serrano con 41 años de vuelta en Colombia vinculado ya con la Universidad del Rosario. Constaín tenía la mitad de su edad y también era rosarista –incluso ahora sigue vinculado a esa universidad- y visitó a Serrano en su apartamento en la Soledad a comienzos de este siglo.

Juan Esteban Constaín y Enrique Serrano en el lanzamiento de La Diosa Mortal

Constaín era fan de La marca de España. Él siempre ha creído que es un gran escritor y, palabras textuales del propio Serrano “que mi prosa es muy buena, que además trato temas que nadie más y con una profundidad muy destacable y él tenía también su propia vena. Estaba construyéndola”. En esa época Constaín vivía en Cali y fue por Serrano que entró como profesor a la Universidad del Rosario.

En el 2011 se casó por segunda vez con una exalumna suya de esa universidad. Ese año perdió a su papá. En una autobiografía que escribió para el blog Historias de vida de Isabel López Giraldo, se describió de esta manera: “ Soy famoso en el Rosario por ser muy irónico. Ya convertido eso en un oficio le sale a uno con una mayor naturalidad aunque resulte un poco presuntuoso el decirlo. Del marinero quedan tres cosas claves, primero ser buen lector, segundo ser observador de cosas del mundo, de culturas, religiones, lenguas porque es parte de lo que enseño en el Rosario y tercero la vocación de escribir. Todo eso se desarrolló en los barcos. Soy sui generis porque más que un marinero era un viajero”.

Su vida transcurría entre libros, conferencias, escritura, clases hasta que resultó el nombramiento de director del Archivo Histórico Nacional que le hizo el Presidente Duque, el  5 de marzo del 2019, un tentador cargo para un  intelectual con intereses en la historia. Su trabajo silencioso y callado entre documentos y manuscritos antiguos lo puso a salir a darle la cara a los medios, algo en lo que no tiene ninguna experiencia, y defenderse del proyecto autobiográfico de la primera dama Maria Juliana Ruiz, un escándalo en el que nunca hubiera querido quedar atrapado.

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