El Catatumbo no es el Bronx y tiene ángeles de paz
Opinión

El Catatumbo no es el Bronx y tiene ángeles de paz

“De pronto Santos exageró al decir que el Catatumbo es el Bronx de Colombia. Allí hay muchos ángeles que sufren y quieren un futuro de paz”, padre Rito Álvarez

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junio 29, 2016
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Cuando uno escucha hablar del Catatumbo, una zona de once municipios que ocupa la mitad de Norte de Santander (recientemente célebre por el secuestro de la periodista Salud Hernández), de inmediato se le viene a la cabeza la más cruda imagen del conflicto armado en Colombia y no se imagina ni de cerca que haya proyectos que den algo de esperanza a la gente de esa región.

Quiero contarles una historia alentadora del Catatumbo; presentarles el testimonio de alguien que, como dice él, le ha dado sentido a la vida. El padre Rito Álvarez nació en la vereda La Esperanza, municipio de San Calixto, en el corazón del Catatumbo, hace 42 años y donde creó la Fundación Oasis de Amor y Paz, surgida de su propia experiencia de vida. “Mi infancia fue muy difícil, no por mi familia que es maravillosa”, dice.

Con él suman once hermanos que estudiaron como pudieron. Solo el 5 % logra terminar el bachillerato en la región. Relata cómo la situación de todas las familias del Catatumbo es la misma: son numerosas, viven en fincas donde trabajaban con café. En su infancia no había escuela. Aprendió a leer y escribir tardíamente con profesores pagados por sus mismos padres, pues terminó la primaria a los 15 años en el marco de una pobreza extrema, como él mismo lo reconoce. “Vendía pan a mis compañeros para poder comprarme el jabón y la crema dental. Tenía solo un par de zapatos, me gustaba jugar fútbol y se me rompieron por el uso; los domingos, cuando tenía que salir porque nos llevaban a misa, me conseguía una caja de cartón, cortaba las plantillas, las ponía por dentro para poder salir y tenía cuidado de no levantar el zapato para que no se dieran cuenta que no tenía suela”, recuerda.

Y es que en el Catatumbo, que hoy tiene cerca de 270.000 habitantes que ocupan medio territorio departamental, los jóvenes solo tienen dos opciones: engrosar las filas de la guerrilla, o dedicarse al cultivo de coca. “Cuando iba a la escuela pasaban los grupos guerrilleros con personas que se presentaban muy amables y gentiles, que nos hablaban de la revolución y nos decían que si nosotros realmente queríamos crecer y salir adelante, debíamos pensar en hacer la revolución para cambiar la vida en este país”. Algunos de sus compañeros se ilusionaron y se fueron. Pero ni él ni sus hermanos lo hicieron porque “mi papá era un cristiano con mucho temor de Dios”, dice, y él y su mamá hablando de los temas de revolución y guerrilla les insistieron en que no podía ser que un menor que sueña con crecer se vaya para la guerrilla.

Escuchando esta historia, ahora que se habla tanto del posconfilcto, la ausencia de cifras oficiales precisas sobre la población subversiva del país, y puntualmente las de los niños que están en la guerrilla, obliga casi que a  sacarlas del cubilete de un mago. Las estadísticas dicen que son aproximadamente 8000 hombres combatientes, armados. Se podría inferir que de ellos podríamos tener cerca de 800 niños y niñas, que no es descabellado. De ellos, el 30 % pueden ser niñas, siendo conservadores. Sin embargo, nadie habla de los niños.

El padre Rito recuerda que de sus amigos de infancia, algunos se fueron para la guerrilla, “pero recuerdo a mi amigo (se reserva el nombre) cuando teníamos 10 o 12 años íbamos al río, a la quebrada a jugar, nos cambiábamos los zapatos y jugábamos fútbol. Él a los 14 años se dejó ilusionar y se fue para la guerrilla. Después de un año supimos que lo mataron y que sus compañeros no lo pudieron recuperar, lo abandonaron; no sabemos si se lo comieron los perros porque así lo dijeron algunos o qué pasó; nosotros no pudimos llorar, no pudo llorar su mamá, no pudo llorar su papá, ni sus hermanos, nadie porque era algo que tenía que quedar escondido. Sé que estoy hablando de algo muy delicado… pero lo que fue mi infancia le da un significado a mi fundación Oasis de Amor y Paz, y mis esfuerzos para lograr que el Catatumbo sea también un oasis de amor y paz.

La Corte Internacional Humanitaria señala como crimen de lesa humanidad el reclutamiento infantil. Por eso, los detractores del actual proceso de paz aseguran que nadie dice nada porque peligra lo alcanzado y que por eso las Farc, cuando comenzaron el proceso hace tres años largos comenzaron a sacar a los niños por la puerta de atrás, para evitar ese conflicto con la Corte y las ONG. Por eso nadie dice nada.

Su acento, el del padre Álvarez, ya está marcado por los 20 años que lleva viviendo en San Remo, al norte de Italia. De allí surgió la fundación con una organización de cooperación internacional y unos amigos con quienes crearon la Asociación Ángeles de Paz, entre 1999 y el 2005, en la época más difícil del Catatumbo con la llegada de los paramilitares que dejaron en todo Norte de Santander más de 13 000 muertos, todos personas humildes. “Yo podría contar cómo mataron al señor de Telecom… En fin. Son cosas tan tristes, tan dolorosas y debo decir que fueron cómplices las autoridades competentes”. Hasta con canasto en mano, parado en las puertas de las iglesias ha recogido dinero para el Catatumbo; sin duda su viaje a Italia ha cambiado la vida de la región y de su familia.

La fundación es en Ábrego y actualmente hay 60 muchachos, la mitad están en primaria y secundaria, y la otra mitad estudian en el Sena un curso de motores diesel. En Ocaña, a 25 k de Ábrego, iniciaron el Centro de Apoyo Universitario que hoy apoya a 50 muchachos que si no fuera por esta oportunidad estarían o raspado coca, o en la guerrilla.

Pero como todo no puede ser tan bueno, no han escapado a las amenazas. La Fundación Oasis de Amor y Paz ha tenido dos momentos difíciles. Uno con una extorsión de bandidos de la zona que haciéndose pasar por guerrilleros de las Farc le pidieron 50 millones de pesos o secuestraban al padre Rito, y otro con el asesinato de su sobrino de 19 años y sobre lo cual prefiere no hablar. Sin embargo, lo que es claro para él y su familia es que si encuentran a los asesinos los perdonan porque están trabajando por la paz aunque nos cueste sangre y nos cueste la vida. “Es la mejor respuesta que podemos dar en el Catatumbo”.

Viendo esta historia, más que aseveraciones surgen muchas preguntas:

¿Cómo va a ser esa ruta de socialización para los niños? No hay cifras oficiales ni para paramilitares ni para guerrilla. ¿Cómo se visualiza el tratamiento a los niños, cómo una intervención social que garantice el restablecimiento de sus derechos y los reincorpore a la vida en sociedad?. ¿Si vamos a tener zonas especiales donde se concentrarán, debemos suponer que hay combatientes y algunos serán niños: van a estar ahí?

¿Va a haber intervención diferenciada para niños y niñas, o los protocolos son en paquete con los adultos?

La desmovilización de los paramilitares fue de 6000 o 7000 hombres y al final salieron 30 000: milicianos, combatientes y simpatizantes. Si en la guerrila va a ser igual, ¿cuál es el tratamiento que en el marco de los acuerdos de paz pudiera darse a estas personas?. Por este contexto pasan a ser más, 30 000, ¿de eso estamos hablando? Porque las milicias urbanas y los simpatizantes se vuelven fuerza política reorganizados por las Farc. Eso hay que contemplarlo.

El Padre Rito Álvarez sin duda ha hecho una labor inconmensurable, ha traído a sus donantes italianos y hoy cree más que nunca que “cuando uno va al Catatumbo, lo recorre y ve los rostros de su gente, de los niños, cuando uno se da cuenta de las dificultades y los sufrimientos de la gente que vive sin esperanzas, sabe que hay alguien que es responsable pero también cada uno de nosotros lo es. De pronto Santos exagero al decir que el Catatumbo es el Bronx de Colombia. Yo quisiera que fuera a mirar el rostro de algunos niños y se daría cuenta que en el Catatumbo hay muchos ángeles que sufren y que quieren realmente un futuro de paz. Si vuelvo a nacer, me gustaría nacer nuevamente en el Catatumbo”.

 

¡Hasta el próximo miércoles!

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